Interior de la galería museística de Zaha Hadid, en Londres
Interior de la galería museística de Zaha Hadid, en Londres - ABC

Las últimas sorpresas de Zaha Hadid

Londres, que la ignoró en vida muchos años, inaugura a título póstumo una exposición de pinturas y una galería museística de la única ganadora del Pritzker

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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¿Puede sobrevivir una compañía marcada a fuego por la personalidad de su creador a su desaparición? Las firmas de moda Alexander McQueen o Yves Saint Laurent saben lo difícil que es. La propia Apple comienza a ofrecer síntomas de que se alimenta todavía de la inercia que dejó Steve Jobs.

Hace diez meses que murió Zaha Hadid, la única arquitecta que ganó el Pritzker, la volcánica creadora iraquí nacionalizada británica. Tenía 65 años y el corazón se le paró en Miami, inmersa en una de esas desbocadas giras planetarias que mantienen los gigantes de su profesión. Su estudio, que tenía 400 empleados, ha comenzado a despedir gente. El traslado previsto a un gran edificio a orillas del Támesis, ocupado antes por el Museo de Diseño, ha quedado en suspenso.

Zaha dejó treinta proyectos a medio hacer, pero algunos clientes se han echado atrás tras desaparecer su magnetismo personal, el mito de la reina de la curva. En vida, completó 56 proyectos en 45 ciudades, aunque le costó horrores despegar. Se licenció en Londres como arquitecta en 1977 y no logró hacer sólidos sus sueños de papel hasta 1993, con una estación de bomberos en Vitra (Alemania).

Las dudas que se ciernen sobre el futuro de su estudio contrastan con el reconocimiento que tributa a Hadid la ciudad de Londres, que la ninguneó durante años en su comienzo y donde solo contaba con dos obras: el centro acuático de los Juegos de 2012 y la reforma de la Serpentine Sackler Gallery, en Hyde Park, un antiguo almacén de pólvora que transformó en sala de arte. Londres vive estos días una especie de fiesta Zaha Hadid, al coincidir en el tiempo la inauguración de su último trabajo, una galería de las matemáticas en el Museo de las Ciencias de Kensington, y una exposición en la Serpentine Gallery de sus llamativos dibujos y cuadros futuristas (o más bien post-constructivistas, nietos de los soviéticos Malevich y Tatlin).

Las matemáticas, su primer amor

Las matemáticas fueron en realidad el primer amor de Hadid, que las estudió en la Universidad Americana de Beirut y las enseñó durante un tiempo. Son también la base de su arquitectura, como denotan bien sus cuadros. Hija de un banquero, se crio en un Bagdad que todavía se soñaba cosmopolita y secular. Asombra pensar que cuando ella vivía allí preparaban proyectos en la ciudad algunas de las luminarias de la arquitectura del siglo XX: Le Corbusier (un centro deportivo), Frank Lloyd Wright (un museo) y Walter Gropius (un campus universitario).

La nueva galería de las matemáticas del Museo de las Ciencias ha costado seis millones de euros. Ha sido denominada The Winston Gallery, en gratitud a su mecenas, el dueño de un fondo de inversión que asegura servirse de ellas en sus negocios. Muestra cien objetos representativos de cuatrocientos años de las matemáticas, desde un astrolabio árabe del siglo XVII, hasta la máquina Enigma de los códigos cifrados nazis, o un avión que en 1929 ganó un concurso de vuelo seguro. La aeronave pende del techo, envuelta por las formas de color púrpura que ideó la arquitecta como sello distintivo del espacio, una suerte de mariposas cósmicas, que desprenden un aire de ciencia-ficción.

Sus pinturas

Tal vez más interesante todavía resulta la muestra de su obra plástica, una exposición titulada «Pinturas y dibujos tempranos». En realidad Zaha vivió de esos trabajos desde que se licenció como arquitecta en 1977 hasta que despegó y pudo empezar a construir. Durante mucho tiempo se consideraron inconstruibles sus bocetos, que iba dibujando y pintando en las libretas que permanentemente la acompañaban. El ingeniero Patrik Schumacher, su socio desde 1988, fue quien consiguió hacer terrenales y posibles esas curvas alucinadas. Lo mejor de la propuesta es poder contemplar algunos de sus cuadernos, que se ven por primera vez en público. Equivale a observar en vivo la ebullición de su mente. Para los que prefieran los efectos especiales, se ofrece un también recorrido por sus cuadros con gafas de realidad virtual, un proyecto que ha financiado Google.

Poco antes de morir obtuvo el Pritzker, concedido por primera vez a una mujer

Los cuadros son espectaculares, pero menos personales que los cuadernos, pues los completaban sus asistentes, que convertían sus bocetos en murales de grandes dimensiones. Aun así, su impacto es evidente. Para el ojo español hay también una curiosidad: varias obras tituladas «Una visión para Madrid», de 1992, donde la iraquí deja volar su fantasía sobre los horizontes mesetarios.

Un personaje carismático

Además de los ecos de su enorme creatividad, resuenan los del carismático personaje que fue. Por ejemplo, a su muerte se reparó en su inmenso ropero. Era una coleccionista compulsiva de zapatos, a lo Imelda Marcos, y una presencia imponente. En su equipo inspiraba una mezcla de terror y afecto. Sin vida familiar, podía ser la más afectuosa y leal amiga de aquellos a quienes quería, pero su carácter era volcánico. Honestidad brutal, no se casaba con nadie. Poco antes de morir obtuvo la máxima distinción de la arquitectura británica, concedida por primera vez a una mujer. Entrevistada para celebrarlo en la radio de la BBC, cortó la conversación molesta con las preguntas de la periodista, que indagaba sobre unas supuestas muertes en la construcción de un proyecto suyo en Qatar. Hadid le replicó que no era así y le colgó encolerizada. No estuvo cortés, pero lo cierto es que tenía razón: no había tales víctimas.

Se cuenta que en una ocasión recibió en su vivienda a un grupo de clientes japoneses. Antes de que ella hiciese acto de presencia, sentaron a los nipones en unos sofás diseñados por la artista. Muy educados, se contorsionaban y resbalaban inmutables por las grietas de aquel sofá imposible, hecho de fibra de vidrio. Por fin apareció Zaha, acompañada de una auxiliar que portaba una sencilla silla, absolutamente convencional y clásica. Allí sentó su rotunda anatomía la reina de la curva, que para ella prefería el confort del ángulo recto.

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