Blanca Berasategui, primera directora del ABC Cultural
Blanca Berasategui, primera directora del ABC Cultural
CARTA DE LOS DIRECTORES

ABC Cultural entre todos

Desde el inicio de la andadura, en 1991, hasta nuestros días cuatro han sido los responsables de coger los mandos de la nave del ABC Cultural. Tres de ellos recuerdan su paso por el suplemento. Un prestigio edificado a lo largo de los años

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

123
  1. Blanca Berasategui (noviembre de 1991 a julio de 1998)

    «La poesía verdadera no es vitalicia, pero sí imperecedera», escribía Claudio Rodríguez en el primer número de ABC Cultural a cuenta de Rimbaud, cuyo centenario celebrábamos, y en la página de al ladoPere Gimferrer aseguraba que el poeta había muerto ayer mismo, «más aún, está escribiendo ahora mismo las “Iluminaciones”», de tan contemporáneo como lo sentía.

    Esa semana, la primera de noviembre de 1991, José Manuel Lara cerraba la compra de Espasa Calpe, cantábamos las cuarenta a los responsables de que Madrid estrenara capitalidad cultural sin un Teatro Real en condiciones por la incompetencia y la desidia políticas, y nos proponíamos rescatar al premio Cervantes de las garras de la política. Los poetas ya se intercambiaban tan ricamente los papeles de jurados y premiados en los galardones más suculentos, Rafael Conte abría las páginas de crítica literaria, Julián Gállego las de arte, Antonio Fernández-Cid las de música, mientras Anson lo supervisaba gozosamente todo.

    Pensar bien es divertido

    Porque ABC Cultural nació con la novedad de ofrecer información y crítica de libros, de arte y de música conjuntamente. Entonces no se estilaba, nadie lo hacía. Y muy pronto nos atrevimos con la Ciencia, gracias a la inteligencia convincente de Martin Municio («una persona no podrá considerarse culta si no tiene unos mínimos conocimientos científicos»), y creamos una sección fija, que aún hoy persiste en las páginas de El Cultural. E incluso con la ética, donde Adela Cortina y José Antonio Marina dialogaban sobre cómo pensar, porque «pensar bien es divertido pero trabajoso», nos contaba Marina.

    Los periodistas que hacíamos entonces el cultural de ABC teníamos ya inoculadas algunas certezas: había que combatir el sectarismo de la izquierda cultural, que se había apoderado de la escena, repartiendo legitimidades y desautorizando voces ajenas a su discurso, y debíamos hacer del suplemento un territorio por el que todo el mundo –sin presión de camarillas, grupos empresariales e ideológicos– pudiera circular libremente con el único salvoconducto del talento.

    El ABC Cultural nació combinando no sólo libros, arte y música, sono también ciencia y ética

    Ciertamente, en el ecosistema cultural de entonces circulaba menos gente, las jerarquías estaban más, y seguramente mejor, establecidas; el mercado no disponía de las armas de destrucción masiva de ahora, ni la búsqueda del entretenimiento era la entrada al paraíso. ¿Era entonces más fácil dar treinta páginas de San Juan de la Cruz, como hicimos ese mismo 1991 con motivo de su cuarto centenario? Sí, seguramente, entre otras cosas porque el mundo fue otro con la llegada de internet, y todos nos asomamos a ese universo con ofertas y posibilidades sin límite, donde todos podíamos acceder a todo, desde cualquier lugar y al mismo tiempo.

    Ahora hemos de luchar contra la estadística. ¿Es bueno este libro porque lo dicen 50.000 internautas? Evidentemente, no. Y contra el igualitarismo a la baja. No hay más remedio: hay que jerarquizar, seleccionar, cribar. Tenemos por delante el más difícil todavía de llegar a más lectores (si no es así nos moriremos) con talento y rigor.

    Ojalá que ABC Cultural cumpla 25, 50 y 100 años más y que sus responsables puedan trabajar con la alegría, la pasión y la libertad que envolvieron el nacimiento y los primeros siete años de esas páginas. ¡Felicidades, amigos!

  2. María Luisa Blanco (septiembre de 1998 a abril de 2001)

    En el verano de 1998, el entonces director de ABC, Francisco Giménez Alemán, me ofreció la jefatura de ABC Cultural. El equipo que conformaba la redacción del suplemento se acababa de despedir en bloque, y en la redacción del suplemento genuino apenas quedaron unos redactores y, prácticamente, ninguno de sus críticos. Se planteaba pues una situación complicada: había que conformar un nuevo equipo y, en 15 días, el primer número de esta nueva etapa debería estar en el kiosco. Ese carácter de reto con el que arrancó nunca se perdió. Tampoco su creciente complicación. Conscientes de que el éxito se basaba en la selección e independencia de sus contenidos, nos esmeramos en confeccionar una oferta cultural honesta y veraz, atractiva para el lector culto y para el lector despistado. Nuestro afán se centró en ofrecer valores culturales auténticos y no disfrazados por las exigencias del mercado. El único cliente era el lector, y pensando en él se cuidaba la selección, la claridad, la objetividad en la información, también el rigor y la perfección de los propios textos. Esta receta tan sencilla, propició sin embargo que no hubiera un solo día sin batalla. No dejaba de ser llamativo el hecho de que unas páginas destinadas a recomendaciones culturales generaran tal grado de avidez, de tensión y de exigencia de control. La guerra se ganó, sin estrategias, sólo a base de tesón, pasión y entusiasmo.

