La huella de España en EE.UU.

El calvario de los jesuitas en Florida

Una y otra vez, los indios masacraban a los misioneros que Pedro Menéndez de Avilés solicitaba a Felipe II

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Año 1565, Florida española. El Adelantado Pedro Menéndez de Avilés ha sentado las bases de la presencia española en La Florida. En acción fulgurante ha expulsado a los franceses hugonotes de Fort Caroline, ha fundado las ciudades de Santa Elena y San Agustín, y ha establecido colonos en ellas, pero ahora corresponde acometer una parte esencial del motivo colonizador español, la cristianización de los nativos. Para ello escribe al rey Felipe II y, soslayando a las Órdenes religiosas que ya estaban autorizadas a evangelizar en América, franciscanos, mercedarios, dominicos y agustinos, solicita la venida de religiosos de una Orden que había sido fundada treinta años antes: la Compañía de Jesús.

No sin resistencia se acepta la petición, y dos años después arriban a Florida los primeros jesuitas, los padres Rogel, Martínez y Villarreal. Pero quiere el azar que su inexperto piloto se desoriente en estas costas y deban costear, zarandeados por oleajes y tormentas, durante diez días, lo que acaba con sus provisiones. El hambre y la sed fuerzan al padre Martínez y otros tripulantes a desembarcar con el batel auxiliar. Mientras buscan provisiones, las tormentas obligan al barco a alejarse, quedando solos durante varios días, costeando con el bajel hasta que tienen un encuentro con los nativos, que tratan de apoderarse del bote. A duras penas algunos marineros logran escapar, pero el padre Martínez, es retenido y, a la vista de todos, golpeado con una maza en la cabeza, quedando muerto sobre la arena, destino que seguirán los otros. Era el 28 de septiembre de 1566.

El hecho tuvo honda repercusión en la Compañía de Jesús. Por una parte, se produjo una explosión de peticiones de los jesuitas para misionar en América, lo que demuestra su celo evangelizador; por otra, el superior, Francisco de Borja, decidió someter la presencia de los jesuitas en Florida a observación crítica. Pero los años siguientes probaron la escasa progresión del avance misionero. Los indios floridanos eran demasiado primitivos como para recibir con eficacia la semilla de la fe. Su hostilidad hacia colonos y misioneros era continua, pasados cuatros años la evangelización no avanzaba, y los padres parecían desconcertados sobre el camino a seguir.

De modo que Francisco de Borja resolvió retirar a los jesuitas de Florida, a lo que se opuso el Adelantado Menéndez de Avilés, muy devoto de la Compañía, de su preparación, de la racionalidad que imprimía a todas sus acciones. Hizo mediar al Rey de España para convencer al Superior, quien a regañadientes aceptó enviar una nueva partida de jesuitas, al mando del viceprovincial de la Orden, el padre Segura.

Esta vez las perspectivas eran excelentes, toda vez que con el grupo viajaba un nativo converso, Luis de Velasco, «don Luis», sacado de aquellas tierras y españolizado en Sevilla por la Orden para servir de intérprete y correa de transmisión hacia los naturales. Además, el nuevo intento se haría en las tierras de don Luis, el entorno de la bahía de Chesapeake, donde unos años después arribarían los pioneros ingleses. Todavía no había área en los futuros Estados Unidos que no fuera de soberanía española.

Desembarcado el grupo, instalan un pequeño campamento base, y el padre Segura, Velasco y algunos más remontan río arriba, levantan una choza que dejan al cuidado de don Luis, y el padre Segura se interna para explorar el terreno y buscar nativos para predicar el Evangelio.

Pero al regresar a la choza, comprueban que don Luis se ha ido. Pasan varios días, y como no regresa acuden a buscarle. Se ha reintegrado a los suyos, pero les recibe amablemente y promete volver al redil español.

Regresan todos a la choza, con el arrepentido don Luis y algunos indios más, y en el camino ordena este a los suyos que maten a Segura y a los demás, lo que hacen sin dilación mediante flechas y recios golpes de macana. No bastándole con esto, Velasco acude al campamento base, donde da muerte a los demás componentes de la expedición, menos a uno, que fue quien contó el suceso.

Este nuevo hecho colmó la prudencia y paciencia de Francisco de Borja, que decidió retirar a todos sus religiosos y abandonar la dolorosa experiencia de Florida, que no producía convertidos y sí mártires. Acaso no estaban preparados aún para bregar en aquellas tierras duras y hostiles. Como escribió un jesuita hablando de sus compañeros de Florida, «tienen tan gastados los estómagos, siendo personas delicadas y criadas en estudios, que si duran mucho tempo se acabarán…»

Pero su fracaso en Florida fue semilla de aprendizaje y experiencia, que daría fruto tiempo después, en la fabulosa labor misional de las Reducciones jesuitas de los guaraníes del Paraguay. Y en cuanto a la Florida, su evangelización estaba reservada para una Orden más antigua y curtida en sufrimientos y sacrificios, los franciscanos.

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