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La arqueología gana la última batalla de la fragata Mercedes

ABC asiste a los trabajos sobre el pecio de la fragata expoliada por Odyssey, a 30 millas al sur del Algarve portugués

AGUAS INTERNACIONALES,A 30 MILLAS DE FARO Actualizado: Guardar
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Viajar al lugar donde se hundió la fragata Mercedes en 1804, durante la batalla del Cabo de Santa María, no es fácil, pero resulta emocionante. Se encuentra en aguas internacionales, al sur de Portugal. La lentitud de la navegación (tardamos cinco horas en llegar al pecio desde Ayamonte, a bordo del Atalaya, patrullero de altura de la Armada) propicia que imaginemos la batalla, un ataque a traición en tiempo de paz, y el fragor de los cañones de aquel 5 de octubre, que produjo el estallido de la nave, y los 249 muertos que arrastró al fondo la explosión, o la guerra que desató y que desembocó en Trafalgar...

Llegados al lugar, acompañar durante unas horas a los arqueólogos en la segunda campaña sobre el pecio de aquella fragata que volvió a ser famosa en 2007 porque fue expoliada por Odyssey, es toda una experiencia.

Trabajan a bordo del buque oceanográfico Ángeles Alvariño, botado en 2012, y lo que hacen resulta casi un viaje en el tiempo. Porque descienden un kilómetro bajo la superficie y, en medio de la oscuridad, se asoman al pasado, a los restos desperdigados de aquella destrucción.

Mientras los periodistas eran testigos de excepción, el barco del Instituto Español de Oceanografía (IEO), dotado con la más avanzada tecnología, lanzó el vehículo remoto (ROV) Liropus 2000, con cámaras y sensores, para investigar y documentar con todo detalle el yacimiento, que está exactamente a 1.138 metros de profundidad en una llanura arcillosa.

El Liropus tiene dos brazos de titanio, con guantes de neopreno para manipular sin peligro las delicadas piezas que los cazatesoros «olvidaron», algunas con más interés arqueológico que otras. Hay anclas muy oxidadas (de hecho ya no queda núcleo metálico sino que son aglomeraciones de óxido y concreción, según nos explica el especialista Juan Luis Sierra), y también hay lingotes de estaño. Pero lo más valioso son los cañones, entre ellos dos culebrinas de gran tamaño y unos 1.800 kilos de peso, y las piezas de una vajilla de plata vieja (en 1804) que sus dueños traían a España en aquel viaje con el fin de fundirla.

Iván Negueruela, el director de campaña -también lo es del Museo Nacional de Arqueología Subacuática- explica con vehemencia que «aquel expolio fue un acto de piratería, como lo fue el ataque inglés de 1804 en tiempo de paz». Y cuenta a un reducido grupo de periodistas que el motivo fundamental por el que se ha hecho esta misión es porque, una vez vencidos los cazatesoros en los tribunales -tuvieron que devolver toda la carga que se habían llevado-, «después de ganada la batalla judicial en Estados Unidos había que ganar la de la arqueología, demostrar que España sí puede ocuparse de su patrimonio naval». Era un desafío tecnológico y de colaboración institucional que se ha pasado con nota.

Odyssey solo estaba interesada en lo que tiene valor de mercado, y sacó a toda prisa casi 600.000 monedas y pequeños objetos como tabaqueras y gemelos de oro que extrajeron también pensando en su venta. La historia, la arqueología, la dignidad o los restos de los marinos muertos aquel 5 de octubre de 1804 no les interesaban. Montaron la carga en un avión en Gibraltar y especularon con el hallazgo en bolsa.

Mala mar

Sin embargo, la campaña prevista por el Ministerio de Cultura para este año, del 9 al 20 de septiembre, ha tenido poca suerte con la meteorología. Con mala mar, el ROV no pudo trabajar durante la primera semana. Se intentó el día 11, coincidiendo con la visita de ABC, durante unas horas de mejoría, pero los operarios decidieron reflotar el Liropus cuando estaba a 150 metros de profundidad. Los tirones que el mar de fondo provocaba en el cable hacían peligrar la integridad de los equipos. Aun así, pudimos observar la organización de los trabajos, con los técnicos del ROV, empezando por su piloto, Marco Gómez, y vimos cómo toda la información se recoge y se pasa en tiempo real al laboratorio central del buque, desde donde el equipo de Negueruela dirige las operaciones. Sin embargo, al día siguiente de la visita de ABC el tiempo empeoró y el Ángeles Alvariño se refugió en el puerto de Cádiz.

