El espíritu de Federico II sigue vivo en la Staatsoper de Berlín

Se celebra el 275º aniversario de este templo de la música en una sede renovada y vestida de gala para la ocasión

Rosalía Sánchez

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La Staatsoper de Berlín, el teatro de ópera más emblemático de la capital alemana, ya ha renacido de sus propias cenizas en varias ocasiones a lo largo de su historia. Durante la II Guerra Mundial, sufrió en dos ocasiones los bombardeos enemigos y tras sendos disgustos y los correspondientes desescombros, el edificio fue reconstruido a lo largo de penosas obras imposibles de sufragar en la Alemania de postguerra y que se prolongaron durante diez años, en una especie de empecinamiento de esta ciudad por el bel canto que nos ha traído hasta hoy, hasta la celebración del 275º aniversario de este templo de la música en una sede renovada y vestida de gala para la ocasión. “Después de todos estos años en el exilio, es un sueño volver a casa”, celebra el director artístico de la Staatsoper, Jürgen Flimm, en referencia al largo periodo en que el teatro ha sido acogido en el edificio Schiller, mientras avanzaban los trabajos de remodelación de la sede en Unter den Linden. El fruto de ese sacrificio es una Staasoper renovada, con la última tecnología escénica y con la acústica más sofisticada que puede ofrecer el siglo XXI.

Todavía quedan encofradores apurando sus trabajos en los pasillos y equipos de limpieza que se afanan en desprecintar los protectores que preservan el terciopelo de los asientos del polvo de la obra. Los músicos de la Staatskapelle prueban instrumentos aquí y allá, anticipando acordes del concierto de inauguración oficial de la temporada, un concierto de cumpleaños dirigido por Daniel Barenboim con obras de Felix Mendelssohn-Bartholdy, Pierre Boulez y Richard Strauss. El viernes, primero los niños, tendrá su estreno el programa operístico oficial de la temporada con “Hansel y Gretel” de Engelbert Humperdinck¡, bajo la dirección de Achim Freyer. El sábado, “La coronación de Popea”, de Claudio Monteverdi, una obra que hubiera hecho las delicias de Federico II de Prusia, que fue quien encargó al arquitecto Georg Wenzeslaus von Knobelsdorff la construcción de una “ópera de la corte real” con la idea de que fuera “una palacio encantado”.

Federico era un apasionado de la música. Indudablemente salió a su madre, la princesa Sofía Dorotea de Brunswick-Luneburgo, gran interesada en la música y el arte, que transmitió esa sensibilidad a la corte de Brandemburgo. Es  legendaria afición de Federico a tocar la flauta y por la música de cámara. Sus logros personales como compositor y constructor rivalizaron con su papel como organizador de toda la música de la corte prusiana. Como monarca, se ocupó personalmente de organizar tanto los programas de “su” teatro como los honorarios de los kapaune (“castrati”) y poulardes (“prime donne”) o el reembolso de gastos de los extras. Tampoco olvidó fijar minuciosamente qué costos de material estaban permitidos. Incluso escribió libretos, como príncipe iluminado que se estilizó a sí mismo a través de la música .

Estos detalles ayudan a imaginar la importancia que este teatro de la ópera tuvo para él y la herencia que ha supuesto para Berlín. Abrió sus puertas con “Cleopatra e Cesare” de Carl Heinrich Graun, el 7 de diciembre de 1742. Y en aquellas condiciones, el edificio duró un siglo, hasta que en la noche del 18 de agosto de 1843 fue presa de un incendio que lo devoró casi por completo. La reinauguración, a finales de 1844, tuvo lugar en una emocionante noche, similar a la que ahora revive en la capital alemana el espíritu de Federico II.

Según el musicólogo Frieder Reininghaus , editor en Viena de la revista Österreichische Musikzeitschrift, la ópera fue para este monarca y a través de la Staatsoper un elemento fundamental de la comunicación de su programa de gobierno en el que se implicaba de forma personal. Puede ser considerado como principal autor intelectual, por ejemplo, de otro proyecto que tomó de nuevo un texto antiguo como base para tratar constelaciones políticas de la actualidad de entonces y en el que volvió a ocupar el papel principal un dictador romano, que se transforma en un pacífico ciudadano entre ciudadanos: la ópera “Silafue” estrenada en 1753 en Berlín.

“Federico no sólo tenía en mente aproximar la ópera seria a la tragédie francesa y la creación de una escuela berlinesa autónoma, sino también recrearse de paso a sí mismo y su política”, explica Reinigunghaus, recordando que la tercera obra en la que el monarca prusiano participó decisivamente fue “Montezuma”, basada en los informes sobre la conquista de México a comienzos del siglo XVI y cuyo libreto escribió Federico, apoyándose en un dramma per musica de Girolamo Alvise Giusti y Antonio Vivaldi presentado dos décadas antes en Venecia. Por la correspondencia con su hermana preferida, Guillermina de Bayreuth, se sabe que escribió Montezuma en francés, el idioma que cultivaba en su corte; luego envió el texto a la Alta Franconia para que fuera revisado críticamente, y finalmente lo hizo versificar en italiano por el poeta de la corte Giampietro Tagliazucchi. El compositor de la corte Graun tuvo lista la música en mayo de 1754.

Desde los afanas de Federico II hasta las obras de dirección de las batutas que han pasado por el edificio (Richard Strauss, Wilhelm Furtwängler,

Erich Kleiber, Otto Klemperer o Herbert von Karajan), según reconoce Matthias Schulz, uno de los directores artísticos, permanecen, destilados, en el espíritu de la Staatsoper, renovada y lista ya para afrontar esta nueva etapa.

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