El sitio de La Goleta fue la principal victoria de Doria contra el pirata
El sitio de La Goleta fue la principal victoria de Doria contra el pirata - Wikimedia
Andrea Doria

El falso héroe español que humilló a la flota del pirata Barbarroja

José Luis Hernández repasa en su último libro la vida de varios extranjeros que lucharon al servicio de los Austrias y son confundidos usualmente con peninsulares

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Hubo un tiempo en el que, según decía Felipe II, en el Imperio español no se ponía el sol. Y es que, el territorio conquistado y las posesiones de nuestra bandera se extendían por medio mundo a costa de las vidas (y las gónadas) que los soldados de los Tercios españoles se dejaban por tierra y mar. No obstante, tanto en ese momento como unos años atrás, no habría sido posible conquistar y mantener tan extensas propiedades sin la ayuda de combatientes extranjeros que pusieron sus armas al servicio de los hispanos. Uno de ellos fue Andrea Doria, un capitán de merceros genovés que luchó bajo el pendón del águila bicéfala del emperador Carlos I durante décadas. Mal considerado hoy como un héroe nacido en la Península, este almirante se enfrentó hasta los 85 años con decenas de piratas y llegó a humillar al corsario Barbarroja en el asedio que la cristiandad hizo de Túnez a principios del siglo XVI.

La vida de Andrea Doria es una de las que incluye el escritor José Luis Hernández Garvi en su último libro, « Héroes, villanos y genios». En la obra -ganadora de la XII edición del premio Algaba convocado por la editorial « Edaf»- este reconocido divulgador histórico repasa la vida de una serie de personajes considerados erróneamente como españoles. «En sus páginas he querido recoger las biografías de insignes extranjeros que sirvieron a España durante el reinado de los Austrias, personajes que destacaron en los campos de la milicia, la política, las artes o las ciencias y que se implicaron de tal forma con los intereses y la cultura de nuestro país que en ocasiones son confundidos como españoles. Algunos son muy conocidos para el gran público. Otros, en cambio, han pasado de puntillas por nuestra historia a pesar de la trascendencia que sus actos y obras tuvieron en su momento», explica, en declaraciones a ABC, el autor.

Primeros años

A pesar de que ha pasado erróneamente a la historia de España como Juan Andrea Doria (pues su nombre real no tiene ningún atisbo español), este marino vino al mundo en Oneglia, una ciudad genovesa del Ducado de Milán, el 30 de noviembre de 1466. A partir de entonces, la infancia de Andrea Doria se difumina en el devenir de aquella primitiva Italia, pues no se conocen demasiados datos sobre él. Tal solo se sabe que provenía de una familia adinerada venida a menos (una forma educada de decir que la liquidez les empezaba a escasear) y que se quedó huérfano cuando apenas contaba con 17 primaveras.

Con todo, lo cierto es que perder a sus padres avivó sus ansias de convertirse en militar, un camino que terminó recorriendo debido -curiosamente- a que lo que atesoraba en la cartera no le daba para dirigir sus pasos hacia el clero. Así pues, al no poder desembolsar una generosa cuantía de monedas para «calzarse» un hábito, este genovés se dirigió hacia Roma para empezar a hacerse ducho en el arte de la espada. Su destino: el ejército de los Estados Pontificios. «Para un joven de su linaje se le abrían dos caminos, la carrera eclesiástica o el ejercicio de las armas. Finalmente optó por la segunda. Viajó hasta Roma, donde su primo Nicolò Doria era comandante en jefe de la guardia del papa Inocencio VIII. Gracias a este contacto se convirtió en un joven recluta», explica Hernández Garvi en declaraciones a este periódico.

Andrea Doria, como Neptuno
Andrea Doria, como Neptuno

En este contingente militar combatió a las órdenes del papa Inocencio VIII. Al menos, hasta que este falleció y fue sustituido por Alejandro VI. Aquel cambio de dirección en la Iglesia no fue demasiado apreciado por el genovés, quien decidió apartar sus habilidades como militar del ejército pontificio y usarlas de tal forma que le pudieran llenar la bolsa de dinero. Así pues, y a pesar de su juventud, se convirtió en condotiero.

