Félix de Azúa durante su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE)
Félix de Azúa durante su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE) - EFE

Félix de Azúa: «Estábamos al servicio de ideas comunistas que habían fracasado con enormes carnicerías»

En su discurso de ingreso en la RAE, el escritor evocó sus comienzos literarios y rindió homenaje a la figura de Martín de Riquer, su antecesor en el sillón «H»

MADRID Actualizado: Guardar
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Félix de Azúa (Barcelona, 1944) ingresó ayer en la Real Academia Española (RAE) con un discurso en el que recordó los «años convulsos» en que la sociedad estaba «al servicio de ideas comunistas, consideradas esperanzadoras, pero que habían fracasado con enormes carnicerías comparables a las del Tercer Reich».

El escritor, que ocupará el sillón «H», continuó con su reflexión acerca de su generación, la del 68: «Ahora me parece un disparate, pero en aquellos años me sentí perfectamente identificado con la séptima cruzada, hermosa historia de caballeros armados que no ganaron una sola batalla», y cuyas trágicas consecuencias fueron «los muertos, los desaparecidos, los prisioneros, los que habían arruinado su vida no solo por la revolución social, sino sobre todo por la ideología del momento, las drogas, las comunas...

toda la insensatez que fue cobrándose vidas de jóvenes. En mi círculo de amigos hubo más bajas que en el de mi padre por la Guerra Civil».

En un acto presidido por el ministro de Educación y Cultura en funciones, Íñigo Méndez de Vigo, y ante más de quinientos invitados, el poeta, novelista y ensayista catalán leyó su discurso, titulado «Un neologismo y la Hache», al que luego respondería Mario Vargas Llosa.

El curioso título del discurso le sirvió a De Azúa (Barcelona, 1944) para rendir homenaje a su antecesor en el sillón «H», Martín de Riquer, fallecido en septiembre de 2013, y para contar cuánto le debe a ese gran medievalista y experto en Cervantes, cuya erudición influyó en cierto modo en la amistad entre Carlos Barral y Vargas Llosa.

El neologismo al que alude el título es «serendipia», que en la última edición del Diccionario de la RAE se define como «hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual» y se explica con el ejemplo «el descubrimiento de la penicilina fue una serendipia».

También lo fue, añadió De Azúa, el descubrimiento del continente americano, «cuando Colón buscaba las Indias, y cosas mucho más humildes», como la Viagra, «que apareció cuando los científicos buscaban un fármaco contra la angina de pecho».

Y es que el autor de «El aprendizaje de la decepción» cree que hay «una relación serendípica» entre él y Martín de Riquer, a quien conoció en 1970, en una conferencia que el gran experto en literatura provenzal pronunció en el Círculo Cultural de los Ejércitos sobre «Armas y armaduras de los caballeros catalanes en la Edad Media».

La conferencia «fascinó» a De Azúa «y más aún el personaje»: «un hombre pequeñito, enérgico y con una oratoria inflamada». A Martín de Riquer «le faltaba un brazo, pero daba la impresión de que lo movía blandiendo uno de los espadones de sus caballeros renacentistas», decía el nuevo académico.

Félix de Azúa buscó durante un tiempo el tratado «L'arnès del cavaller», que Riquer había publicado en 1968 y que analizaba el armamento ofensivo y defensivo desde el medievo. Un día lo encontró en una librería de lance del barrio chino de Barcelona a donde había acudido «en busca de otra pieza». «Más serendipia», aseguró el escritor catalán.

La sabiduría de Martín de Riquer sobre el léxico militar le servía para datar escritos antiguos. «Si en un texto aparece una lanza "en ristre", no puede ser anterior al siglo XIV», comentaba hoy De Azúa, que por esos años quiso escribir una novela que recuperase algunas de aquellas «palabras calladas», pero el proyecto no cuajaría hasta 1982.

También fue «otra serendipia» la que reunió a Barral y Mario Vargas Llosa «cuando buscaban un Joanot Martorell y se encontraron un Riquer», prosiguió el autor de «Génesis», su último libro publicado hasta ahora.

Siendo muy joven, Vargas Llosa descubrió el «Tirant lo Blanc», de Martorell, en una biblioteca de Lima y quedó «deslumbrado» por ese libro de caballerías valenciano, cuenta el premio Nobel en sus obras. «Cuando llegó a España como estudiante, en 1958, se quedo atónito al constatar que nadie conocía una novela que a él le había parecido la cumbre del género», decía De Azúa.

En 1962, Vargas Llosa ganó el Premio Biblioteca Breve con «La ciudad y los perros», y ahí comenzó su «buena amistad» con Barral. «Fruto de ella fue la aparición en dos volúmenes del 'Tirant' en 1969», prologados por Martín de Riquer. Para el autor de «La casa verde», Martorell «puede ponerse junto a Fielding, Balzac, Dickens, Flaubert, Tolstói, Joyce y Faulkner», citó el nuevo académico.

Félix de Azúa retomó su antiguo proyecto de escribir «una novela de aventuras caballerescas», a pesar de que en los años setenta del siglo XX «las novelas históricas estaban muy mal vistas» y «se rendía pleitesía a la escuela francesa de Robbe-Grillet y a la irlandesa de Beckett».

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