Javier Sierra: «Soy un caballero que busca el Santo Grial»

El autor, uno de los más leídos en nuestro país, recordó para ABC sus lecturas de infancia, sus viajes y su amor por la literatura y el misterio

SAN LORENZO DE EL ESCORIAL Actualizado: Guardar
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Javier Sierra (Teruel, 1971) es un adulto que pide mirar el mundo con los ojos de un niño. Eso confesó a ABC este viernes, durante una entrevista donde uno de los escritores más leídos y vendidos de nuestro país recordó sus lecturas de infancia, su afán por los viajes y el misterio y deseo, plasmado en sus novelas, de lograr que la literatura sea, por encima de todo, «un juego».

Ha participado en unas jornadas de conferencias para aprender a escribir, a construir un relato ¿Cómo las ha vivido?

Para mí ha sido una experiencia muy creativa, porque juntarse con un alumnado que está deseando construir sus propias historias te hace reflexionar sobre la manera en que construyo las mías, y te obliga a racionalizar un proceso que muchas veces es instintivo.

¿En qué consiste ese proceso para usted?

Lo primero y fundamental es hacerme una pregunta que quiero resolver, eso marca la dirección de la investigación y del trabajo posterior de readacción. Lo segundo es la documentación, trabajo a veces muy exhaustivo y que tienes que saber cuándo frenar. Después hay un proceso de desconexión, tienes que olvidarte de lo que has estudiado y aprendido y dejar que tu instinto hable, esa es tu voz, que es lo que hace que tu novela sea distinta de todo lo que has leído y estudiado hasta ese momento. Y después hay un período de congelar lo que has escrito, dejarlo madurar, y revisarlo ad infinitum hasta que logres la piedra filosofal.

Después del trabajo de documentación, ¿cómo hace para que lo aprendido llegue a un público amplio?

Es complejo, pero se sintetiza en una imagen muy clara, y es que yo soy un caballero en busca del Grial. Soy un caballero que sabe que hay un Grial ahí fuera, que hay un tesoro más grande que la vida misma, y lo que tengo que hacer es, al menos, vislumbrarlo. Y una vez que he vislumbrado, aterrizarlo en una novela y compartirlo con los demás. Yo no distingo mucho el trabajo del escritor con el trabajo del antiguo trovador que en el siglo XII pintaba sobre unos carteles una historia, como si fueran viñetas, e iba de plaza en plaza contando sus historias a los demás. Pero también de es muy importante compartir con el lector el límite al que has llegado, porque puede que entre todos esos lectores que te escuchan o te leen, haya alguno que quiera recuperar la búsqueda, y eso es maravilloso.

De todas esas investigaciones, ¿cuál le ha emocionado más?

La que más me ha apasionado, pero también la que más me ha costado, tiene que ver con mi última novela, «La pirámide inmortal», en la que tratando de reconstruir qué le pasó a Napoleón Bonaparte en el interior de la Gran Pirámide en agosto de 1799, terminé pasando una noche a solas dentro de la Gran Pirámide. La experiencia de una noche de soledad absoluta en un lugar así me espeluznó, me asustó, me agitó profundamente. Me marcó.

¿Por qué generan tanta fascinación las pirámides?

Cuando llegas al borde de la meseta de Guiza en El Cairo y ves las tres grandes pirámides tienes la certeza de que estás viendo un paisaje de otro mundo, y realmente lo es. Los antiguos egipcios construyeron aquello con su obsesión por la gran pregunta a la que se enfrenta todavía la humanidad, que ni la ciencia ni la filosofía han podido resolver y que la religión aún intenta, pero con trampas: ¿qué hay después de la muerte? Eso impacta mucho. Y luego, cuando consideras que hasta el siglo XIX, cuando se levanta la Torre Eiffel en París, aquellas eran las construccioes más altas hechas por mano humana, entiendes por qué todas las civilizaciones se han fijado en las pirámides. La fascinación tiene su resumen en un proverbio árabe que a mí me chifla: «el hombre teme al tiempo, pero el tiempo tee a las pirámides". Siempre han estado ahí y son una referencia permamente para nuestra civilización.

Esa experiencia de implicarte con el lugar sobre el que vas a escribir…

Eos es clave para mí.

