Isaac Newton, la más ilustre víctima de las preferentes

El engaño financiero llevó a una de las mentes científicas más brillantes de la Historia a decir la famosa frase: «puedo predecir con exactitud los movimientos planetarios, pero no puedo predecir la locura de las masas»

Isaac Newton Royal Society

Pedro Gargantilla

En el invierno de 1664-1665 una terrible epidemia de peste asoló Inglaterra, similar a la que devastó Europa en el siglo XIV, cobrándose más de 100.000 víctimas, una cifra equivalente a la quinta parte de la población londinense. Al parecer la bacteria responsable de la enfermedad –Yersinia pestis- llegó a “la isla” en barcos mercantes holandeses que transportaban algodón desde Amsterdam.

Esta tragedia tuvo algunos aspectos positivos dignos de reseñar, como por ejemplo que fue la primera vez que se documentó de una forma cuantitativa y precisa, la mortalidad de una epidemia. Esto se debió a que un año antes se había iniciado la publicación de “Actas de mortalidad semanales”, en las que se registraba las personas que fallecían y cuál era su causa. Fue el inicio del estudio cuantitativo de la demografía.

La epidemia provocó que la población abandonase las ciudades y se refugiase en el campo, pensando que el hacinamiento en las urbes podía ser temerario, a pesar de que por aquel entonces los galenos no sabían nada ni de contagios ni de microorganismos. Entre los que huyeron a la campiña se encontraba Isaac Newton (1643-1727), que acababa de graduarse en la prestigiosa Universidad de Cambridge.

El joven, que por aquel entonces tenía 23 años, se marchó a una finca que poseía su familia en Woolsthorpe-by-Colsterworth, en donde pasó dieciocho largos meses. Se cuenta que estudiaba y trabaja sin cesar en el jardín, bajo los frutales. Durante ese “año milagroso” formuló las leyes fundamentales de la mecánica, el cálculo infinitesimal, renovó la óptica de la época y descubrió la ley de la gravitación universal.

Fue precisamente allí donde se produjo la proverbial caída de un fruto de un manzano de la variedad flor de Kent, dando origen a la leyenda conocida por todos. Gracias al fruto supimos que la Tierra nos atrae a 9,8 m/seg2. El primero que relató la anécdota fue el filósofo Voltaire (1733), que a su vez confesó que se lo había contado la sobrina de Newton, Catherine Conduitt.

Parece ser que el manzano dio frutos y sombra hasta 1814, cuando una violenta tormenta arrancó sus raíces. Afortunadamente, ya se habían obtenido varios injertos de aquel ejemplar y se disponía de un pequeño bosque clónico. Entre sus descendientes, hay uno en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, otro en el Instituto Balseiro del Centro Atómico de Bariloche (Argentina) y en el parque de Santa Margarita, junto la Casa de las Ciencias en A Coruña.

La locura de las masas

Nadie duda que Isaac Newton haya sido uno de los científicos más prestigiosos e influyentes de la historia de la ciencia, pero esto no fue óbice para que fuera engañado con unas “preferentes”. En 1713, tras la firma del tratado de Utrecht, España cedió a la corona inglesa el derecho al comercio de esclavos y a un barco de mercancías al año con América del Sur. La corona inglesa vendió este privilegio a la compañía de los Mares del Sur.

Debido a que había numerosos factores que dibujaban un futuro sombrío la compañía de los Mares del Sur recurrió a todo tipo de argucias para aumentar el precio de sus acciones, entre ellas entregar algunas a precios preferentes a nobles y funcionarios, entre ellos a Newton, lo cual provocó una burbuja especulativa. En 1720 el precio de las acciones pasó de 100 a más de 1000 libras esterlinas de la época.

Desgraciadamente, cuando se detectó que todo había sido un fraude el precio se desplomó y se llevó por delante los ahorros de muchos inversores, entre ellos los de Newton, que perdió 20.000 libras –el equivalente actual a 2,5 millones de euros-.

Este desastre financiero llevaría al científico a reconocer sus limitaciones: “puedo predecir con exactitud los movimientos planetarios, pero no puedo predecir la locura de las masas”.

Más información: La manzana que nunca le cayó a Newton en la cabeza.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.

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