«La función principal del condotiero era la de un comandante mercenario que tenía bajo su mando a un grupo de experimentados soldados que se vendían al mejor postor. En medio del clima convulso de las constantes guerras en la Italia del siglo XVI, los soldados de fortuna procedentes de diferentes países europeos fueron ampliamente demandados por los distintos contendientes. Como si se tratase de un empresario ofreciendo sus servicios, el condotiero negociaba directamente con el cliente, casi siempre una ciudad estado italiana, las condiciones en las que debía desarrollarse la campaña y la paga de las tropas que servían a sus órdenes», completa el escritor.

Hacia los mares

En palabras de Hernández Garvi, sus dotes de mando no tardaron en convertirle en uno de los condotieros más reconocidos de la época. Así lo demostró en batallas como la de Roca Guillermina, en la que (tras ser contratado por el Duque de Urbino) sus hombres asaltaron una fortaleza defendida por soldados españoles. Aquella jornada de 1503, y a pesar de que los hispanos derrotaron en inferioridad numérica a los gabachos gracias al Gran Capitán, Doria dejó claro a sus enemigos que sabía perfectamente como asestar mandobles con una espada y dirigir a sus mercenarios. De hecho, Gonzalo Fernández de Córdoba trató de convencerle para que se dejara arrendar por la Corona española, pero el genovés se negó y se mantuvo fiel a sus actuales patronos. Debió considerar que más valía dinero conocido que riquezas por descubrir.

Francisco I, uno de los principales patronos de Doria
Francisco I, uno de los principales patronos de Doria

Su valor quedó probado también en el mar, donde posteriormente llevaría a cabo la mayor parte de su carrera militar. Y eso, a pesar de que en principio no planeaba dar con sus huesos en las aguas. No obstante, aceptó empezar a combatir en el líquido elemento cuando su Génova natal se rebeló contra los galos y su petulante rey Francisco I. Aquel año demostró que era un patriota y que tenía un precio, pues le pagaron una buena cantidad de monedas a cambio de su colaboración. «Sus combates más importantes, quizá más por la trascendencia que supuso en su vida posterior que por su brillantez, se desarrollaron durante su participación en la revuelta de Génova contra el dominio francés. A pesar de carecer de experiencia como marino, la ciudad confió en sus capacidades y decidió nombrarle comandante de la flota genovesa», señala el autor.

Durante aquel enfrentamiento, el condotiero logró evitar que los galos (que se habían atrincherado en Génova) recibieran provisiones, por lo que acabaron izando la bandera blanca y retirándose con la «baguette» entre las piernas. «Doria consiguió apoderarse de un barco con suministros para la aislada guarnición francesa. El apresamiento agravó la situación de los ocupantes que se vieron obligados a retirarse. Aquella victoria obtenida sobre las aguas del Mediterráneo supuso para Doria el inicio de su carrera como marino de guerra, marcando su destino para siempre», añade Hernández Garvi.

De odiar, a amar a Francia

Poco después, Doria demostró que, a pesar de todo, era un soldado al que le llamaba más la fortuna que el honor. Y es que, tras combatir durante dos años a los piratas del Mediterráneo, terminó poniéndose a las órdenes del rey de Francia (contra el que pocos años antes había combatido) después de que las tropas galas tomaran de nuevo Génova. Lo cierto es que el almirante no era precisamente estúpido y, sabedor de la necesidad que tenía el ejército gabacho de oficiales con experiencia, pensó que lo mejor sería dejar a un lado la bandera de su patria y enarbolar la del enemigo. No falló en sus predicciones, pues el franchute le ofreció más oro del que podía contar para que se uniera a sus filas y le dio el puesto de capitán general de los soldados desplegados en Italia.