¿Lo has repetido más veces?

Sí. Muchas.

¿Puede contarme alguna más?

Sí. Cuando escribí «El ángel perdido», que es una novela de acción que transita entre Santiago de Compostela, Finisterre y Turquía, terminé escalando el monte Ararat de Turquía, una cumbre de 5.165 metros, porque los mitos biblícos apuntaban que en su cima estaba el Arca de Noé debajo de un glaciar. Obviamente no encontré el Arca de Noé, ni la encontró ninguno de los peregrinos que ha subido hasta su cumbre, pero cuando estás allí arriba te das cuenta de que lo importante no es encontr el Arca, sino buscarla. Si no la buscas, si no sufres en el camino, si no te emocionas en el camino con los pqueños hallazgos, la vida no tiene sentido.

Con tanto internet, con tanta información, parece difícil mantener esa capacidad para asombrarse, para buscar misterios.

Hay dos elementos que mantienen el misterio intacto: la falta de información y el exceso de información, porque te pierdes. Con la falta tienes hambre, con el exceso tienes una sobredosis que requiere criterio. Con el trabajo que hago, intento inyectar criterio en la mente del lector, para que sepa por dónde buscar y por donde no hacerlo Pero no creo que los misterios sean menos porque tengamos más información. Piénsalo en términos de astrofísica: cuanto más conocemos sobre la estructura del universo, más nos acercamos al Big Bang primigenio de hace 13.500 millones de años, más preguntas nos hacemos sobre el mismo, y empezamos a cuestionarnos algo que es clave: ¿que había antes del Big Bang? Eso se puede aplicar a todo en la vida.

¿Por qué busca los misterios en el pasado?

Busco que el lector tenga un punto de partida cómodo para él. Hago preguntas trascendentes, casi todas mis novelas tienen que ver con quiénes somos, de dónde venimos, dónde vamos, pero digamos que la búsqueda de respuestas a esas dudas la hago a partir de elementos históricos que sean reconocibles. De lo contrario estaría escribiendo filosofía y no quiero, porque aleja.

Y usted, ¿qué respuestas ha encontrado?

He encontrado respuestas que son intrasferibles: sé que hay vida después de la muerte, pero lo sé yo. También sé que hay vida antes de la vida, pero lo sé yo, y no te lo puedo demostrar. En una era donde todo está condicionado por la razón, apelo al instinto.

¿Esa preferencia por el instinto le lleva a ambientar las novelas en países orientales, como Turquía o Egipto?

La primacía es temporal, no espacial. A partir de Descartes se produce un fenómeno muy curioso: el pensamiento racional se traduce en pensamiento mecánico y la razón nos da máquinas, tecnología, bienestar, calefacción en las casas, viajes espaciales. Y por lo tanto el institno, la parte trascendente mágica que nos ha hecho humanos durante los milenios anteriores, la dejamos en un segundo plano. Pero yo creo que no debemos olvidar que ese instinto es lo que hace que una madre cuide a su hijo, lo que da forma al amor. Lo que hay que buscar es lo que los antiguos egipcios llamaban «maat", equilibrio entre ambos polos.

¿De dónde viene su interés por estos temas?

Creo, aunque te parezca un poco rara la respuesta, que la clave está en que nací en Teruel. Es una ciudad muy pequeña, cuando nací tenía 25.000 habitantes, y no había respuesta para nada, luego desde muy niño tuve que acotumbrarme a buscarlas por mí mismo. Allí no había universidad, no había conferenciantes interesantes, allí no pasaba prácticamente nada, era la ciudad de provincias más pequeña del país.

¿Cómo fueron esas primeras búsquedas?

Pues muy estimulantes. Mi primer carné de verdad, no de los que me dibujaba de pequeño, fue el de la biblioteca pública de Teruel. Lo saqué con 9 años y aquello me cambió la vida. Hoy esa biblioteca es la Biblioteca Pública del Estado de Teruel, y tiene un apartado en sus fondos que es el legado Javier Sierra, donde se guardan ejemplares de todas y cada una de las ediciones de mis libros en todos los idiomas, porque he querido que sea así. Es como mi pequeño tributo al lugar que me hizo pensar en otras historias.

