César Simón, más allá del silencio de la noche

Jaime Siles

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28/09/2017
Actualizado a las 12:09h.

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La generación del cincuenta se configuró sobre una nómina parcial que sólo ahora - y sin llegar aún a su totalidad- empieza con cierto rigor a completarse. César Simón (Valencia, 1932-1997) no es uno más de la ampliada lista sino un nombre imprescindible y definitivo de ella: no en vano s u originalidad ha sido comparada con la de Claudio Rodríguez . Pero empezó a publicar muy tarde y en colecciones de poca o ninguna difusión. Lo que hizo que su obra quedara, si no orillada, sí aparte: una injusticia que poetas más jóvenes, lectores atentos y críticos objetivos han venido a subsanar después. Y hay que agradecérselo, porque César Simón destaca en la poesía española del último tercio del siglo XX por una extrema desnudez expresiva, una elegante contención aticista y un pensamiento poético que en muy pocos poetas de su época se puede encontrar.

Sobrino de Juan Gil-Albert , sobre el que escribió su tesis doctoral, y dueño de una prosa sin la cual su poética no puede entenderse, trajo a la poesía española el profundo valor de lo concreto («Sólo en lo concreto se manifiesta lo esencial») y un clasicismo entendido como misteriosa naturalidad. En guardia siempre frente al adjetivo, del que desconfiaba tanto como del exceso verbal, la tierra de secano -como vio muy bien Guillermo Carnero- fue su máximo referente simbólico como, de otro modo, lo fueron también las tabernas, los fisgones, los pueblos y las calles humildes de su ciudad. César Simón fue -como dice Vicente Gallego en su magnífico prólogo, que, sin incurrir en los tópicos académicos y acaso por ello, es un extraordinario estudio también- «pobre en biografía e inmensamente rico en su vivencia»: algo que el propio César supo explicar muy bien, al afirmar que su «suicidio profesional» constituía «el fondo de su salvación ontológica».

Sabio en el sentido griego del término, César fue un poeta-pensador al modo de los filósofos presocráticos. Y, de hecho, mucho de filósofo y de presocrático había en él, para quien la palabra era materia de combustión y nunca una finalidad en sí ni un lucimiento. Su obra poética comprende seis libros publicados antes de su muerte y otro publicado inmediatamente después. Hay que añadir una valiosa traducción de Andreas Gryphius, varios ensayos, entre los que destacan «Lenguaje y estilo en la obra poética de Juan Gil-Albert» y «Juan Gil-Albert de su vida y de su obra», una novela («Entre un aburrimiento y un amor clandestino») y cuatro libros de intensísima y condensada prosa de superlativa calidad («Siciliana», «La vida secreta», «Perros ahorcados» y «En nombre de nada», considerada por él su «teología»), además de sus artículos recogidos en el volumen titulado «Papeles de prensa».

Esta cuidada edición incluye parte de un libro inédito («El pretexto y el fervor») -cuyos textos han visto reducido su número a la mitad por las razones que especifica y aclara V. Gallego al exponer los criterios seguidos- y una serie de apéndices que recogen tanto los poemas excluidos en las segundas ediciones como los no publicados en libros, más «Cuatro poemas de amor de Al-Andalus» y dos poemas que vieron la luz en la revista «Barcarola», pero que no llegaron a formar parte de ninguno de sus libros. Quien se adentre en esta poesía se sorprenderá de la riqueza vital e intelectual que en ella late y asistirá deslumbrado al abismo del ser y de la nada, a la mística de la carne, la música del silencio y la experiencia trágica y gozosa de la realidad que cada reflexión suya nos transmite.