Todo el mundo tiene un precio, que se suele decir, y el de Doria era ese, por lo que se limitó a cambiar los paños que ondeaban en los mástiles de sus galeras y recoger su dinero (y su nuevo cargo) con una sonrisa. Había comenzado su vida como galo y, por lo tanto, le tocaría darse de mamporros con los españoles en no pocas ocasiones. La más destacada se sucedió en 1524, cuando ya contaba sus 58 veranos. Aquel año, concretamente, el Conde Carlos III de Borbón (aliado de nuestro Carlos I) se propuso irritar a los galos conquistando Marsella. Lo cierto es que consiguió crispar los nervios de Francisco I. Y es que, se presentó con sus tropas en la mismísima puerta de la ciudad y la puso bajo asedio.

Retrato de Andrea Doria
Retrato de Andrea Doria

El gabacho, por su parte, soltó algún que otro improperio en francés y solicitó ayuda al condotiero, quien ya había abandonado los combates en tierra firme y había iniciado, de forma definitiva, su carrera como marino. «Las tropas cesáreas pusieron asedio a Marsella en julio, defendida por Renzo di Ceri por tierra y Andrea Doria por mar, cuya intervención fue decisiva por la táctica y estrategia desarrolladas por el invicto marino genovés. El cerco de Marsella se fue haciendo cada vez más duro hasta el 21 de septiembre, en cuya fecha la infantería bajo el mando del Condestable Borbón se resistió a combatir», explica el cronista Vicente de Cadenas y Vicent (contemporáneo de Doria) en su obra: « El fin de la Republica Florentina: segunda reposición de los Medicis en Florencia por los ejércitos españoles».

A día de hoy es imposible saber si las tropas imperiales tuvieron posibilidades reales de conquistar Marsella. Sin embargo, la espera fue su perdición, pues al final tuvieron que salir de la zona a toda prisa ante el avance de Francisco I quien, día va, día viene, había organizado un disciplinado ejército para expulsar de la zona a los españoles y arrasar a su ejército. «Los aliados se retiraron de Marsella el 29 de septiembre y regresaron a Italia. […] El ejército de Francisco I era en aquellos momentos el más organizado, el de más ejercitada táctica, y con el mando más famoso de capitanes conocidos en Europa, integrado por fuertes contingentes suizos y alemanes que, junto con los franceses, formaban la élite de las tropas europeas», añade Cadenas y Vicent.

Andrea Doria cambió su bando en multitud de ocasiones

Pintaban mal las cosas para el emperador Carlos I, pero quiso la suerte que los santos vinieran a visitar a las tropas españolas en Pavía, una ciudad ubicada en el Milanesado italiano. Y es que, allí el navarro Antonio de Leyva consiguió detener al ejército gabacho (cuya base era la mejor caballería de Europa) a base de arcabuz y pólvora. De hecho, llegó a capturar al propio Francisco I durante la contienda después de que este se lanzara desquiciado a la carga contra sus enemigos. Mucho ruido y pocas bajas para los galos, que fueron estrepitosamente derrotados. Semanas después, la situación cambió drásticamente para los imperiales, quines obligaron a su preso a firmar la paz y ceder a sus exigencia.

Si quieres conocer pormenorizadamente la batalla de Pavía, sigue el siguiente enlace: «Pavía, donde el arcabuz español aplastó a la caballería francesa»

Todo había acabado bien para Carlos I y los españoles, pero no tanto para los franceses y sus aliados. Más concretamente, para Andrea Doria, quien sintió que aquella rendición gala como una puñalada de daga de mano izquierda en su vientre. De poco le sirvió mostrar su desacuerdo ante los hombres de Francisco I, pues la decisión de capitular ya estaba tomada. Sin embargo, el genovés se lo tomó como una afrenta personal y, sabiendo además que era muy posible que no recibiera ni una moneda por los servicios prestados, decidió cambiarse la casaca y decir adiós a sus actuales patronos.

