El Presidio, que está siendo objeto de reconstrucción
El Presidio, que está siendo objeto de reconstrucción - ABC

La tragedia de San Sabá

Los comanches arrasaron la Misión de Santa Cruz, en Texas, sin dar tiempo a auxiliarla

MADRID Actualizado: Guardar
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El amanecer enhebra un hilo de luz por el ventanuco de la celda de Miguel de Molina, franciscano de la Misión de Santa Cruz de San Sabá, en Texas, avanzadilla española en el Suroeste de los actuales Estados Unidos. Esa hebra de claridad le despierta y, como hace cada mañana, se asoma para pulsar el temple del día.

Un escalofrío recorre su espinazo, porque algo inesperado se recorta sobre la línea rasa del horizonte. Al momento cruza el frío pasillo de la Misión y llama a la celda del superior de la Misión, el padre Alonso Giraldo de Terreros, que procede a su aseo matutino. Le apremia a asomarse por el ventanillo, y al contemplar las lejanas figuras recortadas contra el cielo del alba, fray Giraldo se estremece con una sacudida.

«Comanches», dice, y acude raudo donde duermen aún los nativos apaches acogidos a la Misión, y despertando a uno de ellos le urge para que a buen correr acuda a dar aviso al Presidio español de San Luis de las Amarillas, que dista cinco kilómetros de la Misión. Instruye a los padres para que pongan a recaudo los objetos sagrados y se dirige a la capilla para rezar, y las oraciones y un difuso sentimiento de culpa se mezclan en su cabeza por iguales partes.

Y es que a él toca la responsabilidad mayor de que la Misión y el Presidio se distanciaran, contraviniendo la política general española de que ambos se construyeran en vecindad. La Misión, para instruir a los indios en la fe y en la cultura occidental; el Presidio, para disuadir a las tribus enemigas de cualquier agresión sobre la Misión. Y este esquema se ha reiterado a lo largo del territorio de la frontera.

Peligrosa excepción

Pero San Sabá ha sido la excepción. El padre Giraldo de Terreros pertenece a la nómina de religiosos que juzgan perniciosa la presencia cercana de los soldados del Presidio. España lleva ya dos siglos en el territorio, y ha habido casos aislados de soldados que se han extralimitado con las indias, pero, como ocurre siempre, la excepción se ha hecho norma (la Leyenda Negra no es sino la injusta generalización de contados casos de abusos de algunos desaprensivos sobre los indios), instalando entre los misioneros la idea de que la proximidad de los españoles es nociva para los indígenas.

La construcción del Presidio, a cinco kilómetros, clave de la tragedia sucedida

El padre Terreros sustenta con encono esa opinión, y la ha mantenido contra el parecer del jefe del Presidio, el veterano coronel del territorio de frontera, Diego Ortiz Parrilla. Sabe este que la región se halla infestada de agresivos comanches; que estos odian a los apaches, recogidos en la Misión de San Sabá; y que una Misión solitaria es un reclamo demasiado atractivo para quienes pasan por ser los mayores depredadores de las grandes praderas de Texas. Tales motivos le parecen a Ortiz más que suficientes para aconsejar que Misión y Presidio se avecinden, y así lo encarece. Pero al cabo se impone la opinión de fray Giraldo, y ambos se construyen separados. En la España de entonces pesaban más los religiosos que los militares.

Ortiz Parrilla recibe en el Presidio el aviso del indio, que ha llegado desencajado, y temiendo lo peor apresta de inmediato a las tropas presidiales para acudir en socorro de la Misión. Más de doscientos soldados avanzan a uña de caballo por los campos texanos, e incluso de camino llegan a escuchar la gritería que brota de la misma.

Fuego y destrucción

Cuando llegan todo está consumado en una turbulencia de fuego, humo y destrucción. La Misión es un montón de escombros, y de entre ellos asoma como un aparecido fray Miguel, el único padre que ha logrado sobrevivir al ataque comanche, y apenas puede desgranar su relato sobrecogedor. «Con la primera luz pude ver cómo la masa de comanches se cernía sobre el horizonte y avisé a fray Giraldo. Luego todo fue muy rápido. Dos mil comanches se arrojaron sobre nuestra Misión como una jauría, incendiando, saqueando, matando. Asesinaron a los pobres indios que recibían nuestra enseñanza; mataron y decapitaron a los demás padres que atendían la Misión, entre ellos al padre Giraldo. Mataron también el ganado, robaron caballos… Solo unos pocos pudimos escondernos entre las ruinas. Si el Presidio hubiera estado cerca, los comanches no se hubieran atrevido».

España aplicó cumplido castigo, pero no volvió a caer en el error. Hoy, en el pueblo texano de Menard, subsiste el Presidio de San Luis de las Amarillas, y es objeto de reconstrucción por parte de las autoridades de Texas. A pocos kilómetros, junto al río, allí donde un día se asentó la Misión de Santa Cruz de San Sabá, reinan la soledad y el silencio, pero la historia de la tragedia ha quedado prendida de los flecos del tiempo, flotando sobre el recoleto, solitario paraje.

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