Un fragmento de «El jardín de las delicias», del Bosco
Un fragmento de «El jardín de las delicias», del Bosco
ARTE

El Bosco, analizado por el mundo de la cultura actual

Con la muestra «El Bosco. La exposición del V Centenario», en el Prado, pintores, escritores, dramaturgos y escenógrafos comparten con ABC su mirada acerca de un pintor que después de 500 años sigue conmoviendo y generando preguntas

MADRID Actualizado: Guardar
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«Según Roland Barthes, no hay recuerdo que pueda reproducirse fielmente. Muchos son los elementos que obstaculizan el camino. Desfiguramos nuestros recuerdos, los dilatamos, mentimos inconscientemente, manipulamos lo que tomamos por memoria, describimos una verdad que nunca ha existido y continuamos viviendo con todo ello a cuestas. Era yo un joven de unos veintún años, que aún no conocía España, cuando visité el Museo del Prado por primera vez. Cascos alemanes, ese fue el primer misterio con el que me enfrentó el país. Los soldados de Franco parecían alemanes en una obra dramática equivocada. Vagué por aquellas grandes salas del museo el extremo poderío del arte español y contemplé por primera vez las pinturas de Velázquez y Zurbarán. (...) Y entre todas esas experiencias, destaca esta:aquel cuadro que de alguna manera tenía que ver con mi país, un carro de heno, o tal como sé hoy, El carro de heno, la obra que 61 años después he vuelto a ver en el Museo Boijmans van Beuningen de Róterdam.

¿Reconocí el cuadro? ¿Era el hombre de ochenta y dos años capaz de ver lo que aquel joven de 21 años visto visto en ese pasado imaginable? Según cuenta Plutarco, Heráclito sostuvo que es imposbile detenerse dos veces el mismo río.Yo siempre he interpretado ese aforismo de otro modo: no solo es el agua la que cambia, también cambia uno mismo».

Para el autor de estas líneas, Cees Nooteboom en su libro «El Bosco: un oscuro presentimiento», todavía hay muchas preguntas que resolver sobre El Bosco. Pero no solo sobre el pintor, sino sobre su relación con él y su obra. Han pasado 500 años desde la muerte de este artista del que sabe todo y no se sabe nada. 500. Todavía sigue merodeando en el interior de artistas, músicos, escenógrafos, dramaturgos o meros observadores que se preguntan qué quiso decir, qué no quiso decir, y qué vieron y ven cuando se ponen delante de sus cuadros. Sobre todo cuando se trata de «El jardín de las delicias», ese imponente tríptico que representa el cielo y el infierno, la creación del mundo en su parte exterior, u otros mundos dependiendo de los ojos de quien lo ve.

«Desde pequeña tuve contacto con el mundo del arte. Tenía 6 o 7 años cuando vi la obra del Bosco por primera vez. "El jardín de las delicias" es un cuadro que siempre he recordado a lo largo de mis visitas al museo pero que ha ido cambiando, como he cambiado yo, lo que me ha permitido descubrir cosas nuevas. Quizás es parte de su encanto, es un mundo que jamás te cansas de ver», reconoce la artista Rosalía Banet que, a diferencia de otros pintores, ve una clarísima influencia del Bosco en la pintura contemporánea «por el simbolismo, los monstruos, la mezcla de seres humanos con plantas o animales, la convivencia entre el mundo real e irreal, en definitiva, la herencia surrealista del Bosco que también heredó Dalí». En la serie de Banet, «Las siamesas Golosas», se ve claramente la influencia del pintor por la cantidad de narrativas que se entrelazan en la obra, «por sus simbologías y significados, por la representación de las dicotomías que estructuran nuestra forma de entender el mundo (lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, etc...)». Este universo también se ve en otra serie de la artista, «Edible Eaters», que recuerda a algunos de los personajes que pueblan «El jardín de las delicias».

Serie «Edible Eaters»
Serie «Edible Eaters» - FeelGood Teatro

El Boscotambién ha llegado a la literatura. Si se lo asocia en lo pictórico con lo que harían los surrealistas como Dalí o Max Ernst o los expresionistas como Patinir o Huys, en el texto de algunos escritores también está presente su pintura.

¿Cómo? El Bosco plasma una y otra vez un mundo paralelo, de fantasías, de monstruos, de superstición y alquimia. Esto, a juicio del escritor Javier Montes (acaba de publiucar Varados en Río) «ha permitido a los escritores coger de él la libertad en la asociación de ideas y dejarse llevar por la imaginación». Ejemplos que ve en el argentino César Aira, que a su vez ve un reflejo de su trabajo en Max Ernst, o en el caso de Raymond Roussel.

Marcos Giralt, Premio Nacional de Literatura 2011 e hijo de un pintor, ve presente la influencia del Bosco en la literatura «en su composición, en el hecho de que no pintara siempre lienzos, sino trípticos, es decir artefactos pictóricos, dando lugar a la "idea del artefacto», muy presente en la literatura actual», explica Giralt.

La «idea del artefacto» viene a decir que igual que un cuadro no tiene que ser un lienzo sino que se puede construir en tres partes que se cierran sobre sí mismas, mucha novelas de hoy en día se escriben de la misma forma, no se escriben con un personaje sino que son como «puzzles», que se parecen en cierto modo a los cuadros del Bosco.

Giralt rescata, como hacen los textos del dramaturgo Rafael Spregelburd, la vigencia de los temas del Bosco pero de forma «actualizada», atentiendo a los miedos del ser humano que son los mismos de siempre, pero cobrando otras formas. «Su representación de la soledad del hombre está vigente, los infiernos terrenales de hoy en día no son como se representaban en el siglo XV o XVI, pero se acercan bastante si le quitamos la carga religiosa de castigo y premio, ese hombre solo que representa solo El Bosco no ha cambiado».

Ricardo Menéndez Salmón señala que lo que interesa del Bosco «es cómo nos invita a mirar el lado monstruoso de la existencia, los aspectos marginales (excepciones, abismos, oscuridad) y más feroces de la misma, no sé si con un objetivo catequizador, como han señalado casi todos sus estudiosos, pero sin duda sí con un ánimo perturbador. Me fascina el sobresalto que todavía hoy, cuando parece que ya lo hubiéramos visto todo, pinturas inscritas en la mentalidad de un hombre que vivió hace cinco siglos siguen provocando en la conciencia de un espectador posindustrial. Fue un maestro del desasosiego y, como tal, nos obligó a mirar sin inocencia».

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