Tras decir «au revoir» al francés, Doria unió su espada a la del papa Clemente VII en la denominada «Liga de Cognac», un tratado formado por la Santa Sede, Venecia, Inglaterra, el Ducado de Milán y Florencia para combatir a Carlos I. Como no podía ser de otra forma, a este variopinto grupo se terminó uniendo también el despechado Francisco I, ansioso de venganza después de la humillación perpetrada por las tropas imperiales. No obstante, su alianza con el religioso duró exactamente el tiempo que el grupo tardó en empezar a acumular derrotas militares. Así pues, el genovés terminó por modificar nuevamente su bando y asumir las órdenes de los galos a cambio de un pellizco de dinero. Un mercenario siempre es un mercenario.

Al servicio de España

Tras estos bandazos políticos, y cuando la vida de Doria parecía estar relativamente tranquila Doria (todo lo relajado que puede estar un hombre que se dedica a combatir en alta mar con sesenta veranos a sus espaldas), al marino le dio un ataque de patriotismo y decidió manifestar a Francisco I la necesidad de que Génova dejase de ser un protectorado francés -aunque oficialmente era independiente- y pasase a ser, de forma efectiva, independiente. El resultado fue el que todo el mundo esperaba: la irritación del gabacho (que comenzó una campaña política contra él) y el aumento de la tensión entre ambos.

Al suponer que Francia no pagaría sus servicios, se puso al servicio de España

«Como comandante mercenario, Doria había servido a diferentes señores. Los vaivenes de la guerra le habían hecho cambiar de bando varias veces de acuerdo con las circunstancias y la cuantía de la soldada. A pesar de la personal animadversión mutua que se tenían, Francisco I de Francia había sido uno de sus principales clientes contratistas. El monarca francés había perdonado a Doria sus declaraciones en favor de la libertad de Génova, quizá porque a pesar de todo prefería que estuviera de su lado antes que arriesgarse a tenerlo como enemigo. Sin embargo, los continuos desplantes y humillaciones de Francisco I hacia Doria acabaron con la paciencia del entonces ya almirante. La gota que colmó el vaso fue la orden de detención contra el condotiero dictada por el rey de Francia», explica Hernández Garvi.

En palabras del escritor, la situación fue aprovechada por el marqués del Vasto, un ilustre prisionero de Doria, quien -viendo que su relación con Francisco I no tardía en estallar- le atrajo hacia el lado español. «Le convenció para que cambiase de bando, uniéndose a la causa de Carlos I de España. El emperador, conocedor de los méritos militares del almirante, no quiso desaprovechar la oportunidad y le ofreció entrar a su servicio a cambio de la libertad de Génova y la suma de sesenta mil ducados al año. Doria no se lo pensó dos veces y con una flota de doce galeras se puso bajo las órdenes de Carlos I», añade el escritor.

Barbarroja, el pirata que fue señor de Argel

A pesar de haberse enfrentado militarmente en no pocas ocasiones a Carlos I, lo cierto es que esta curiosa pareja no tardó en trabar una relación de cordialidad. Algo normal si se tiene en cuenta que el genovés aumentó el poderío español en Italia y, por su parte, el emperador ayudó al marino a liberar Génova del yugo francés y le nombró caballero de la Orden del Toisón de Oro (uno de los mayores honores que se podían otorgar por entonces). No obstante, el mercenario se terminaría convirtiendo en un «falso héroe español» gracias a un faceta que ya había practicado en la antigüedad: la de caza-piratas. Concretamente, se hizo famoso por combatir en repetidas ocasiones contra uno de los corsarios más fieros del Mediterráneo: Hizir bin Yakup, más conocido como Barbarroja, aunque también llamado Jeireddin, Hayreddín o Khair-ed Din.

Barbarroja era un reconocido pirata que había nacido en la isla de Lesbos (al oeste de Turquía y entonces bajo soberanía del Imperio otomano) en torno a 1466 y 1468. Al menos, así lo afirma Ertugrul Onalp (profesor titular del departamento de español de la universidad de Ankara) en su libro « Las memorias de Barbarroja». Descendiente de una familia de marinos, Hayreddín no tardó en hacerse a la mar en busca de riquezas fáciles de conseguir. Todo ello, a pesar de su curioso origen. «Haridin fue ollero de oficio, más su hermano le convirtió en marinero, dándole la fusta para que mandase. Y después que perdió un brazo en Bugía le hizo teniente de sus navíos, y de Argel cuando fue a Tremecén», señala, por su parte, el historiador del S.XVI Francisco López de Gómara en su obra «Guerras del Mar».

