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Ío es el cuerpo del Sistema Solar con más volcanes activos. Pueden formar plumas de hasta 400 kilómetros de altura, y liberar al espacio fragmentos y gases que son «engullidos» por Júpiter - Southwest Research Institute

La increíble atmósfera intermitente de la luna volcánica

Los científicos han logrado entender por qué Ío, un satélite de Júpiter, pierde cada día el 80 por ciento de su atmósfera

MADRID Actualizado: Guardar
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El Sistema Solar es un lugar tan extraordinario, que la imaginación se queda corta para abarcar sus maravillas. Pero solo ella puede servir para tratar de pensar en cómo sería atravesar los desolados desiertos de Marte o caminar entre los criovolcanes de Plutón. Más allá del cinturón de asteroides, un viajero podría también pasear por Ío, un satélite de Júpiter que tiene un tamaño parecido al de la Luna, pero que por lo demás se parece poco a ella. Este pequeño cuerpo es, ni más ni menos, que el lugar del Sistema Solar con más volcanes activos. Allí, bajo un cielo dominado por la inmensa esfera que es Júpiter, cualquier aventurero tendría que esquivar la lava de las entrañas de Ío, y además tener cuidado con las diferencias de temperatura que traen el paso de los días a las noches, y que van desde los 148 grados centígrados bajo cero hasta los 168.

Júpiter e Ío, fotografiados por el telescopio espacial Hubble
Júpiter e Ío, fotografiados por el telescopio espacial Hubble - NASA-Jet Propulsion Lab

«Lo interesante de estudiar Ío es que nos permite entender mejor los procesos de las atmósferas y mejorar nuestros modelos físicos para describirlas y simularlas», ha explicado Valverde. Es decir, entender la atmósfera de Ío es interesante porque permite afilar las herramientas que los científicos tienen para entender las atmósferas de otros planetas. Esto afecta a lugares que pasan por procesos similares de colapso de la atmósfera, como Marte o Plutón, y en el futuro también a los exoplanetas, tal como ha apuntado el investigador.

Estas conclusiones sobre el colapso de la atmósfera de Ío son el fruto de cerca de diez años de trabajo. Después de observar a la pequeña luna de Júpiter en la banda de los ultravioleta y los microondas (en vez de observarlo bajo la luz visible, los astrofísicos escogieron otras longitudes de onda para ver otras propiedades), los científicos recurrieron a los infrarrojos. Gracias a ellos, se descubrió la presencia de un posible gas atmosférico, el dióxido de azufre, cuyos niveles fluctuaban con el paso de los días y las noches.

En 2013, se apuntaron los telescopios Gemini, situados en Chile y Hawaii y con gran capacidad de resolución, hacia Ío. Y, además, se buscó la presencia de ese gas de dióxido de azufre en un momento muy concreto, durante la entrada y la salida de Ío en el eclipse que ocurre a diario con Júpiter (cuando este enorme planeta tapa la luz del Sol, exactamente cada 1,7 días terrestres). Gracias a esto, se ha podido observar que la atmósfera de Ío es «intermitente», puesto que el 80 por ciento de ella colapsa cada día.

Quizás ahora es más sencillo imaginarse las difíciles condiciones de la lejana luna. Debe de ser extraordinario. Allí los volcanes forman largas corrientes de lava y columnas de dióxido de azufre que se elevan hasta los 400 kilómetros de altura. Luego, ese material es lanzado al espacio y acaba siendo arrastrado hasta los polos de Júpiter, donde se forman auroras de colores brillantes. Bajo estas, la atmósfera del gigantesco planeta sigue moviéndose a cientos de kilómetros por hora.

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