Dalí: una «cruenta» exhumación de consecuencias inciertas

Los restos extraídos, subrayó ayer la Fundación Dalí, serán restituidos en breve al sepulcro

Pilar Abel no es hija de Salvador Dalí ATLAS

DAVID MORÁN

Su embalsamador, Narcís Bardalet, se refirió al corrientazo que recorrió su cuerpo cuando la noche del pasado 19 de julio el cuerpo sin vida de Salvador Dalí fue exhumado como «una emoción histórica». Tenía puesto el pañuelo de seda, blanco impoluto, con el que le había tapado la cara su amigo y chófer Artur Caminal antes de enterrarlo. Su melena seguía enraizada a su testa y su emblemático bigote marcaba las 10 y 10, como a él le gustaba decir, mientras permanecía tan tieso como los retratistas se esmeran en reflejar. Fue así como lo sepultaron el 25 de enero de 1989.

El genio de Portlligat volvió a ver la luz 28 años después de ser embalsamado y sepultado bajo una imponente losa en el corazón del actual Teatro-Museo de Figueres (Gerona). La demanda de paternidad impuesta por la vidente de Figueres Pilar Abel tenía la culpa, y el surrealismo del momento no interfirió en que los trabajos pertinentes transcurriesen con normalidad.

Los responsables judiciales y forenses prestaron a las tibias y los perones, las uñas y los molares que se llevaron –los responsables judiciales habían solicitado que al menos hubiese un diente y un hueso largo para tener más probabilidades de éxito en las pruebas– un tratamiento propio de un tesoro genético. En él buscaron pruebas genéticas para confirmar la veracidad del parentesco, pero solo encontraron respuestas adversativas.

Los restos serán restituidos

Los restos extraídos, subrayó ayer la Fundación Dalí, serán restituidos en breve al sepulcro . No se sabe si en ese momento habrá una comitiva como la que presidió la exhumación y restó el barniz íntimo que se pretendía dar. La formaron el letrado del juzgado, tres forenses y un ayudante suyo, tres miembros de servicios funerarios y, en un segundo plano, representantes de la Fundación Dalí, del Ayuntamiento de Figueres, de la Generalitat y del Estado así como el abogado de Abel, el forense Narcís Bardalet y agentes de los Mossos d’Esquadra. Fue el que trató su cadáver casi tres décadas atrás quien pudo apreciar cómo el tiempo le había afectado. Lo comparó con una momia, y también con madera, e incluso derramó alguna lágrima al ver cómo la pulcritud de su trabajo había servido para que ni un ápice de moho o de hongos fruto de la humedad perturbasen el descanso del pintor. En 38 años de trabajo, aseguró, no había visto nada igual.

Reincidió ayer en su intención de no hablar hasta el juicio, que se celebrará el próximo 18 de septiembre en Madrid, consciente de la repercusión que sus palabras pueden tener y del secreto médico que lo ampara. Las maniobras comenzaron a los ocho de la tarde, y apenas eran las diez de la noche cuando el féretro se había extraído de la fosa que cubría una lápida de 1,5 toneladas. Para evitar que las suculentas imágenes de la exhumación cayesen en manos indeseadas, se cubrió la zona con una carpa y se requisaron todos los teléfonos móviles.

El estado momificado de los restos mortales del artista, fruto del formol que ocupaba sus vasos sanguíneos, tornó imposible utilizar el bisturí e imperó echar mano de una sierra eléctrica. Los trabajos terminaron antes de la una de la madrugada y las muestras extraídas viajaron a Madrid, desde donde el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses alcanzó una conclusión que deja suspendidas en el aire las inciertas consecuencias de una «cruenta» exhumación acometida sin mayor prueba que la palabra de una mujer.

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