Así nació el mercado del arte

El día en que Rembrandt, decidido a llevar una vida de lujo, prescindió del mecenazgo a favor de los mucho más rentables encargos de la burguesía de Amseterdam, nació el mercado del arte

Rosalía Sánchez

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Hay un momento y un lugar en el que los pintores se emanciparon de los mecenas. Ya no necesitaban estar a sueldo de un rey o de un Papa y lograron un grado de libertad mucho mayor respecto a sus temas y tratamientos. El lugar son sin duda los Países Bajos (Flandes) y el momento el siglo XVII, en el que se da una beneficioso concurrir de riqueza artística y riqueza comercial. Además, según apunta una exposición que el Bucerius Forum de Hamburgo muestra hasta el 7 de enero, hay una figura que personaliza esa transición entre el mecenazgo y la pintura por encargo. El día en que Rembrandt, decidido a llevar una vida de lujo, prescindió del mecenazgo a favor de los mucho más rentables encargos de la burguesía de Amseterdam, nació el mercado del arte.

Hijo de un acomodado molinero, Rembrandt nació vio en Leiden en 1606, cuando la ciudad se reponía de una dura guerra fuera del dominio de España y acogía a refugiados valones y flamencos del sur , atraídos por la prosperidad calvinista y el comercio de la lana. Constantin Huygens, hombre cultivado al servicio del príncipe de Orange, acariciaba la idea de descubrir pintores para la nueva corte tal como había visto en Italia, París y Londres. Rembrandt y Lievens estaban destinados a convertirse en los Rubens de las cortes calvinistas, pero mientras Lievens aceptó y se fue a Italia a completar su formación; Rembrandt, en cambio, se mudó a Amsterdam, la ciudad a orillas del Amstel, plagada de comerciantes y dinero.

Las consecuencias de esta decisión, que irían tomando también muchos otros artistas, modificarían por completo los formatos, los temas y el intercambio de obras artísticas. El desarrollo de las temáticas quedó ligado al gusto de los coleccionistas y gradualmente también al interés de los pintores. “Los cuadros dejaron de actuar como objetos prueba de poder político o religioso y circulan como parte de un patrimonio y forma de inversión”, explica el director del Bucerius Franz Wilhelm Kaiser, pueden desprenderse de ellos en caso de ser necesario, lo cual aumenta más la demanda que la oferta, y como consecuencia se produce una competitividad entre los clientes que desean la obra. Se genera el mercado y aparece la figura del marchante, que pronto comienza incluso a imponer condiciones a los artistas, muchos de los cuales se han enriquecido y han pasado a formar parte de la nueva burguesía, también . Esto acaba provocando un fenómeno de superproducción derivado de la aparición de las copias de taller y las falsificaciones.

Tal y como puede observarse en las 120 obras que la exposición “El nacimiento del mercado del arte” presenta como testigos del momento, aparecen nuevos paisajes y géneros: campesinos, interiores y temas bíblicos acordes con la Reforma y reducidos al pequeño formato que exigía la sala de estar de una familia de comerciantes, un entorno privado que se cuela también en las obras. En la medida que los artistas se especializaban, tenían más facilidad de encontrar un nicho de mercado propio y lucrativo. Paulus Potter se especializó en vacas que elevan heroicamente por encima del horizonte o descansan estoicamente junto a los árboles. Philips Wouerman pintaba caballos de anatomía asombrosamente correcta y Jan Weenix, por su parte se centró en las naturalezas muertas enmarcadas en arquitecturas italianas que preceden al Romanticismo. Los pintores van incluso creando, con visión comercial, una marca de autor.

Hasta ese momento, además, el comercio de obras de arte se había limitado en gran medida al territorio cercano, por motivos como la complejidad del transporte de este tipo de mercancías y la poca actividad diplomática. Pero en un contexto en que el comercio fluyen entre las naciones y en el que la diplomacia se generaliza, como la española dentro de los Países Bajos, crece la demanda de regalos y presentes destinados a allanar los caminos de embajadores y mercaderes, por lo que las obras viajan más lejos y con ellas el nombre del artista. Aunque lo realmente relevante es que ya solamente los artistas y los clientes influyen en la realización y en la venta del cuadro. Los marchantes actúan como intermediarios, comienzan a requerirse las figuras de los peritos tasadores, redactores de catálogos, abogados… y nacen los eventos públicos destinados a las ventas, ferias y subastas públicas de arte como la de Saint-Germain en Francia y Leipzig en Alemania, o las subastas de Amberes y Ámsterdam.

Con el paso de los años, los artistas dejan de pintar únicamente por encargo y los talleres comienzan a producir de forma casi masiva y por primera vez para clientes desconocidos, anónimos. La nueva riqueza y reconocimiento de los pintores se liga, en gran parte, al sometimiento al mercado.

Rembrandt, que vivió en persona esa transición y disfrutó de la gran prosperidad que ese mercado ofrecía a los artistas, terminó emancipándose también de esa nueva realidad de la pintura. A partir de 1640, se aparta del estilo colorista de las escenas históricas barrocas y se centra en el conflicto interior de sus personajes. Pinta poco, ya no mira a sus referentes y el profundamente original, yendo osadamente contra corriente en un mercado fascinado entonces por el preciosismo tipo Vermeer. Rembrandt muere pobre y ajeno a ese mercado que ayudó a surgir con su genio y con sus ansiar de riqueza.

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