Sorolla visita a Monet en su paraíso de Giverny

La exposición «Sorolla, un pintor español en París» rememora la obra del pintor valenciano así como sus vínculos con Francia y el impresionismo

Corresponsal en París Actualizado: Guardar
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«Sorolla, un pintor español en París» reinstala al gran maestro valenciano en el corazón de la primera gran revolución pictórica contemporánea: en la encrucijada donde el impresionismo anunciaba el arte que vendría y la revisión del arte clásico devolvía a Velázquez su modernidad radical. Comisariada por Blanca Pons-Sorolla y María López, la muestra presenta medio centenar de obras maestras en el Museo de los Impresionistas de Giverny, en la Alta Normandía, la ciudad-refugio que Monet convirtió en sitio de peregrinación artística.

Descendiente del pintor, autora del imprescindible catálogo razonado de la obra de Sorolla, Blanca Pons-Sorolla ha dirigido un catálogo de referencia. Historiadora del arte, María López reconstruye los caminos europeos, italianos, ingleses, alemanes, americanos y españoles (valencianos, en particular) que permiten comprender el puesto esencial de París en el muy temprano reconocimiento internacional de Sorolla.

Hace nueve años, la exposición «Pintores de la luz: Joaquín Sorolla y John Singer Sargent» en el Petit Palais parisino ya exploró el diálogo íntimo y profundo del pintor español y el pintor estadounidense, cuando ambos se cruzaron en un París, hacia 1900, atraídos y seducidos por los mismos fantasmas. El mismo París del que Proust llegó a escribir: «… ahora que España está de moda». «Moda» que Sorolla, entre muchos otros, claro está, contribuyó a dar un rango muy particular. Picasso estaba por «llegar» y Proust se inspiraba en el gran arte arábigo-andaluz, «modernizado» por Fortuny.

El Sorolla expuesto en Giverny permite recordar el puesto esencial de la encrucijada parisina. «Discípulo» de Velázquez, el primero de sus maestros, en el Prado madrileño, Sorolla volvió a «releerlo» en París, en la magna estela de los grandes maestros contemporáneos que «copiaban» los negros velazqueños para inventar la modernidad que llegaba. Es el caso de Manet y Singer Sargent.

Contemporáneo de Monet, Sorolla sigue la misma vía del alumbramiento de un arte nuevo a través del fulgor de la luz y sus metamorfosis. En el caso de Monet, ese alumbramiento culmina en la abstracción lírica de los Nenúfares. En el caso de Sorolla, el fulgor de la luz mediterránea, valenciana, segoviana (Granja de San Ildefonso), o atlántica (Biarritz), debía culminar con una «Visión de España», una obra polifónica destinada a la Hispanic Society de Nueva York. Esa voluntad constructora y elegíaca de Sorolla hacia los paisajes españoles, en su diversidad, confiere a su arte una dimensión áurea que contrasta con el nihilismo subversivo de Picasso y las negruras esperpénticas de Zuloaga. Sorolla deseaba construir un mundo nuevo, contemplando los seres humanos y el paisaje con una luz limpia, vistiendo lo real con el fulgor de una luz virginal.

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