De vuelta al mar, han esperado una ventana de buen tiempo que por fin sucedió el viernes. Mientras el llegaba, Negueruela repasaba los objetivos y realizaba simulaciones de intervención junto a su equipo, formado por la arqueóloga Rocío Castillo, la conservadora Patricia Recio y el restaurador Juan Luis Sierra, más el capitán de navío Juan Rengel, del instituto Hidrográfico de la Marina, que ha relevado al capitán de corbeta Augusto Conte de los Ríos como observador. Se trataba de ajustar el tiempo de trabajo al máximo en cuanto se pudiera comenzar la inmersión.

Objetivos cumplidos

El cambio en el mar llegó por fin anteanoche y el ROV estuvo trabajando trece horas, hasta la mañana de ayer sábado, durante las cuales se han cumplido «bastantes objetivos», según añadía Negueruela por teléfono desde el puente de mando del buque. «Si hay suerte esta noche (por anoche) volveremos al trabajo». El director de campaña no aporta demasiados detalles de lo realizado, a la espera de un balance más completo que se hará público el día 22 en Cartagena.

Pero la foto enviada ayer desde el barco permite observar que el Liropus ha estado trabajando en la caja de vajilla de plata de la que en la pasada campaña de 2015 se extrajeron 3 platos, un candelabro y algunos cubiertos. La imagen ofrece pistas de que se han retirado bastantes piezas más de esta vajilla que una familia llevaba a España para fundir. «La plata debía ser al menos un siglo anterior al naufragio -añade- tal vez del XVII».

El trabajo con estas piezas pequeñas sigue el método inventado el pasado año, durante la primera campaña. Consistió en aplicar agua a presión desde la bomba del Liropus a través de una «pajita» y variando la presión remover el sedimento para limpiar o mover las piezas. Se hizo con la vajilla, con el pequeño cañón extraído en 2015 (hay esperanzas de reflotar otro similar que quedó clavado verticalmente en el lecho marino cuando cayó al abismo en 1804) e incluso se utilizó para desincrustar óxido y leer las inscripciones de una de las culebrillas.

Otro de los objetivos que Negueruela marcó el día 11 era recuperar las culebrinas que sirvieron para identificar el pecio y ganar el juicio contra Odyssey. Se trata de enormes cañones obsoletos en 1804 que se registraron como lastre en el inventario de carga de la nave. Por si finalmente se produce esa extracción, se han diseñado dos cajas enormes que viajan en la cubierta del Ángeles Alvariño.

Con mejor tiempo, según señala el arqueólogo, se podría haber documentado en esta campaña todo el pecio e incluso se podría haber explorado alrededor del mismo en las zonas adyacentes a la que ya está documentada, que tiene una extensión de 120 metros por 140. En el lado sur, señala Negueruela, cabría tener esperanzas de nuevos hallazgos. Sobre el plano del yacimiento, Negueruela nos explicó todo lo realizado en 2015 durante la visita: la documentación y geoposicionamiento de 3 anclas, 28 cañones, de hierro, lo tres pedreros o más bien obuses de a 3, las decenas de lingotes de estaño, las citadas culebrinas...

Mejoras en el ROV: llega la innovación

El Liropus ha sido mejorado este año gracias a esa experiencia, lo cual demuestra que este proyecto produce innovación. Tal y como nos explica José Ignacio Díaz, jefe de Flota del IEO, se le ha mejorado con más cámaras, y de mayor definición, sobre todo una cenital muy útil en trabajos arqueológicos, y también con un segundo GPS en la parte delantera, porque solo tenía uno detrás y para situar con total exactitud los restos es mejor esa nueva situación. Además se le ha añadido el segundo brazo, lo que aumenta su capacidad para intervenir y manipular los restos.

