Velintonia, la casa donde habita el olvido

La vivienda de Vicente Aleixandre en Madrid se encuentra en estado ruinoso, a la espera de encontrar comprador

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Era Elvira Merlo, la madre de Vicente Aleixandre, quien invitaba a Federico García Lorca a que cantara sus canciones en la casa familiar, ubicada en el número 3 de la calle Velintonia, en Madrid. De hecho, el de Fuente Vaqueros recitó allí, por primera vez, los «Sonetos del amor oscuro», cuyo título debe mucho al genio del Nobel, maestro de todas las generaciones de poetas que dio el siglo XX español. Y es que, como dijo Pere Gimferrer en su discurso de entrada en la RAE, «Aleixandre no vivió una sola vida, sino muchas: la suya propia, y, además, tanto la literaria como la personal de cada uno de sus numerosos amigos y discípulos próximos». Todos ellos –el mencionado Lorca, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Jorge Guillén, José Hierro, Pablo Neruda… y tantos otros– pasaron por Velintonia, convertida en morada de versos y encuentros.

Un hecho que convierte en hiriente paradoja que la que fuera «Casa de la Poesía» se encuentre hoy en estado ruinoso.

Ni rastro hay de aquellas voces en sus estrechos pasillos, en el salón, en las habitaciones, en el patio que alberga el cedro libanés (protegido, por cierto, no así la vivienda). Al buscar algún eco en los rincones sólo se escucha el estruendoso silencio. Como en un sepulcro blanqueado, vacío, abandonado a su suerte, con la sola presencia del olvido. Unas cuantas bombillas de 125 vatios, el orinal que en su día usó el Nobel y su pastilla de jabón son los únicos enseres que se conservan en la casa, que actualmente está en venta. «En este momento, ni tenemos claro qué podría valer. Es verdad que alguna agencia tiene datos de la casa, pero es algo más teórico que práctico», asegura María Amaya Aleixandre. La sobrina nieta del poeta es dueña de tres quintas partes de la casa, un proindiviso que pertenece a cinco personas.

Frente a la posibilidad de que la vivienda sea declarada Bien de Interés Cultural (BIC), como recientemente sucedió con el legado de García Lorca, la heredera de Aleixandre no lo ve «muy deseable». «Me gustaría que las administraciones se portaran adecuadamente con los dueños, porque a esta situación hemos llegado también en parte por culpa de ellos, porque llegamos a tener alguna oferta de compra que desechamos». Entretanto, la casa ha llegado a estar okupada y ha sido víctima de algún vándalo, que no ha dudado en llevarse el número 3 de la entrada. Ante esta situación, María Amaya Aleixandre considera que el proyecto de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre de convertir Velintonia en un centro vivo de la poesía es «el mejor». Eso sí, la heredera reconoce que «nunca hemos puesto ninguna condición a la hora de venderla».

La Asociación, por su parte, en palabras de su presidente, Alejandro Sanz, tiene claro que el objetivo es «salvar esa casa». «El problema es la falta de voluntad política y la ignorancia, porque muchos de los que forman parte de las administraciones públicas no saben quién es Vicente Aleixandre», asegura Sanz. Tras las últimas elecciones municipales y autonómicas, la Asociación se puso en contacto con la Comunidad de Madrid, presidida por Cristina Cifuentes. Como respuesta, recibieron una carta, firmada el 16 de febrero, en la que la presidenta les comunicaba que había «remitido su escrito a la Oficina de Cultura y Turismo para que se pongan en contacto con ustedes». No han tenido noticias.

¿Y qué piensan sus amigos, a quienes el Nobel abrió Velintonia como si fuera su propia casa? «Una vez que la Administración y la familia no han llegado a un acuerdo, ¿a quién culpamos?», se queja Antonio Carvajal, uno de los íntimos de Aleixandre. Entre sus recuerdos guarda, con cariño, el día que, tras comer en el salón «nos pasó una botella de coñac y, copita va, copita viene, nos sentamos a su lado mientras reposaba». Carvajal se había tomado media botella y estaba que se «caía de sueño». Entonces, Aleixandre le dijo: «Tiéndete en la alfombra con el cojín, que eso lo hacía mucho Miguel». Eso hizo entonces y, al rememorarlo hoy, la voz casi se le quiebra. «Lo quise mucho en vida, y lo sigo queriendo en muerte. Era una bendición».

«Cernuda nos dice en los años 30 que Aleixandre tenía esa capacidad para buscar la concordia entre amigos, y el reflejo es su casa», asegura Antonio Colinas. El último premio Reina Sofía de Poesía lo conoció cuando llegó a Madrid, a los 18 años, y lo trató hasta su muerte. De hecho, la última vez que lo vio fue, con Dámaso Alonso, en la UCI de la Clínica Santa Elena, a pocos pasos de Velintonia. Colinas tiene a Aleixandre por su «maestro literario» y recuerda cómo en «esas primeras visitas le llevaba mis poemas y me aconsejaba de una manera práctica, para que empezara a escribir verso libre». Él «siempre» está pensando «en la salvación de la casa» y por eso le resulta «inexplicable esa unanimidad en no solucionar el problema».

Para Jaime Siles «esa casa era una especie de santuario mágico de la poesía». El poeta mantiene intacta la primera impresión que le produjo llegar allí («Como asistir a un capítulo de la historia, pero en vivo») y recuerda un día, en marzo, que en Madrid había caído una nevada imponente y Aleixandre le dijo: «Qué gran momento para escribir un poema sobre el verano». Allí, también, una tarde, César Antonio Molina le leyó su primer libro, «poema por poema». «Era muy generoso y escuchaba –recuerda el exministro–, por eso traté de sacar esto adelante, pero contra todos no se puede».

Al traspasar el umbral de Velintonia y cerrar la puerta, una no puede evitar derramar unas lágrimas, como Jaime Gil de Biedma hizo uno de los últimos días que visitó al maestro.

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