Cinco obras de Miró, expuestas en la galería Elvira González
Cinco obras de Miró, expuestas en la galería Elvira González - RAFA ALBARRÁN

Miró, un embajador de lujo para crear puentes entre Cataluña y Madrid

Los herederos del artista barcelonés eligen la capital para promocionar y vender el legado de un creador que se sentía catalán, español y universal

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En menos de un mes Madrid se ha inundado de obras de Joan Miró. El pasado 13 de diciembre la Fundación Mapfre presentó su Espacio Miró, nacido con vocación de convertirse en un centro de referencia para el estudio y la investigación de la obra mironiana. Los herederos del artista hicieron un depósito, por cinco años, renovable, de 65 importantes piezas del creador catalán (están aseguradas en 45 millones de euros) y cinco de su amigo el escultor Alexander Calder, que se muestran desde entonces en su sede del Paseo de Recoletos de la capital. Desde ayer, y hasta el 25 de marzo, la galería Elvira González saca a la venta un relevante conjunto de obras de Miró, que exhibe en su flamante espacio del número 1 de la calle Hermanos Álvarez Quintero de Madrid.

Fragmento de «Souvenir de la Tour Eiffel» (1977), de Miró
Fragmento de «Souvenir de la Tour Eiffel» (1977), de Miró - ADAGP, SUCESIÓN MIRÓ, CORTESÍA GALERÍA LELONG, PARÍS

Es el mejor cicerone posible para visitar una exposición de su abuelo. Se conoce todos los detalles de las piezas, que adereza con interesantes anécdotas. Gracias a él descubrimos que Miró era un trabajador enfermizo, que siempre titulaba sus obras en francés, que escuchaba en su taller música de Bach, Mozart y Beethoven; que su esposa, Pilar, no entendía su trabajo («era demasiado revolucionario y transgresor para ella»). Cuando a sus 80 años prendió fuego a cinco lienzos, dijo:«A mi mujer, ni palabra». Pero un día antes de morir pidió papel y lápiz y le escribió a Pilar: «Nunca olvides lo mucho que te quiero». Y eso que Picasso le decía: «¡Pero Joan, siempre con la misma mujer!»

Explica Joan Punyet cómo su abuelo lograba esa pátina tan especial de sus bronces, que reclama tocar: con ácido y un soplete. Nos desvela su fascinación por los objetos, con los que crea un universo metafórico y poético, aunque descolocaba al fundidor: un timbre, una trona, un calzador de zapato, una percha, una lámpara de mimbre de su abuela, un trozo de una palmera, una caja de cartón e incluso un roscón de Reyes... Cualquier objeto se convertía, en sus manos, en puro arte.

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