Uno de los misterios que aún no se ha resuelto en este pecio de la Mercedes es la ausencia total de madera de la fragata, un caso singular en la historia de la arqueología. Los barcos de esa época son enormes y tienen grandes cantidades de madera. Otros pecios, incluso estallados, han conservado la mayor parte del casco y tienen incluso restos humanos. Máxime a tanta profundidad. Si no quedó enterrada podría estar en otro lugar aún no explorado de las cercanías. O tal vez no existir, pero habría que explicarlo con datos ciertos y de momento solo hay hipótesis.

El Ministerio de Cultura hizo públicas hace unos días unas imágenes de los trabajos de la primera campaña. Lo que sí permiten esas imágenes de 2015 es denunciar los daños causados por Odyssey al yacimiento durante la extracción de 600.000 monedas, una valoración que, paradójicamente, no se ha hecho pública. Se aprecian estrías en el yacimiento y se sabe por el juicio en Tampa que reunían las monedas en grandes cajas que arrastraban con el ROV Zeus. ¿Cuánto daño hay en el yacimiento? ¿Se valorará y se hará algo con esa información? De momento no se ha dicho nada.

Mucho trabajo, el futuro

Negueruela subrayaba a preguntas de los periodistas, a bordo del barco del IEO, que el objetivo es terminar una publicación científica completa con los trabajos realizados que devuelva a la sociedad toda la información que la arqueología pueda extraer aún del pecio. Hay que celebrar, de momento, que esta misión arqueológica tendrá continuidad en 2017. Que se hayan llevado a cabo dos campañas es ya un paso de gigante, impensable hace cuatro años. «Coloca la arqueología española a la cabeza Europa», añade el arqueólogo. Desde luego, sí nos sitúa a un buen nivel científico, como Francia, Gran Bretaña, Suecia u Holanda, aunque todos esos países han realizado más proyectos porque llevan más tiempo con una dedicación continuada de equipos y presupuesto específicos.

En España aún faltan más proyectos. Pero el acuerdo Ministerio de Cultura / Armada / IEO permite soñar con ellos, con esa continuidad y esos avances, sobre todo si sumamos el barco del Ceimar gaditano y el Thetis, del centro catalán CASC. La arqueología marítima española está empezando a cambiar realmente casi diez años después del caso Odyssey.

A bordo del Ángeles Alvariño, Negueruela respondía a una pregunta sobre el futuro: «¡Hay trabajo para cien años!", decía. Y pensaba en la inmensa historia naval que ha dejado patrimonio en todo el mundo. «Tenemos pecios en el Pacífico, el océano que durante dos siglos se conoció como "el lago español". Se trata de un patrimonio abandonado que debe ser un objetivo, de Valparaíso a Manila. También tenemos gran cantidad de naufragios en el Atlántico, sobre todo en las costas de los países de hispanoamérica, donde debemos colaborar, un objetivo fácil de lograr y para el que ya se están dando los primeros pasos. Y luego, sin duda, tendremos que pensar en capítulos importantes y más concretos, como la Armada Invencible, cuyos pecios están en las costas de Escocia e Irlanda... y ya hay contactos de cooperación. Añadir Lepanto, una de las grandes batallas de nuestra historia, que no se ha investigado sobre el terreno. El museo tendría con esto trabajo para un siglo. Pero quizá, también sería muy interesante si desde la Junta de Andalucía se pudiera sumar un proyecto relativo a Trafalgar, ya que está bajo su competencia. Allí están los restos de los mejores navíos de Europa en la época, es de gran importancia. Eso sería un muy buen principio», concluye con gran optimismo.

Y hay que darle la razón. Además de unir esfuerzos colaborando entre instituciones -lo que ha permitido llegar hasta la Mercedes- es importante que en España se empiece a pensar una estrategia a largo plazo para que la política arqueológica esté a la altura de un patrimonio que, si se hubiera valorado como se debe, llevaría muchos años estudiándose a fondo.

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