Hayreddín comenzó su vida en el mar gracias a su hermano Aruj, quien se dio primero a la piratería y cuyas riquezas conseguidas terminaron atrayendo al futuro enemigo de Doria. Ambos comenzaron su carrera como asaltadores de buques en la isla de Djerba (en Túnez) donde establecieron su base de operaciones y comenzaron a dar dolores de cabeza a galeras cristianas a base de cimitarrazos. Según parece, su capacidad militar terminó provocando el asombro del señor de Túnez, quien les acabó sufragando sus robos a cambio de una parte de las riquezas que consiguieran. Su poder llegó a ser tal que conquistaron varias posiciones cristianas en el Mediterráneo.

José Luis Hernández Garvi, autor de «Héroes, villanos y genios»
José Luis Hernández Garvi, autor de «Héroes, villanos y genios»

Sin embargo, en 1516 todo cambió para esta pareja de hermanos cuando Aruj recibió la petición de dirigirse hacia Argel para combatir a los españoles. En ese momento decidió que ya le había llegado la hora de ascender en el escalafón social y, tras asesinar al gobernador de la región (el mismo que le había solicitado ayuda) tomó el puesto de gobernador por las bravas. Desde la zona, se dedicó a armar galeras para robar todo cuanto pudiese a Carlos I. Con todo, su liderazgo solo duró hasta 1518, año en que fue asesinado por un combatiente de las tropas imperiales. Después de que dejara este mundo, Hayreddín le tomó el relevo en el puesto y, por descontado, continuó su campaña de saqueos masivos contra los cristianos.

Con todo, Hayreddín demostró más astucia que su hermano al ponerse a las órdenes del Imperio Otomano. Este sencillo hecho le permitió seguir con sus continuos saqueos a los buques españoles a un coste en vidas menor (todo ello, gracias a los hombres aportados por su nuevo amigo el sultán). Este fue el período en el que el ya corsario llegó a convertirse en una auténtica pesadilla para Carlos I y dio a conocer su verdadero «yo» al mundo. «El carácter de Barbarroja refleja a un hombre valiente, prudente y un sagaz diplomático con sentido del humor y alma poética. A través de las páginas de sus memorias se perfila como un polígloto que hablaba cinco o seis idiomas. […] Entre otras características se destaca también como un gobernador justo, devoto en su fe, a la vez que modesto, generoso y tolerante. Aunque, por otra parte, se muestra a veces cruel, sobre todo con los cautivos de alto mando a los que consideraba presumidos, engreídos y traicioneros», explica Ertugrul Onalp.

Doria contra el corsario

Tras años de saqueos, muertes y dolor, se podría decir que Carlos I acabó hasta su católico cetro de Barbarroja, por lo que decidió tomar cartas en el asunto en 1533. Unas cartas en la que iba incluido Doria, un marino de 67 años (para la época todo un anciano) que no se cansaba de combatir. «La galeras turcas y sus aliados, los piratas berberiscos, sembraban el pánico con sus incursiones por las costas cristianas del Mediterráneo. Decidido a acabar con esa situación, Carlos I solicitó la colaboración de la Santa Sede, Portugal, Génova, Nápoles y Sicilia para lanzar una expedición de castigo contra una de las principales bases de los piratas turcos», explica Hernández Garvi.

Con ese objetivo, en Barcelona se empezó a juntar una gigantesca flota con la que asaltar Túnez y mandar a los herejes al infierno de una vez por todas. En total, se acabaron reuniendo unos 400 navíos. Cuando Doria arribó a la zona, fue recibido con jolgorio, pues se conocían sus habilidades. «En los preparativos se emplearon cerca de un año, tal eran ellos […] La llegada de Andrea Doria con 19 [galeras] fue acontecimiento por la vista de la galera imperial que traía, magnífico vaso esculpido, dorado dispuesto como para morada del César. […] Tocaba trompetas, clarines, chirimías, tambores, después de las salvas saludaba la gente la voz gritando tres veces: ¡Imperio, Imperio, Imperio!», explica el fallecido historiador español Cesáreo Fernández Duro en su obra «Armada española, desde la unión de los Reinos de Castilla y Aragón».

