Adiós al Cervantes héroe

Una biografía de Lucía Megías, presidente de la Asociación de Cervantistas, tumba muchos de los mitos sobre el escritor

MADRID Actualizado: Guardar
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En ocasiones hay personajes que terminan «comiéndose» a sus autores. Sucede en el cine pero también en la Literatura, donde no se sabe qué fue antes, si el autor o el personaje. En el caso de Miguel de Cervantes ni debió ser un hombre de excelsa formación, ni un valiente militar, ni tampoco un héroe perdido en Argel. Así se desprende al menos del último libro de José Manuel Lucía Megías, que para colmo es presidente de la Asociación de Cervantistas: «No sé si alguno me va a dejar de hablar después de esta biografía».

La primera parte de «La juventud de Cervantes. Una vida en construcción» (Edaf) supone una forma novedosa de encarar el fenómeno. Sabemos de Cervantes lo que él quiso que supiéramos.

Básicamente lo que él dejo por escrito con la intención de prosperar. Pero la realidad fue mucho menos dulce si atendemos al contexto histórico.

«He intentado desnudar al mito», explicaba ayer José Manuel Lucía durante la presentación del libro. «He querido quitarle capas al mito para descubrir al Cervantes real. Como si fuera un juego de muñecas rusas y en el fondo estuviera el hombre. Desde la primera biografía, en 1738, hasta la última que se ha publicado están supeditadas o imbuidas por esa idea de tener que explicar al genio como si a cada momento tuviera que hacer una genialidad».

Él no se ha dejado influir por la admiración que despierta el personaje y ha ido capítulo a capítulo verificando si lo que nos ha llegado se ajusta a la realidad o no.

Secretario de la Corte

El primer mito que ha tumbado es el del «ingenio lego», una teoría por la cual, sin haber recibido una formación universitaria, Cervantes tenía un talento especial para asumir conocimientos. Lo que Lucía Megías defiende, atendiendo a las circunstancias de la época, es que Cervantes no estudiaba con la intención de ser un gran escritor. «Él, cuando llega a Madrid en 1566, quiere estudiar para conseguir un puesto factible dentro de su nivel socioeconómico. ¿Cuál es uno de los puestos más demandados? Ser secretario de la Corte. Alguien que maneje la documentación de los nobles. Pensaba en cardenales, en la Iglesia, pero también en la Corte».

Para apuntalar este argumento, el libro recuerda alguna de sus primeras poesías, que no eran más que una carta de presentación. En este apartado brilla especialmente una elegía que el escritor hizo al cardenal Espinosa, al que le muestra su deseo de trabajar con él: «Con esto cese el canto dolorido, / magnánimo señor que, por mal diestro, / queda tan temeroso y tan corrido / cuanto yo quedo, gran señor, por vuestro».

La segunda imagen que ha llegado a nosotros es la de un Cervantes heroico en la batalla de Lepanto, la de un hombre con fiebre que resolvió casi con una mano atada a la espalda la guerra contra los turcos. Nada que ver. Cuando se produce la batalla de Lepanto él lleva apenas seis meses en el ejército. Era un soldado bisoño y resulta poco creíble que ocupase una posición destacada en el frente. Él mismo creó esa imagen para lograr un ascenso y siglos después O'Donnell la recuperó, queriendo convertir al escritor en otra especie de caballero andante.

«Participó en la batalla de Lepanto, sí, pero como tantísimos otros miles», explica Lucía Megías. «Y tuvo la suerte de sobrevivir como otros tantos. Labor por la cual recibió un sobresueldo».

El negocio de Argel

En esa obsesión por relacionarse bien, Cervantes hizo de la necesidad virtud y convirtió el cautiverio de Argel en su gran negocio. Allí participó de cuatro intentos de fuga, unas tentativas que seguían todas el mismo patrón: Nunca hacía fugas individuales, siempre colectivas, y nunca ayudaba a gente del común, sino que intentaba fugarse con clérigos, nobles o gente con apellidos importantes. Era la forma de ligar su nombre al de grandes personalidades y que, una vez pudiera regresar a Madrid, estos le devolvieran el favor.

«Para mí el Cervantes de Argel me parece un superviviente que no solo está cargado de esos valores que ha traído el mito –argumenta Lucía Megías–, sino que es un superviviente que pretende aprovecharse de los medios que tiene para conseguir un dinero, conseguir unas influencias y luego construir una vida mejor cuando vuelva a la corte. No es el cautivo que intenta sobrevivir, sino que es el cautivo que hace del cautiverio una profesión».

¿Qué queda entonces del Cervantes escritor? Cuenta el autor del libro que cuando Cervantes fracasó en su intento de conseguir un puesto en América decidió volcarse en la Literatura. Por esa razón, es a partir de 1613 cuando construye toda su obra. «Si Cervantes hubiera muerto en 1612 no sería ni un personaje de sí mismo. Tendríamos “La Galatea”, la primera parte del Quijote y nada más, es decir, un libro de pastores como tantos otros y un libro de caballerías».

Llevaba gafas

Hace apenas unos meses, el CIS desveló que Cervantes sigue siendo un gran desconocido para la mayoría de españoles: solamente el 21,6 por ciento aseguraba haber leído la versión completa del Quijote. Ese desconocimiento cervantino va desde lo literario hasta lo físico, pues no nos ha llegado ningún retrato original de su rostro. Básicamente porque «no era nadie», explica Lucía Megías. Todas las obras que recrean a Cervantes están inspiradas en un grabado de 1738 que dibuja al escritor de semiperfil, portando una perilla similar a la de Quevedo.

Cervantes se describió en el prólogo de las «Novelas ejemplares» como un hombre «de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada». Se le olvidó añadir que llevaba gafas, un detalle que sí apuntó Lope de Vega en una carta fechada en 1612: «Yo leí unos versos con unos anteojos de Cervantes que parecían huevos estrellados mal hechos».

En el tramo final de su vida, además de llevar gafas, Cervantes quiso triunfar como escritor. Por desgracia para él, coincidió en espacio y tiempo con Lope, que era el auténtico dominador del mercado editorial y de los corrales de comedia. Ese techo de cristal fue lo que permitió a Cervantes experimentar con su obra y hacer algo renovador e ingenioso en comparación con lo que se estaba haciendo. Buscaba salirse de los márgenes, abandonar el anonimato, y dejó un estilo que le convirtió en el escritor más importante de la historia en castellano.

Los huesos de Cervantes

José Manuel Lucía Megías dedica el epílogo de su libro a «los huesos de Cervantes», un hallazgo que tras ser portada hace apenas unos meses ha desaparecido de la agenda política. «Después de todo el movimiento mediático que hubo, terminar con una placa... Para mí fue muy triste cuando le preguntaron a Ana Botella qué tenía previsto hacer y respondió que lo único que tenía pensado era una misa solemne oficiada por un cardenal y un desfile militar para honrar al Cervantes militar. Fue muy triste ver la poca proyección que le buscaron».

Lucía Megías, que tendrá un papel protagonista en las celebraciones del IV Centenario, cree que el nuevo Ayuntamiento está a tiempo de darle a esos restos el tratamiento que merecen. «Creo que el verdadero homenaje a Cervantes sería recuperar el Barrio de la Letras. El Barrio de las letras sería el gran proyecto nacional o europeo que nos podría vincular a Cervantes. Convertir el barrio en lo que los ingleses ya hicieron con Shakespeare, un lugar de peregrinaje. Porque no es solo el convento de las Trinitarias: es la casa de Lope de Vega, los corrales de comedia... Es donde se estuvo fraguando lo mejor de la literatura del Siglo de Oro».

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