«Tumba» de Donald Trump, obra de Brian Andrew Whiteley, que apareció en Central Park
«Tumba» de Donald Trump, obra de Brian Andrew Whiteley, que apareció en Central Park

Bofetadas de arte contra Donald Trump

El mundo del arte ha respondido al ascenso político del multimillonario con una ola de exposiciones, graffiti, instalaciones y performances en la que no sale muy bien parado

CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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En Nueva York, el arte es un ascensor de prestigio social para las fortunas que solo tienen dinero. Firmar un cheque y convertirte en patrono del MoMA o recibir en casa con un Basquiat recién comprado en Christie’s es saludado con un asentimiento cómplice de «bienvenido al club». A Donald Trump, que supura vanidad, nunca le ha hecho falta interesarse por el arte para sentirse respetado. Al contrario, se ha mantenido al margen de la vibrante vida artística neoyorquina y se le recuerdan más sus desprecios.

Su primer contacto conocido con el arte fue en 1980, entonces convertido en un fenómeno de los negocios que, con 33 años, levantaba la Trump Tower. Para ello, tuvo que tirar el edificio Bonwit Teller, rematado por unos relieves «Art Deco» que el Metropolitan Museum quería para su colección, pero que acabaron en la escombrera.

Para decorar el atrio del nuevo rascacielos, le convencieron para que hablara con Andy Warhol. El artista ejecutó unas pinturas de la Trump Tower que al final el joven empresario decidió no comprar. «Es un pesetero», escribió en su día Warhol en su diario. Años después, Trump se alió con Rudy Giuliani -entonces alcalde de Nueva York y ahora uno de sus defensores más ardientes- en la censura de la obra «The Holy Virgin Mary», que el artista británico Chris Ofili había realizado con, entre otros materiales, excrementos de elefante. Giuliani amenazó al Museo de Brooklyn, donde se alojaba la obra, con expulsarle de su sede, propiedad de la ciudad. Era en 1999 y Trump, que ya entonces amagaba con asaltos a la Casa Blanca, aseguró que si él fuera presidente acabaría con la financiación pública de esos atropellos. «No es arte. Es algo absolutamente repugnante, degenerado», dijo.

Degenerado

Ese arte degenerado -¿sería consciente Trump de la etiqueta hitleriana?- se le ha vuelto ahora en su contra. El magnate neoyorquino, apático hacia los artistas, se ha visto en el último año colocado en el centro de la creación. Su figura ha inspirado exposiciones, performances, obras de teatro, campañas de «guerrilla art», instalaciones urbanas y muros de graffiti de todo el mundo.

Trump era en junio de 2015, cuando se presentó a la presidencia de EE.UU., un candidato improbable. Pero demostró ser un oportunista que supo navegar en el descontento de la clase media blanca estadounidense. Los medios engulleron su lenguaje misógino, racista, agresivo, políticamente incorrecto, titular tras titular. Los artistas tampoco pudieron resistirse a un canalla ideal a quien criticar, imitar, reinterpretar o reírse a la cara.

Uno de los primeros en alcanzar notoriedad fue Hanksy, un artista callejero cuyo nombre de guerra es en sí un chiste sobre el celebérrimo Banksy. Hanksy pintó un mural en Nueva York el verano pasado con el cuerpo de Trump convertido en un excremento gigante. La imagen ganó fama y este año se ha visto convertida en camisetas y en carteles en muchas manifestaciones anti Trump.

Politización

El avance de las primarias y la creciente polarización que causaba Trump fue recogido por el arte. Sarah Levy pintó un retrato del candidato con la sangre de su propia menstruación. Illma Gore se ganó titulares en tres ocasiones: pintó a Trump desnudo y con un miembro viril diminuto; la galería Maddox, de Londres, lo valoró en 1,4 millones de dólares; Gore acabó agredida por un seguidor de Trump, que le pegó un puñetazo en el ojo.

La lista es interminable: una pequeña muralla amaneció una mañana de este verano construida alrededor de su estrella en el paseo de la fama de Hollywood; una marca de tequilas se hizo famosa con su lema «Donald, eres un pendejo»; el artista callejero neoyorquino Iván Orama tatuó las calles de varias ciudades con carteles de «Donald McTrump», en referencia al payaso de McDonalds; y hasta una tumba apareció en Central Park con el nombre del candidato y el epitafio «Hizo a América odiar otra vez», una crítica al eslogan de Trump «Hacer a América grande otra vez».

Esta última es una creación de Brian Andrew Whiteley y forma parte de la exposición «Why I Want to Fuck Donald Trump?», abierta al público estos días en la galería Joshua Liner, en la calle 28 de Nueva York. Su comisario, el artista Alfred Steiner, explica a ABC las razones de esta ola artística sobre Trump. «Es fácil de caricaturizar», concede al principio. «Pero hay mucho más que eso: es su pelo, su desprecio a los datos, la forma de hablar hosca, los clichés que utiliza cuando habla de política… Y mucho artistas tienden a criticar a los demagogos».

Steiner no cree que tanta atención sobre Trump del mundo del arte beneficie al republicano. Cuatro calles más abajo, en la puerta de la galería Unix, a Eugenio Merino tampoco le preocupa dar más publicidad al personaje. El artista español -con experiencia en polémicas, él fue quien metió a Franco en un frigorífico- acaba de inaugurar una exposición con mucho contenido político. En una de sus piezas, coloca un busto de Trump en una caja de cartón, tirada en el suelo de la galería.

«Trump simboliza el teatro de la política. Si yo quiero conectar con la gente, tengo que utilizar su lenguaje, y hoy eso es Trump», asegura Merino, que no niega utilizar la «provocación» para transmitir su mensaje.

Presencia

Con la cercanía de las elecciones, la presencia de Trump en Nueva York se dispara. En las últimas semanas, ha aparecido una estatua del multimillonario desnudo en Union Squrare, uno de los centros neurálgicos de la ciudad, y una máquina Zoltar -la del adivino de la película «Big»- donde un Trump cuenta con voz cavernosa cómo será su presidencia. Trump, acompañado por Clinton, también se subirá a las tablas con «Campaña», una comedia creada por el artista español Raúl Martínez (DETEXT), en la que el libreto está formado por las decenas de emails con los que bombardean cada día a los estadounidenses para pedir que financien sus campañas.

¿Quedará algo de todo esto para la posteridad? El ascenso de Obama en 2008 dejó la imagen del póster «Hope», del artista Shepard Fairey, como símbolo artístico de ese momento. Lo único seguro es que cualquier cosa que sobreviva de la marea artística de Trump será, para su protagonista, «degenerado».

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