Como se muestra en la imagen del cadáver de Mateo Morral, su ropa no resultó quemada tras el disparo, por lo que se descarta el suicidio
Como se muestra en la imagen del cadáver de Mateo Morral, su ropa no resultó quemada tras el disparo, por lo que se descarta el suicidio - ABC
El sumario del atentado contra Alfonso XIII

El asesinato de Mateo Morral impidió conocer la trama oculta

El sumario omitió lo más importante: era imposible que se hubiera suicidado

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La verdad conocida ahora sobre el anarquista Mateo Morral es que la foto principal del sumario demuestra que lo mataron y no se suicidó. Está en contra el testimonio de los dueños del ventorro en el que sucedieron los hechos, pero la evidencia destruye sus palabras. No se sabe por qué dijeron que habían visto lo que no vieron. Aunque lo importante es que la prueba criminalística establece que no dijeron la verdad.

Morral, de 26 años y soltero, según consta en el sumario judicial, llegó a Madrid desde Barcelona el 21 de mayo de 1906 y se alojó en el Hotel Iberia (Arenal, 2), ocupando el cuarto 27, que da a la calle de Tetuán. Es descrito por los testigos como «alto, muy moreno, bigote fino y muy delgado».

Más tarde se traslada al número 88 (hoy 84) de la calle Mayor, cuarto piso, segundo balcón, según se mira empezando por la izquierda, desde el que arrojó la bomba.

El sumario se pierde en vericuetos y gasta un enorme esfuerzo en determinar en qué tienda compró Morral un paraguas en la calle del Carmen, también en saber si unos vendedores ambulantes le vendieron unos pañuelos moqueros o en qué ferretería compró una caja de caudales: «Juzgado de Instrucción de Huete. Año de 1906. Diligencias instruidas en este juzgado y escribanía única del actuario don Gervasio Gómez Beltrán, referentes a averiguar la certeza de que el anarquista Mateo Morral compró después de cometer el horrible atentado del 31 de mayo de 1906 contra SS.MM dos pañuelos moqueros en el pueblo de Daganzo, próximo a Torrejón de Ardoz, a unos comerciantes ambulantes».

Asimismo se empeña, de forma chocante, en que presten testimonio unos peritos peluqueros para determinar si el bigote de Morral fue recortado a tijera o no, pero tiene una curiosidad muy limitada por el arma de la muerte a la que se alude simplemente como «una Browning» y se solicita indagar «en qué comercio» la compró Morral.

Por el contrario, el líquido que bañó las flores del ramo que ocultaba la bomba fue ampliamente investigado: «Aspectos macroscópicos, olor, sedimento, cloruros y componentes cálcicos, microscopio y sedimento tras su tinción: todo ello sólo sirvió para comprobar que se trataba únicamente de un poco de agua con restos vegetales». Todo esto aparta la investigación de su línea principal: descubrir quién o quiénes cometieron el atentado, cómo lo hicieron y por qué. El impulso central se deriva caprichosamente y acaba impregnando de forma tangencial a presuntos cómplices y encubridores que, incluso, acabarán siendo indultados.

Nadie lo ha investigado

En 108 años nadie ha estudiado minuciosamente el sumario por el atentado contra Sus Majestades los Reyes Alfonso XIII y su esposa María Victoria de Battenberg. Pasadas las dos de la tarde, el anarquista arrojó una bomba «Orsini» a la que también le dicen «corbeille» o de cesta, desde el cuarto piso (quinto, porque tiene entresuelo) de un edificio todavía gloriosamente en pie en cuyos bajos se abre Casa Ciriaco, restaurante famoso por la gallina en pepitoria y la perdiz con judiones. Al tocar el suelo, la dinamita produjo una gran explosión.

Desde el principio se dio por buena la versión de los dueños del ventorro de Torrejón en el que apareció Morral tres días después del crimen, el matrimonio formado por Genaro Chamorro Méndez y Fermina Treissaz Gómez. La esposa era de familia francesa, pero nacida en Loeches. Bajita, gruesa, de carácter inteligente, que da una versión en el periódico y otra en el juzgado, no necesariamente compatibles.

