Arthur Koestler (a la derecha) y el escritor Langston Hughes (a la izquierda) en una granja colectiva soviética en 1932
Arthur Koestler (a la derecha) y el escritor Langston Hughes (a la izquierda) en una granja colectiva soviética en 1932
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Arthur Koestler en su propia voz

Koestler personifica al intelectual que, tras conocer a fondo los totalitarismos, descubrió el enorme valor de la «democracia imperfecta». «En busca de la utopía» recupera parte de su obra

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En octubre de 1925, al poco de cumplir los veinte años, Arthur Koestler preparaba su último examen en el Politécnico de Viena para graduarse como ingeniero. Nacido en Budapest en 1905, hijo único de un rico industrial judío que se arruinó durante la I Guerra Mundial, el joven estudiante se había pasado el verano leyendo a Goethe y su teoría de las dos almas que habitan en cada hombre: dos almas enfrentadas y, en su caso, inquietas hasta el infinito. La duda estribaba entre la vida confortable y apacible de un alto burgués, a la que le invitaban sus estudios de ingeniería, y el anhelo utópico de una justicia universal.

«La sed de lo absoluto -escribiría años después, rememorando su juventud- es un estigma que marca a aquellos que no están satisfechos con el mundo relativo del aquí y el ahora».

Esa sed no le abandonaría nunca, ni siquiera cuando, muchas décadas más tarde, se convirtió en un intelectual escéptico y descreído de la condición humana. Koestler fue sucesivamente: sionista, miembro del partido comunista, reportero de conflictos bélicos, condenado a muerte unas cuantas veces, novelista clarividente enfrentado a los totalitarismos, autor de «best sellers», políglota, mujeriego, teórico de la parapsicología y de las experiencias paranormales...

Con una pala oxidada

Todo este camino se inició aquel octubre de 1925 cuando decidió no acudir a su último examen y marcharse como voluntario a un kibutz en Israel para trabajar con «una pala oxidada y sucia». Entonces «no tenía más planes que llevar mi propia vida. Para lograrlo tenía que salirme de los caminos trillados, caminos metafóricos que yo veía como una interminable extensión de rieles de acero sobre travesaños podridos». Y así lo hizo, contra toda lógica si se quiere, en una época en que buena parte de Europa iba a desangrarse.

Más que sus novelas, ensayos o reportajes para la prensa internacional, que escribió en inglés y alemán, la gran obra de Koestler fue sin duda su vida, que llevó al límite una y otra vez: una vida trufada de amantes -«era un hombre al que no le podías dejar media hora a solas a tu mujer», observó cáustico Cyril Connolly-, alcohol y traiciones; y que terminaría, ya en la vejez, en un suicidio al que se sumó su esposa, Cynthia Koestler, veinte años más joven.

Diez mil páginas

Página Indómita acaba de publicar «En busca de la utopía», una antología de fragmentos de novela, artículos y ensayos políticos seleccionados por el propio Koestler con el propósito de perfilar una especie de memorias. De las diez mil páginas de sus obras completas escogió apenas un millar, repartido en dos volúmenes de unas 500 cada uno. El primero es el que ha editado Página Indómita, donde se recoge la biografía política del autor -y, por tanto, también una indagación sobre el sentido moral de la vida-. El segundo se titulará «En busca del absoluto» y en él Koestler aborda temas filosóficos, espirituales y científicos desde posiciones poco ortodoxas.

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