    Agradecimientos

    Imposible evocar aquí tantos momentos épicos vividos, pero lo que es inexcusable es el capítulo de agradecimientos. En el buen hacer de aquellas páginas fue decisiva la aportación de los críticos, su rigor y lealtad hizo que de cada uno guarde aún un recuerdo emocionado. La primera portada, dedicada a Stéphan Mallarmé, se la agradeceré siempre al pintor Eduardo Arroyo que marcó iconográficamente el nuevo suplemento. A Pedro Corral, Antonio Fontana y Rosa Durán, los fieles que quedaron en la redacción, les debo mucho más de lo que nunca podré pagarles. A Jorge Fernández Guerra, que dirigió con enorme finura intelectual unas páginas de música irrepetibles. A Javier Rodríguez Marcos, entregado siempre y responsable de tantas páginas memorables. La confianza de la familia Luca de Tena, Don Guillermo y sus dos hijas, Catalina y Soledad, y su apoyo fueron decisivos y la compensación a tanto esfuerzo. Y, al final, el verdadero protagonista de aquel ABC Cultural, el director Francisco Giménez Alemán, un auténtico liberal, sin cuya comprensión y ayuda nada habría sido posible. La palabra gracias es, desde luego, insuficiente, pero también es corta y posibilita el agradecer a todos el que contribuyeran a la realización del trabajo más apasionante de mi vida profesional.

    DecíaDarwin que la ignorancia provoca más certezas que el conocimiento. Frente a esas certezas es donde debe situarse un suplemento cultural. Si tiene alguna misión es la de trasmitir información, cultura, y orientar y seducir al lector. Ser originales, nunca previsibles, abrir una ventana al conocimiento, y mostrar lo apasionante, estimulante y divertida que puede ser esa aventura.

  3. Fernando R. Lafuente (abril de 2001 a septiembre de 2015)

    A Guillermo Luca de Tena

    A Santiago Castelo

    «Nuestra crítica –advirtió Octavio Paz– debería explorar estas relaciones contradictorias y mostrarnos cómo esas afirmaciones y negaciones excluyentes son también, de alguna manera, complementarias». Caben todos en un Suplemento, sólo les espera un filtro: la calidad, la curiosidad, la crítica, la libertad. En el caso de quien escribe, han sido cerca de quince años al frente de ABC Cultural. Años de cambios, un nuevo siglo, un modelo de hacer y difundir la cultura que se transformaba día a día. Pero siempre con una implacable intención: hacer un Suplemento para los lectores. Estos no son de tal o cual gremio. Vienen y van de todas partes, profesionales, profesores, estudiantes, empleados, funcionarios. No son especialistas, pero son la base de cualquier empresa cultural. Sin ellos no habría ni suplementos, ni revistas. Se preguntaba, y nos preguntaba, el sabio Maurice Blanchot: «¿Qué es un libro que no se lee?», para responder, «algo que todavía no está escrito».

    El Suplemento lo concluían los lectores al consultar sus páginas cada fin de semana. Se trataba de crear, modestamente, mayores complicidades con ese centón de manifestaciones culturales que albergaba el Suplemento. Aunar y sumar esfuerzos, tendencias, sensibilidades, estilos, polémicas, y no restar. A cada uno de los colaboradores de estos años uno les tiene que estar profundamente agradecido porque nunca mostraron sus muchos y cabales conocimientos por el mero hecho de exhibirlos, sino en función del interés común, de lo que el lector buscaba cada sábado. Uno seguía el viejo recordatorio de Ezra Pound: «Es fácil descubrir al mal crítico cuando empieza a hacer comentarios sobre el poeta en vez de sobre el poema». En estos largos años se logró el principal y perentorio desafío: convertirse en la mediación natural entre los creadores y los lectores. No es fácil.

    Se trataba de aunar y sumar esfuerzos, tendencias, sensibilidades, estilos, polémicas, y no restar

    La cultura hoy es un hecho cuajado de complejidades «que moviliza industria, redes de distribución, ingentes cantidades de dinero, y un montón de adherencias» (José Carlos Mainer). ¿Dónde encontrar el equilibrio entre la industria y el arte? ¿Dónde colocar la línea invisible que sabe distinguir el lánguido producto en serie y la obra singular? Este Suplemento y sus colegas han democratizado el acceso a la cultura, han tendido puentes, han demostrado que divulgar no es vulgarizar, que ni exquisitos ni populistas. Esto lo aprendí un día de enero de 1992 cuando crucé la puerta de la redacción de ABC. Un profundo liberalismo. Que llevado a la difusión y a la crítica cultural no podía tener otra divisa: Sumar y no restar. Gracias a todos, porque a este valle de lágrimas hemos venido a llorar lo menos posible y yo me lo pasé de fábula. Espero que los lectores también.

Ver los comentarios