Tom Campbell, director dimisionario del Metropolitan Museum
Tom Campbell, director dimisionario del Metropolitan Museum - Ignacio Gil

Tapices y faldas: la dimisión del director del Metropolitan provoca un terremoto en el museo

La institución, abocada a una revisión de su modelo de gestión tras su crisis más sonada

CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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Tom Campbell anunció su salida del Metropolitan Museum de Nueva York en medio de críticas a su gestión. Ahora se sabe que una «relación inapropiada» con una empleada erosionó su autoridad. Pero su retirada ha dejado ver también las grietas de un modelo de gestión en uno de los primeros museos del mundo, que necesita una revisión profunda.

Con cara de no haber roto un plato, gafas de varilla y la apariencia de profesor de instituto novato,Tom Campbell fue nombrado en septiembre de 2008, para sorpresa de muchos, director del Metropolitan Museum de Nueva York, una institución de gran relevancia internacional, y la más visitada de EE.UU. Tenía 46 años y su llegada suponía un cambio de rumbo para el museo, que había estado más de tres décadas bajo el liderazgo de Philippe de Montebello. Campbell era un experto mundial en tapices, sin experiencia en gestión, que debía encajar este mastodonte del arte en las exigencias del siglo XXI.

El pasado febrero, el Met anunció que Campbell –menos jovial, más arrugado y con una capa cárdena en su cabello– dejaría la dirección del museo el próximo junio. Eso ya no fue una sorpresa, con un Met que hacía aguas por varios frentes.

El año pasado, se descubrió un déficit de 40 millones de dólares, ante la caída de los fondos públicos y privados al museo y la mayor competencia de rivales como el Museo de Arte Moderno (MoMA) o el Whitney Museum, que ha desembarcado con éxito en su nueva sede en el «downtown» de Nueva York. El agujero presupuestario forzó la salida de noventa trabajadores.

Rebajar las pretensiones

Los comisarios recibieron la orden de rebajar las pretensiones en sus exposiciones, que han caído de unas sesenta al año a alrededor de cuarenta. La ambiciosa expansión para arte moderno y contemporáneo, presupuestada en 600 millones de dólares, fue retrasada el mes pasado. La mudanza de parte de su colección a su nuevo satélite, el Met Breuer, costó más de lo previsto. El rediseño de su imagen y de su logo fue criticada y se fue de presupuesto.

Ahora se sabe que, mientras todo esto ocurría, Campbell –británico, erudito, elegante– había dilapidado buena parte de su autoridad en el museo entre líos de faldas y favoritismos. Y lo que es más grave: la cúpula del Met miró hacia otro lado. Lo ha desvelado «The New York Times» en un reportaje que ha supuesto un terremoto en el museo de la Quinta Avenida.

El momento clave fue la salida en 2012 de Erin Coburn, entonces responsable de todos los esfuerzos del Met en la transición al mundo digital, una prioridad para Campbell. Fue una renuncia discreta, que se producía solo dos años después de su fichaje, muy celebrado por el museo. Coburn se fue con una compensación que el Met no reveló, pero ahora se sabe que su marcha se debió a una relación personal de Campbell con una subordinada suya.

Coburn se marchó porque esta trabajadora hizo imposible su trabajo: acumulaba poderes y prebendas que no le correspondían, contrataba personal y recursos desmedidos y dejaba de lado a compañeros por su propia cuenta. Todo, según las conversaciones del periódico neoyorquino con empleados actuales y pasados del museo, por gozar de una relación especial con el director.

Como un perro de presa

Un idilio que se concretaba en copas después del trabajo en Balon, un bar discreto en la calle 81, según desvela «The New York Post» o cuando a la trabajadora se le ponía la cara como un tomate cuando alguien entraba en el despacho de Campbell y les pillaba juntos. «Tom se ponía como un perro de presa si yo decía algo en contra de ella», asegura una fuente al diario neoyorquino.

Coburn denunció la situación ante la cúpula ejecutiva del Met, que solo decidió advertir a Campbell de su comportamiento y encargar una investigación externa que acabó sin consecuencias mientras la relación se seguía cobrando víctimas. Matthew Morgan, responsable de la web del museo entre 2006 y 2012, también se marchó por lo que calificó como una «relación inapropiada».

Campbell y la trabajadora están casados, pero el escándalo no es por un juicio moral a su flirteo, sino por el impacto en la gestión de la organización. En el MoMa, por ejemplo, toda la plantilla con responsabilidades ejecutivas tiene que firmar cada año un código de conducta en el que, entre otras cosas, revelan si tienen un conflicto de interés –ya sea personal o económico– sobre las decisiones que toma en su trabajo. Eso incluye relaciones personales. Al cierre de esta edición, el Met no ha respondido a preguntas de ABC sobre si su cúpula también lo hace.

Ligón empedernido

Según Morgan, Campbell alimentó la «vanidad» de la trabajadora en vez de tomar las decisiones correctas sobre el entorno digital.

El lío de faldas y su impacto en la gestión del museo erosionó la autoridad del director, que ya venía tocada por una sensación de la plantilla –cuyas tres cuartas partes está formada por mujeres– de que Campbell era un ligón empedernido. «Esto provocó el tipo de malestar en el que las mujeres que no eran ascendidas o no avanzaban por la razón que fuera pensaban que se debía a que no eran su tipo de chica o cosas así», explicó un extrabajador a la revista «Variety Fair», que también desgranó como Campbell adoptaba y desechaba «protegidos» con facilidad.

Las revelaciones dejan en mal lugar a Campbell –algunos rumorean que no llegará ni a junio en su despacho–, pero también a la cúpula del Met, un órgano regido por el Consejo de Administración que es, en esencia, el club de dinero y poder más exclusivo de Nueva York. Su presidente, el magnate inmobiliario Daniel Brodsky, y otros altos ejecutivos actuaron con una pasividad y una falta de transparencia que ahora lamentan. «Podemos hacer más», reconoció.

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