Bombardeo entre dos buques durante la jornada de Túnez
Bombardeo entre dos buques durante la jornada de Túnez

La gigantesca armada cristina, acompañada por 25.000 infantes y 2.000 jinetes (sin contar a la marinería y los buscadores de fortuna, tal y como explica Duro), dio la orden de partir contra el nido de piratas el 13 de junio de 1535. Al mando estaba el anciano Doria y el mismísimo Emperador, quienes establecieron que su primer objetivo sería conquistar la fortaleza de La Goleta, ubicada en el puerto de Túnez. Una misión lógica si lo que se buscaba era meter hasta el último soldado en dicha ciudad para acabar con los corsarios. ¿Qué hizo Barbarroja? Llenar hasta las almenas la fortificación de combatientes (unos 4.000) y de piezas de artillería y llamar a otros 100.000 hombres y 30.000 caballeros para defender sus posesiones. En palabras del fallecido historiador español, sin embargo, estas cifras pueden haber sido exageradas y, en caso de ser afirmativas, los soldados habrían sido «alárabes montaraces atraídos por la esperanza del robo, de poco empuje».

El día 14 comenzó el asedio de La Goleta, fortaleza que se pudo asaltar después de que desembarcaran las tropas sin oposición en la zona. «Las galeras cubrían el flanco y la retaguardia del ejército […] batiendo luego la torre del Agua, obra [defensiva] avanzada, y los muros de la fortaleza principal, a la que dieron de costado los galeones […] en tanto que los soldados, con la pala y el azadón en la mano, adelantaban las trincheras y las baterías. Era muy fuerte la posición y la defendía hábilmente Sinán el Judío, entorpeciendo los trabajos de los sitiadores con vigorosas salidas; costó, por consiguiente, la pérdida de muchos buenos capitanes y tres generales […] antes de que las brechas consintieran el asalto dado por mar y tierra el 14 de julio, a los 28 días», explica Duro en su obra.

Humilló a Barbarroja en Túnez, pero peridó contra él en Previsa

La finalización del asedio y la conquista de La Goleta dejó 2.000 turcos muertos muertos y un Barbarroja furioso y frustrado. A su vez, permitió a los cristianos hacerse con 300 piezas de artillería ubicadas en la fortaleza y un centenar galeras pertenecientes al mismísimo pirata que había amarradas en puerto. Tomado el primer escollo, el camino se abrió para los asaltantes hasta Túnez, hacia donde se dirigieron los recién formados Tercios españoles en vanguardia. Este era el último bastión del corsario en la zona, y Doria y Carlos I estaban dispuestos a que cayera de una vez bajo la cruz del catolicismo.

Por su parte, Hayreddín se dispuso a encerrarse en Túnez y resistir -costase las almas que costase- a sus enemigos. El 21 de julio, sin embargo, la diosa fortuna quiso aliarse con Doria y hacer que los 5.000 reos cristianos que Barbarroja tenía presos en la ciudad decantaran la batalla del lado cristiano. «Enterados de la derrota los cautivos de la alcazaba, rompieron las prisiones, sobreponiéndose a la guarnición, y asestaron los cañones contra la hueste de Barbarroja desbandada. […] ¡Memorable día para la cristiandad!, añade el historiador. En definitiva, los prisioneros atrapados desde hacía meses por el corsario, y a los cuales se había planeado cortarles el cuello en repetidas ocasiones acabaron por dar la victoria a España.

