El Día D peligró por la pelea doméstica de un espía español

La mujer de Juan Pujol, «Garbo», amenazó con desenmascararlo porque no la había llevado a una fiesta, según documentos desclasificados ayer

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Aunque no es tan conocido como debería por sus compatriotas, el español Juan Pujol García (Barcelona, 1914-Caracas, 1988) tal vez fue el doble agente más importante de la historia. Lo cual no está mal para un hombre que empezó su vida laboral como criador de pollos. Con mañas picarescas y un desparpajo atrevidísimo, logró engatusar al mismísimo Hitler con sus informes falsos. Le hizo creer que el desembarco del Día D, el 6 de junio de 1944, se llevaría a cabo por Paso de Calais, a 249 kilómetros de la ofensiva real en las playas de Normandía.

Los embustes de Juan Pujol -agente Garbo para el MI5 británico, Arabel o Rufus para la Abwehr, el espionaje alemán- otorgaron a los aliados unas horas de ventaja preciosas.

Valiente hasta lo extravagante, acabó logrando algo único: ser condecorado por las dos naciones en guerra. El 29 de julio de 1944, semanas después del desembarco, Hitler le concedió la Cruz de Hierro. Garbo lograba así mantener su engaño ante los alemanes, pese a haberles colado una trola sin parangón, «mi pequeña contribución a la historia del siglo XX», la llamaba él. Pero también fue distinguido con la Orden del Imperio Británico. Su osadía le llevó a cobrar en Madrid 25.000 pesetas del espionaje alemán tras la derrota nazi, cantidad que pagó su fuga a Venezuela para evitar represalias, tras simular su muerte por malaria en Angola.

La vida de Juan Pujol es una novela. Papeles desclasificados del MI5 han revelado que un conflicto doméstico en su hogar estuvo a punto de mandar al traste la «Operación Fortitude», el meticuloso plan para engañar a Hitler sobre el desembarco. Su mujer, una belleza gallega llamada Araceli González Carballo, harta de las ausencias de su marido y de vivir enclaustrada con sus dos hijos por orden del espionaje británico, reventó. En un brote de morriña e ira, que estalló después de que Garbo no la llevase a una fiesta en la Embajada de España, amenazó con presentarse allí y destapar la condición de doble agente de su marido y toda la mentira de su red de espías inventados: «Quiero irme de Inglaterra. No voy a estar aquí ni un día más. ¡Tendré mi venganza! Y no es una amenaza, ¡es un hecho! Aunque me maten, voy a ir a la Embajada de España», gritó en su domicilio de Harlow, una pequeña ciudad al noroeste de Londres, para pavor del controlador de Pujol, el agente Thomas Harris.

Araceli era una mujer de buena familia de Lugo, que conoció a Pujol en la sede del Gobierno de Franco en Burgos, donde ella trabajaba como secretaria del gobernador del Banco de España y él era un soldado nacional. El barcelonés había desertado antes del ejército republicano, asqueado por la violencia anarquista y comunista, pero pronto se desencantó también de la del bando nacional. Araceli, de fuerte temperamento, lo ayudó en la escapada vía Lisboa que acabó con Garbo como doble agente en Londres, a donde llegaron con un pírrico inglés.

A oídos de Churchill

El enfado y las amenazas de Araceli se convirtieron en asunto de Estado y hasta llegaron a oídos de Churchill. Tommy Harris, el controlador, fingió que había despedido a Pujol para tranquilizar a Araceli. No funcionó. Entonces entró en acción el maestro del embuste, el propio Garbo. Su plan sí resultó. Fingieron que el espía había sido arrestado por su mando inglés. Vendándole los ojos, condujeron a su esposa a un campo de detención para verlo. Los informes desclasificados cuentan lo que sucedió en aquel encuentro: «Él le recordó que no tenía tiempo que perder con gente incómoda y le dijo que si alguna vez le volvían a mencionar su nombre, se encargaría de que la encarcelasen. Ella volvió a casa muy escarmentada y esperando el regreso de su marido».

Los documentos, que incluso citan de pasada al corresponsal de ABC en Londres, Luis Calvo, explican también el origen del tenaz odio de Juan Pujol por el nazismo: su hermano Joaquín fue arrestado por hacer fotos de la entrada de los alemanes en París y los nazis lo mataron a tiros.

Pujol García, bajito (1.60), de mirada vivaracha, orejas puntiagudas y personalidad atrabiliaria, había nacido en 1914 en la calle Muntaner de Barcelona. Tras trabajar en una granja de pollos y como gerente de un hotelito en Madrid, cuando arranca la Guerra Mundial decide hacerse espía y se ofrece reiteradamente a los ingleses, que se lo toman a chufla. Llama entonces a la embajada alemana en Madrid, alaba a Hitler y presenta su candidatura como agente en el Reino Unido. Los alemanes, por puro hastío, acaban aceptando a aquel atrabiliario entusiasta. Pujol dice a los alemanes que se va a Londres. Pero con su osadía habitual se instala en Lisboa y desde allí comienza a enviar informes fechados en Inglaterra. Inmensas patrañas, que compone con una guía de viajes, los horarios de los trenes y lo que ve en los noticiarios del cine.

En abril de 1942, logra la confianza de los ingleses, gracias a una gestión de Araceli ante el agregado militar estadounidense en Lisboa. El MI6 lo traslada a Londres, con un ficticio empleo en la BBC. Allí se torna más osado. Llega a inventarse una red de 17 espías pro alemanes. En 1944 escribe su obra de arte. La Abwehr le demanda información sobre el gran desembarco. Pujol envía 500 mensajes de radio a Berlín advirtiendo de que Normandía es un simulacro, que lo letal vendrá por Paso de Calais. Incluso se inventa un falso ejército presto para la acción.

Tras instalarse en Venezuela, Pujol y su mujer se divorciaron. Araceli rehízo su vida en Madrid y se casó en 1958 con Edward Kreisler, con el que fundó una galería de arte. Muchos años después, cuando nadie contaba con él, Pujol reapareció para ver a los hijos de su primer matrimonio y conocer a sus nietos. Hubo paz.

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