Ricardo Menéndez Salmón - Quinta esquina

Carta al hijo

El nuevo libro de Ta-Nehisi Coates, «Entre el mundo y yo» (Seix Barral), no es sólo una lección compartida con su hijo adolescente, sino una hondísima disección de las falsedades de una América construida sobre el sufrimiento de los negros

Ricardo Menéndez Salmón
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«El dios de la Historia es ateo, y en su mundo no hay nada predestinado. Así que tienes que despertarte todas las mañanas sabiendo que no hay ninguna promesa inquebrantable, especialmente la promesa de despertarse. Esto no es desesperación. Son las preferencias del universo mismo: los verbos por encima de los nombres, las acciones por encima de los estados, la lucha por encima de la esperanza». Esta frase, que funciona como declaración de principios y como filosofía de vida, como ariete epistemológico y como armadura ética, resume buena parte del sentido de « Entre el mundo y yo» (Seix Barral), la carta que Ta-Nehisi Coates ha dirigido a su hijo adolescente, un texto que le ha valido al escritor de Baltimore un carrusel de premios en su país, entre ellos el National Book Award de No Ficción, y el reconocimiento por haber urdido la que, en palabras de una voz tan autorizada como la de Toni Morrison, ha sido ya definida como «lectura obligatoria».

«Entre el mundo» y yo no esconde su vocación confesional, el carácter de lección compartida que un padre en plenitud de sus fuerzas físicas e intelectuales traslada a un hijo que pronto, por imperativos biológicos, abandonará el hogar para recorrer su propio camino, esa vida en la América contemporánea, tan parecida y a la vez tan distinta a la que sus antepasados han conocido en la tierra de las oportunidades, en «el mundo del Sueño». Un Sueño, transcrito así, con mayúscula inicial, que Coates no persigue tanto demoler cuanto denunciar al mostrarnos de dónde surge, gracias a qué mentiras se ha erguido, en qué miserias y aberraciones ha encontrado alimento para nutrirse. Porque el Sueño es blanco, pero se levanta sobre un mundo negro: «América se entiende a sí misma como la obra de Dios, pero el cuerpo negro es la evidencia más clara de que América es obra de los hombres».

Lección ineludible

El cuerpo negro, ese recipiente torturado, violado, aplastado por generaciones de esclavismo, asesinatos y violencia es el gran escándalo de la América que sueña, el testigo inevitable acerca del cual Coates reflexiona en este ensayo abrumador por su transparencia, por su absoluta falta de corrección política, por una claridad tanto más irrebatible cuanto que se construye sobre la experiencia personal del autor. Un discurso amparado por un estilo nunca moralizante, que resuena en nuestros oídos con el marchamo de un auténtico «Bildungsroman», y que inviste a «Entre el mundo y yo» de un poder que poquísimos textos argumentativos alcanzan. La vida de Coates, el relato apasionado de su lucha por la conquista de un lugar bajo el sol de la América del miedo y el racismo, nos interpela con la fuerza de una campana que congrega. Es una lección ante la que no se puede mirar hacia otro lado. Una llamada que no permite el escondite, el atajo, la coartada bienintencionada.

Lo que se reconstruye es el itinerario de una vergüenza y los efectos de un oprobio, la tergiversación de una Historia que es mendacidad y cálculo aunque se presenta a sí misma como logro y apoteosis, encarnación benévola de las ambiciones de una humanidad mejorada, esa América justa, bella e irredenta que ha levantado su mito, el del hombre blanco, mediante una exhibición de astucia, rapiña, negación del Otro. Coates no detiene su lectura en los desmanes más obvios de este poder corruptor, sino que evidencia cómo su malicia opera hasta el punto de convertir al negro en un animal temeroso que desarrolla máscaras para protegerse, como si la parafernalia de la gestualidad histérica, la ropa ostentosa, el manejo de armas, los códigos de un mal llamado honor y la conversión del gueto en privilegio de las bandas no fueran otra cosa que la respuesta de una horda aterrorizada a la que no le queda más salida que dotarse de su catálogo de monstruos propios para así escapar a la destrucción. Porque el verdugo no es sólo un cazador despiadado, sino que roba a su víctima el privilegio de la dignidad.

Coates no busca tanto demoler el Sueño Americano, como denunciarlo, mostrar de dónde surge

Una dignidad que Coates rescatará a través de los libros, las aulas convertidas en viveros de conocimiento, el contacto vivo y plural con una comunidad que rebasa todo límite preconcebido y se encarna en «la gente negra de Belice, la gente negra con madres judías, la gente negra con padres de Bangalore, la gente negra de Toronto y de Kingston, la gente negra que habla ruso, la gente negra que habla español», el catálogo abigarrado procedente de cada rincón del planeta que el escritor frecuentará en la Howard University de Washington, la Harvard Negra, su Meca particular en la peregrinación hacia un centro emocional e intelectual capaz de rescatar una vida tantas veces silenciada o contada siempre a través de la mirada ajena.

Si Jill Leovy ha mostrado en « Muerte en el gueto» cómo el negro americano nunca se ha beneficiado de lo que Max Weber llamó el monopolio estatal de la violencia, esa cláusula del contrato social en virtud de la cual cada individuo recibe la garantía de que su seguridad no puede ser agredida por terceros sin que exista una persecución de esa agresión por parte del Estado, Ta-Nehisi Coates ha evidenciado en «Entre el mundo y yo» cómo el problema americano no es haber traicionado el llamado «gobierno del pueblo» consagrado por Lincoln tras la carnicería de Gettysburg, sino los medios por los cuales «el pueblo» ha adquirido su nombre. Pues esa adquisición, en realidad, jamás ha dependido de las rutas de la genealogía ni de los caprichos de la fisiognomía, sino de la pesada losa de las jerarquías. La raza nunca ha sido la madre del racismo, sino su hija, su fruto, su invención.

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