Y esos primeros libros, ¿cuáles fueron?

¿De lectura, o de escritura?

De lectura.

Pues los primeros libros fueron los de Julio Verne y Emilio Salgari, los que estaban en la bilbioteca pública, que eran libros de aventuras que me hicieron ver el mundo como si fuera una aventura. Pero a la vez, y también los considero libros, estaban los de Tintín. Todos los álbumes de Tíntin son maravillosos, aventuras que yo podría convertir en mis novelas: la búsqueda de una piedra misteriosa que cae del cielo, la búsqueda de un ídolo con la oreja rota, de un tesoro en un galeón. Historias maravillosas. Luego ya vendrían otros clásicos un poco más notables, pero fueron esas aventuras las que me marcaron con 8, 9, 10 años.

Todas esas lecturas alimentan la imaginación de un niño y de un adolescente, pero ¿cómo se siente el adulto cuando visita esos lugares?

Pues es una experiencia maravillosa. «Viaje al centro de la tierra», de Julio Verne, cuenta las aventuras del profesor Lidenbrock, que dirig una expedición al volcán Sneffels de Islandia, por donde se accede al centro de la tierra. Cuando leí que Verne no había estado nunca en Islandia, y que en realidad se había inspirado en un monte de los Pirenos franceses para construir su volcán, en un monte que se llama Bugarach, me organicé para escalar esa montaña con el libro de Verne en la mano, buscando la brecha de acceso al interior. No la encontré, me pasó como con el Arca de Noé en el monte Ararat, pero me dio igual, porque esaba en un escenario literario y reconocía el lugar.

En mis novelas siempre inserto deliberadamente lugares que el lector puede ir a ver, porque sé que la alquimia, la magia, la reacción que se produce en el cerebro del lector es inolvidable cuando, gracias a una novela, conoces un lugar y paseas por sus calles o transitas entre sus ábsides como si hubieras estado allí siempre…

Es un juego.

Es un juego. Pero es que la literatura, si no es juego, no vale.

¿Por qué?

Porque la literatura es una herramienta que te enseña a ver el mundo desde otra óptica. Y cambiar de visión es jugar. Los niños son mucho mejores que nosotros porque no se cierran en ninguna óptica. Luego somos los adultos los que les vamos cercenando muchas de esas ópticas para estandarizarlos. Yo me resisto a eso, me resisto a aplicármelo a mí mismo. Quiero seguir siendo ese niño que iba a la biblioteca bucando grandes tesoros en los libros, y me resisto a inculcarle esa visión, que a veces la educación persigue, a mis propios hijos, y no digamos a mis lectores.

¿Cómo lo ha intentado con tus hijos?

Viven con libros desde los cero años en su habitación, libros que han destrozado, lo que me parece correcto. Porque al libro hay que perderle el miedo.

¿Suplían los libros los viajes que no podía hacer cuando vivía en Teruel? ¿Ayudan a eso?

Los libros son el agua de la mente, los necesitas para superar lo vulgar. Por eso también el tipo de literatura que escribo busca trascender lo tangible, porque para lo tangible ya tenemos el telediario. Hay que dar el salto y que el libro te haga caminar sobre las nubes.

En alguna conversación con sus lectores, ¿qué es lo más bonito que le han dicho?

Me han dicho muchas cosas. (Se ríe)

O lo que más te haya emocionado.

Hay una anécdota que a mí me impactó mucho. Un taxista en Barcleona vino a que le firmara sus libros en Sant Jordi, el día del libro, y me dijo: mire, le escuché a usted un día en la radio contar la historia de cómo había escrito su novela, y ese día bajé la bandera para que nadie entrara en el taxi y me molestara, para que no me robara ese momento. En el fondo, el Santo Grial del escritor es conseguir que el lector se olvide del mundo, no quiera salir del libro.

¿En qué está trabajando ahora?

Estoy concluyendo una novela que creo que se publicará el año que viene, pero no te puedo contar más.

¿Cómo le gustaría ser recordado por sus lectores?

Tengo una especie de etiqueta en mi Twitter que me define: «homo quaerens», el hombre que se pregunta. Pero también significa el hombre que pregunta. Yo soy eso.

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