«Zapatos», obra de Van Gogh que Heidegger pone como ejemplo al analizar la capacidad «veritativa» del arte
«Zapatos», obra de Van Gogh que Heidegger pone como ejemplo al analizar la capacidad «veritativa» del arte
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El arte, nuevo lugar de la verdad

Pocos textos corrigió tanto Heidegger como «El origen de la obra de arte». Ensayo que La Oficina publica en edición bilingüe

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«El origen de la obra de arte» (La Oficina) explica, junto a otros textos como «La pregunta por la técnica« o «Qué significa pensar», por qué hay un antes y un después de la filosofía desde Heidegger . Con él se cierra un tiempo en el que el ser humano pensaba que con su esfuerzo podía conocer todo, y se abre otro en el que la verdad nos alcanza, nos adviene o, dicho en su jerga, que la verdad no es del orden del conocimiento sino del acontecimiento. No es el único en pensarlo pero ha sido quien más alto y más claro lo ha dicho.

Si esta obra nos ha marcado es porque no sólo habla de arte sino de esas pocas ideas que congregan los grandes asuntos filosóficos, por ejemplo, la verdad, la creación o la representación.

No es un texto fácil. Su autor lo devolvió una y otra vez al taller y luego le añadió un epílogo y hasta un apéndice para precisar sentidos escurridizos y para evitar malas interpretaciones.

Sonidos perdidos

El éxito le acompañó desde el principio porque el lector adivinó en su lenguaje un nuevo modo de pensar y, dadas sus ambigüedades, se pregunta Arturo Leyte en su acertado ensayo si el éxito no fue fruto de equívocos. Para despejar el camino y facilitar nuestra comprensión, los editores, Helena Cortés y Arturo Leyte, han tenido la feliz idea de presentar su solvente traducción en una edición bilingüe, amén de añadir el «Post Scriptum» a «El origen de la obra de arte» de Martín Heidegger de Leyte (La Oficina). La edición bilingüe en este caso es obligada porque Heidegger, como decía Ortega, «embaraza o atormenta las palabras», exprimiendo su sentido hasta arrancar de ellas sonidos perdidos que, sin embargo, desvelan la significación profunda del asunto que tenemos entre manos. Por eso hay que tenerlas delante.

En este caso el asunto de fondo no es el arte sino la verdad o, mejor dicho, es el arte porque en él acontece la verdad. Hasta ese momento la verdad era un asunto de la metafísica (hoy diríamos que de la ciencia), pero no. El conocimiento humano por mucho que afine sólo da con la verdad si esta le sale al encuentro. Y eso ocurre en la obra de arte. La estatua de una diosa, por ejemplo, no es la representación plástica de esa divinidad sino que la divinidad se hace presente gracias a la estatua. El arte es la forma es que ese dios se hace presente y es por tanto el mismo dios. El arte no refleja el espíritu de una época sino que este surge del arte.

Sacar agua del pozo

Entre los comentaristas han sido muy celebrados los ejemplos que pone Heidegger para ilustrar sus ideas, sobre todo la referencia al cuadro de Van Gogh que representa un par de ajados zapatos campesinos. Si alguien quiere entender no el cuadro sino la «zapateidad», el sentido de ese par de zapatos, de nada le servirá la ciencia (que le hablaría de sus componentes químicos) ni la práctica (que se desentendería de los zapatos cuando fueran inservibles). La clave está en el propio cuadro, que les deja ser como son. El arte hace presente lo que la cosa da de sí.

Esta capacidad «veritativa» del arte está compuesta de un doble movimiento de desocultamiento y ocultamiento. Crear en alemán se dice «schöpfen», que originariamente significaba «sacar agua del pozo». Crear es traer a la luz lo que estaba oculto, pero lo desocultado o manifiesto se traicionaría a sí mismo si perdiera esa referencia a la oscuridad de la que procede. Por eso conocer es una búsqueda inacabable. Como decía Benjamin, «la verdad nos huye», de ahí la necesidad de la reescritura, de volver al taller. Decir la verdad (develarla) es también guardarla (velarla), y nada como el arte para «esa custodia creadora de la verdad» («die schaffende Bewahrung der Wahrheit»).

La capacidad «veritativa» del arte está compuesta de un doble movimiento de desocultamiento y ocultamiento

Se pregunta el prologuista si la revisión constante a la que Heidegger sometió su texto es porque no encontraba lo que buscaba o era porque quería mostrar que no se podía encontrar lo que se buscaba. Quizá esto último, porque la verdad no es un puerto seguro o base de operaciones, sino el acontecimiento mismo de aquello por cuya verdad preguntamos.

Aunque en Heidegger suele haber una gran distancia entre lo que apuntan sus teorías y los ejemplos que la ilustran (Leyte habla no sin razón «de la tonalidad ridícula» de algunos de esos ejemplos o expresiones), hay que tomarle muy en serio cuando dice que ese privilegio de decir la verdad recae sobre el poeta. Ya decía Aristóteles en su «Poética» que «hay más verdad en la poesía que en la Historia». Heidegger va más lejos, al decir que en lo poético (y no en la Historia) se nos manifiesta la verdad. Y eso es así, sigue diciendo, porque el gesto poético nombra, y dar un nombre es como hacer real lo nombrado; es como dar vida a lo inanimado; es como sacar a la luz lo oculto en la dura tierra.

Cueva de Montesinos

Esta capacidad del nombrar (tan propia del judaísmo, pero ya sabemos que a Heidegger no le gustaba dar pistas, más bien jugaba al despiste), ¿justifica el papel fundante que otorga al lenguaje poético? El poema es una actividad personal y, en el fondo, atemporal, es decir, es una expresión artística con escasa capacidad de acontecimiento. Propio de este es que sea político y temporal, es decir, que convoque o implique al conjunto de la polis y que acontezca aquí y ahora. Y eso es lo que caracteriza al teatro. El teatro, más que la poesía, sería el acontecimiento de la verdad.

Esta es la idea que recorre de principio a fin la obra de Juan Mayorga « Elipses» (La Uña Rota). Mayorga, dramaturgo y filósofo (Heidegger no escribió poesía) reflexiona aquí sobre el alcance del teatro: el teatro, la más política de las artes, es una ficción en la que los convocados son invitados a la Cueva de Montesinos, es decir, a hacer la experiencia de «sacar del pozo» verdades ocultas o a cuestionar certezas dudosas o a hacerse preguntas que no tienen respuestas: tareas «veritativas» en las que piensa Heidegger cuando habla en esta obra de las fuentes de la obra de arte.

Se preguntan los editores con Heidegger si el arte sigue siendo el lugar donde acontece la verdad o si ya no lo es. Una cosa parece en cualquier caso ganada: que el arte ya no es un epígono de la filosofía sino el lugar que da que pensar también a la filosofía. Esa actualidad hace tan oportuna esta edición de Heidegger y los comentarios que la acompañan.

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