William Kentridge: «Cualquier persona que esté interesada en el arte tiene que acudir a referentes españoles»

El creador sudafricano, premio Princesa de Asturias de las Artes, inaugurará exposición en el Museo Reina Sofía el 31 de octubre

William Kentridge Efe

Marifé Antuña

Ayer llegó a Asturias, donde tiene actividades en Avilés, Mieres y Gijón. Desde ese mundo austral negro en el que nació blanco, luchador y creativo, habla en esta entrevista de su trabajo y de los mundos artísticos que le interesan. William Kentridge (Johannesburgo, 1955), voz clara y firme, alma artística e inquieta, exhibe desde hace unos días en Oviedo la videoinstalación «More Sweetly Play the Dance». Y, a partir del 1 de noviembre, el Museo Reina Sofía abrirá al público una monográfica, «William Kentridge. Basta y sobra», que se centrará en su producción escénica (teatro, ópera y performance), aunque no faltarán sus proyectos plásticos.

¿Cuál es el papel que ha de tener un artista en el mundo?

Es una pregunta imposible. El artista no crea porque tenga una papel, una misión que cumplir en la vida, trabaja en el estudio y allí va encontrando los significados. Lo importante no es el papel que debe asumir el artista sino el resultado que obtiene. El artista, en su estudio, puede revisitar el proceso de búsqueda del significado del mundo, porque el estudio se convierte en un modelo de cómo construimos no solo nuestras almas, sino también sobre la relación entre ellas. Es una especie de extensión del cerebro donde se crea nuestra conciencia del mundo y desde allí se traslada al exterior.

¿Ha variado con el tiempo su manera de entender el arte?

No me gustan las definiciones. Cuando empecé a trabajar en Sudáfrica a mediados de los setenta el país vivía una situación complicada, con el apartheid, la lucha de partidos y no había mucha distancia entre el arte y todo lo demás. Había que hacer los vídeos que se hacían en ese momento. Pero, con el paso del tiempo, a finales de los ochenta la cosa cambió y mi trabajo se hizo más personal, se empezó a nutrir con mis propias visiones y mis pensamientos, y resultaba más fácil conectar con el público.

Ha conseguido al mismo tiempo el beneplático de la crítica y del público. ¿Cuál es la receta?

Si tuviera la receta se la daría. Durante los últimos años del apartheid en Sudáfrica hubo un boicot cultural, de modo que no tenía expectativas de formar parte de la comunidad artística internacional. Cuando llegó la democracia, a principios de los noventa, y ese boicot terminó, las bases de mi manera de hacer arte ya estaban formadas. Entonces aparecieron algunos críticos, que comenzaron a hablar de mi trabajo, de su fortaleza, de cómo se movía en medio de contradicciones extraordinarias o de la descripción que hacía del mundo que me rodeaba. A mí me gusta que los críticos hayan tratado bien mi trabajo y también que el público lo haya respaldado. Todo esto es parte de esa reflexión más amplia de cómo el arte da sentido al mundo.

Trabaja en muchas disciplinas: dibujo, escultura, cine, performance, escenografías... ¿Qué significa para usted el término multidisciplinar?

Para mí el arte es una migración de ideas de una disciplina a otra. Un medio puede provocar pensamientos en otro. Trabajar con música puede generar una serie de dibujos y con ellos puedes componer una sucesión de animaciones y con ellas crear algo nuevo sobre un escenario teatral. Me interesa mucho esa relación entre lo que ves, lo que sientes, lo que oyes; cómo la música y el sonido afectan a una imagen visual, la relación entre mirar y leer... Me apasiona.

¿Le quedan territorios vírgenes por explorar?

Me interesan las nuevas técnicas cinematográficas. Estoy empezando a trabajar con cámaras de 360 grados. Es un territorio nuevo que puede ser fantástico para hacer performances.

¿Le gusta más la soledad del estudio o dirigir a un grupo de personas en una ópera?

Un equilibrio entre ambos. Me gusta el trabajo en el estudio, cuando nadie te molesta, y también hacerlo con más de sesenta personas: actores, cantantes, sastres, diseñadores, técnicos... Es muy excitante. Imagínese, en un teatro de ópera me dan un escenario con 60 metros de ancho y 20 de alto para componer un relato con un montón de gente. Es un placer, sí, pero eso no te quita los ataques de pánico a las cuatro de la mañana, porque falta algo, porque no te cuadra una imagen, hay que rescatar un objeto o poner otra proyección.

España es un país de artistas. ¿Cuáles son sus referentes?

Cualquier persona nteresada en el arte tiene que acudir a referentes españoles y citar a Velázquez. Pero para mí una figura central, por múltiples razones, es Goya. También admiro a Picasso, y Juan Muñoz es un artista muy importante para mí.

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