Una ilustración siglo XIX típica sobre frenología
Una ilustración siglo XIX típica sobre frenología - People's Cyclopedia of Universal Knowledge (1883) /Wikipedia

Frenología: cuando se descubría al criminal por la forma del cráneo

Hubo un tiempo que los científicos sabían la personalidad de alguien, incluso si era un asesino en potencia, solo con palparle la cabeza

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En la película «Blade Runner» Rick Deckard usaba el test Voight-Kampff para saber si Rachael era una replicante. Eso era ciencia ficción, pero algo similar usaron los frenólogos para conocer las tendencias homicidas de una persona.

La frenología es una creencia pseudocientífica que procede del griego «phren» que significa inteligencia y «logos», tratado. Fue muy popular durante el siglo XIX y sus seguidores afirmaban que existía una relación directa entre las funciones intelectuales y el carácter de una persona en relación con la forma del cráneo.

El fundador de esta doctrina fue el neuroanatomista alemán Franz Joseph Gall (1758-1828), el cual estaba especialmente interesado en estudiar individuos con comportamientos extremos, genios, locos o criminales. El doctor Gall llegó a describir hasta 27 zonas en la corteza cerebral, cada una con unas funciones concretas y a las que el definía como verdaderos órganos cerebrales.

Los métodos que utilizaba Gall para localizar los órganos cerebrales eran grotescos y absurdos. Así por ejemplo situó la “veneración” en la zona de unión de los huesos del cráneo en la parte superior de la cabeza, simplemente porque observó que algunos devotos fervientes tenían esta zona ligeramente prominente; y el órgano cerebral de la reproducción en el cerebelo, tras “notar la ardiente nuca de una viuda histérica”. Con estas mimbres es normal que Gall se convirtiese en su peor enemigo.

Los frenólogos, como si de lectores de cráneo se tratase, recorrían lentamente con sus dedos y palmas de las manos la topografía de la cabeza de los incautos que lo solicitaban y de esta forma analizaban su personalidad, descubrían sus fortalezas y debilidades e, incluso, aventuraban algunas posibilidades para el futuro.

A pesar de todo esta, «ciencia» floreció entre los círculos intelectuales de la época Victoriana hasta el punto de que el filósofo WF Hegen llegó a abordar la frenología en algunas de sus obras. También fue objeto de crítica y sátira, apareciendo en muchas ilustraciones de la época.

El asesino de La Cartuja

Uno de los máximos exponentes de la frenología en nuestro país fue Mariano Cubí y Soler (1801-1875). Este científico estuvo en Sevilla en 1845 ofreciendo sesiones de magnetismo y sofrología e impartiendo numerosas conferencias. Fue tal su éxito que la fábrica de loza inglesa La Cartuja de Sevilla, fundada por el británico Carlos Pickman, comercializó un cráneo frenológico, diseñado por Picazo.

Cuando Cubí fue a La Cartuja para supervisar la fabricación del cráneo frenológico advirtió, tras analizar el cráneo, que uno de los trabajadores, el que realizaba las funciones de portero, mostraba propensión al asesinato. Así se lo hizo saber a Carlos Pickman, el propietario de La Cartuja. Días después de la visita del experto, el trabajador mató a varios miembros de su familia.

La cabeza frenológica diseñada por Mariano Cubí está delimitada en 43 secciones mediante líneas incisas, cada una de las cuales recibe un número y una denominación, incluso en algunos casos se incluye la función que realiza esa parte del cerebro. Este cráneo mide la amabilidad, penetrabilidad, destructibilidad, constructividad…

Perseguidos por la Inquisición

Desde Sevilla Cubí se dirigió a Galicia, en donde recibió aviso de que existía una orden de arresto emitida por el Tribunal eclesiástico compostelano. Las acusaciones eran emitidas por Antonio Severo Borrajo, doctor en Teología. La denuncia, básicamente, se fundamentaba en dos hechos. Por una parte Cubí negaba el pecado original al atribuir las malas inclinaciones a la organización cerebral y, por otra, fomentaba la poligamia, al explicar que la promiscuidad se debía al desarrollo de ciertas áreas cerebrales.

El asunto no era cuestión baladí, ya que se había restablecido la Inquisición como Juntas de Fe en algunas diócesis, y en 1826 se había ahorcado al maestro Cayetano Ripoll por hereje. Cubí no supo dar las explicaciones oportunas, pero tuvo la suerte que el asunto cayese en manos de un hombre sabio, fray Manuel García Gil, que pidió indulgencia y la causa fue sobreseída tres años después. De esta forma, Mariano Cubí pudo regresar a Barcelona.

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