La caída de un mito

«La victoria supuso la liberación de miles de cautivos cristianos y fue uno de los mayores éxitos en la carrera militar de Doria. Sin embargo, la expedición no consiguió uno de sus principales objetivos, la captura de Barbarroja. El más legendario de los piratas berberiscos consiguió escapar del cerco tendido por Doria en Túnez y, a los pocos meses, se había recuperado de la derrota, reiniciando los ataques contra los estados cristianos ribereños del Mediterráneo. Su siguiente objetivo fueron las Islas Baleares y las costas catalanas, donde dejó un rastro de muerte y destrucción que sería largo tiempo recordado. Furioso por el ataque, Carlos I exigió venganza, ordenando a Doria que emplease todos los medios necesarios para capturar vivo o muerto a Barbarroja», explica Herández Garvi.

Lo cierto es que hubo que esperar bastante para que estos enemigos se volviesen a encontrar. Concretamente, hasta el 27 de septiembre de 1538, momento en que una flota cristiana formada por más de 400 navíos (250 de ellos menores, todo hay que decirlo) al mando de Andrea Doria se enfrentase de nuevo a Barbarroja en Previsa -al suroeste de Grecia-. Con los antecedentes que había (y la clara superioridad de buques con la que contaba el genovés) todo hacía prever que el corsario se marcharía maldiciendo contra la cruz, pero lo cierto es que el anciano marino, de 72 años, cometió una serie de errores imperdonables que le costaron una sonada derrota y la posterior humillación ante las autoridades venecianas. Fue uno de sus primeros reveses.

Si quieres conocer pormenorizadamente la batalla de Previsa, sigue el siguiente enlace: «Previsa, donde la heroicidad de los españoles no pudo vencer a la flota de Barbarroja»

A partir de este momento, en los últimos años de vida del que había sido considerado como uno de los mejores navegantes de su época comenzaron a sucederse todo tipo de desastres. Estos empezaron en 1540, año en que Génova tuvo que resignarse a pagar una ingente cantidad de ducados a Barbarroja para que dejase en la paz de dios sus puertos y no les diese dolor de cabeza. No quedó más remedio, pues el corsario había logrado hacerse con el dominio del Mediterráneo después de los cimitarrazos repartidos en Previsa. Doria, por su parte, trató de recuperar su honor perdido en la contienda lazándose al mar y haciendo las veces de caza-piratas. Todo ello, cuando rozaba los 75 años. Lo cierto es que no tuvo demasiada suerte en esta empresa.

Pintura que representa un momento de la batalla de Previsa
Pintura que representa un momento de la batalla de Previsa

Los santos tampoco le sonrieron en 1541, época en la que Carlos I dispuso asaltar Argel, nido de piratas bajo el mando de Barbarroja. Aquel año, y a pesar de que Doria lo desanconsejó, decenas de buques partieron hasta aquel lugar ansiosos de venganza. Con todo, se volvieron con las mismas ganas que partieron, pues un temporal detuvo al ejército a las puertas de la ciudad y el genovés, prudente como se había vuelto con la edad, reembarcó a los soldados para evitar un desastre como el de Previsa. Finalmente, harto de andar (o más bien navegar) por el Mediterráneo se retiró a su residencia de Génova, donde disfrutó de la enorme fortuna que había atesorado como condotiero. Lo cierto es que tampoco pudo relajarse en su ciudad natal, pues tuvo que hacer frente a varios intentos por arrebatarle el poder y la fortuna que había logrado durante su vida militar.

Al final, tras modificar la ley de Génova para evitar que le quitasen el poder y el dinero, Doria terminó lanzándose al mar en un intento de expiar sus últimos traspiés. Así pues, a los ochenta y cuatro años de edad, y medio ciego, combatió a bordo de sus galeras a los turcos en 1550 y 1552 en dos expediciones contra la ciudad de Sirte. En ninguna de ellas salió victorioso. Al final, regresó a su hogar en 1553, donde tuvo tiempo de organizar operaciones militares en las que, aunque no participó, actuó como consejero (una de las últimas, en 1560). Andrea Doria, el héroe de la jornada de Túnez, terminó muriendo el 25 de noviembre de 1560 a los noventa y cuatro años.

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