Sin embargo, las fotos aportadas por la ciencia forense y publicadas ahora por ABC despejan cualquier duda. Dos de las cuatro imágenes que el médico añade de Morral, con el cadáver en distintas posiciones, incluso simulando como si estuviera vivo leyendo un libro, han sido básicas para analizar el misterio. La herida indica que el disparo se produjo a una distancia incompatible con un autodisparo, lo cual determina que se trata de una muerte homicida. Lo que impidió que hablara sobre las razones que le llevaron al asesinato en masa, así como de los cómplices o inductores.

En Torrejón de Ardoz el médico titular, Don Joaquín Moreno, dice: «El cadáver presenta una herida de arma de fuego en la región anterior del tórax y borde external derecho y otra en el borde inferior del homóplato (sic) izquierdo que manifestaba ser orificio de salida del proyectil y el de entrada en dicha región external…».

En el sumario se conserva una diligencia del gobernador civil: «En cumplimiento de lo ordenado interesando averiguar en qué establecimiento de esta corte fue adquirida la pistola ‘Browning’ encontrada a Mateo Morral en Torrejón de Ardoz, tengo el honor de significar a VS que las gestiones producidas con ese objeto han sido infructuosas, habiéndose podido averiguar únicamente que la pistola de ese sistema procede de la fábrica Nacional Herstal establecida en Lieja, Bélgica, en cuyas oficinas de exportación debe figurar la salida de dicha arma y a qué casa comercial fue remitida».

En el sumario no hay ningún informe minucioso de la pistola que se le atribuye a Morral. Y resulta poco verosímil que caminando cincuenta pasos por delante del guarda que lo captura se volviera y lo matara de un tiro en la boca, desde muy cerca, para después distanciarse veinte pasos y acabar con su propia vida.

El juzgado de Alcalá de Henares insiste con detalles muy dudosos: «Al conducirlo al cuartel G. Civil de Torrejón de Ardoz unos cincuenta pasos delante y volviéndose instantáneamente disparó un tiro con pistola contra el guarda dejándole muerto en el acto y retirándose unos veinte pasos el presunto anarquista se disparó un tiro en la región external, en este momento y aún con vida se acercó a un caminero al que también hizo intención de disparar».

El sumario dice que, después de arrojar la bomba y mientras los caballos sufrían convulsiones heridos en la panza, el palafrenero se desangraba a los pies de la reina, los soldados morían como muñecos reventados y el público sufría enormes heridas o moría en el acto, Morral bajó corriendo las escaleras y dijo a los vecinos que se encontró que iba a enterarse de lo que pasaba.

Morral en el ventorro pidió una tortilla francesa de tres huevos, una tajada de bacalao frito, un panecillo y un cuartillo de vino en jarra. Era el dos de junio. La dueña del ventorro pensó que se trataba del asesino huido y se lo dijo a su marido, que en seguida fue a dar aviso a la Guardia Civil. Mientras apareció un guarda de un soto cercano, Fructuoso Vega, un gigante rubio de ojos zarcos, armado con una Remington al que rápidamente pusieron sobre aviso. Dirigiéndose a Morral le pidió que le acompañase al cuartelillo. Fermina afirma que cuando miró para el lugar vio al guarda tendido junto a una gravera y que pudo observar cómo Mateo Morral se adentraba en el sembrado y a veinte pasos, según dice, se acercó la pistola que llevaba al pecho y dios dos traspiés vacilantes hasta que cayó al suelo donde quedó tendido.

Los expertos en balística que han estudiado en pleno siglo XXI este crimen del XIX dicen que, en realidad, debió morir por el disparo de un arma con munición de mayor empaque, un revólver o una carabina winchester, ambos del calibre 40 (11mm), con preferencias por el arma larga.

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