«El bufón el Primo» (1644) es una de las obras de Velázquez con la que se trazan paralelismos con Bacon
«El bufón el Primo» (1644) es una de las obras de Velázquez con la que se trazan paralelismos con Bacon
ARTE

A Bacon no le gustaba El Bosco

El Museo Guggenheim ha preparado una muestra en la que confronta a Francis Bacon con otros grandes creadores españoles. Quizás el pero es que han sido muchos los convocados

Bilbao Actualizado: Guardar
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A Bacon (Dublín, 1809-Madrid, 1992) no le gustaba El Bosco. Lo afirma con rotundidad el comisario de la exposición que sobre el pintor irlandés acaba de inaugurar el Museo Guggenheim de Bilbao, Martin Harrison. Luego –especulo mientras lo comenta– si Bacon viviera, se habría evitado las colas en el Museo del Prado para ver la reciente muestra del autor de «El jardín de las delicias». El Bosco es un pintor que habita en El Prado mucho antes y más allá de las exposiciones «parque temático», y Bacon era un asiduo de nuestra pinacoteca (hay una foto suya, con «Las Meninas» al fondo, que le hiciera Peter Lacy en 1956).

¿Pero cómo Harrison puede afirmar algo con tanta rotundidad cuando en el estercolero vital y argumental de Bacon cabe todo? Las vistas y reproducciones de su estudio con infinidad de recortes, reproducciones, referencias –en esta muestra podemos visitarlo gracias a unas gafas de realidad virtual– dan fe de ello.

Arbitrariedad

Harrison puede decir tantas cosas como ninguna. Eso sí, sin dejar indiferente a nadie de quienes le escuchan. Entre ellas, que a Bacon no le gustaba que interpretaran sus cuadros, pero «yo» (M. Harrison) le interpreto lo que me da la gana y más, incluso en las connotaciones sexuales de sus cuerpos retorcidos y sus relaciones (estéticas) con artistas varios de nuestra historia artística, que es de lo que va esta exposición, al cabo. Tiene todo el derecho del mundo puesto que es el editor del catálogo razonado de Bacon y le ha leído desde las líneas de la mano hasta sus cartas más intimas. No obstante, en esta libertad de pensamiento y conocimiento radica lo bueno y lo malo de esta cita. Tan pronto sabemos que no le agradaban unos como quizá le harían tilín otros (según interpreta Harrison). Por tanto, vemos a Bacon en compañía de «amigos» hasta ahora desconocidos.

Perdonen los jeribeques argumentales, pero como todos los ríos van a dar al Prado, ahí estamos y de ahí no nos hemos movido, por mucho que nos encontremos en los inmensos espacios del Guggenheim. « Bacon, de Picasso a Velázquez» es el título de la cita y ahí se tendría que haber detenido, no más pintores. Tres en línea. Pero, como les decía, Harrison se ha traído unos cuantos más a tenor de sus lecturas transversales que Bacon no asumió muy a las claras: Zurbarán, Zuloaga, El Greco, Goya (una sala, un tanto a trasmano, dedicada a sus «Tauromaquias»). Todos en el Museo del Prado, de sobra conocidos por el irlandés, que quizá quedaron en su imaginario bailando como fantasmas: «Picasso era una esponja, él hizo uso de cualquier cosa. Yo soy más bien como un albatros: engullo miles de imágenes como si fueran peces, después las vomito sobre el lienzo», tal cual dijo Bacon.

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