La oveja Dolly con sus corderos
La oveja Dolly con sus corderos - AP

Se cumplen 20 años de la clonación de la oveja Dolly

Hoy se cumple el vigésimo aniversario del primer animal reproducido artificialmente mediante una célula adulta

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Hace 20 años a las 14,30 horas de la tarde nacía uno de los animales mas famosos de la historia y no era el elefante con los mayores colmillos jamás vistos, o un perro con tres cabezas. Era una oveja con tres madres, ningún padre y el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta, en concreto de una célula de la glándula mamaria. Hace 20 años, y gracias a esta oveja de una popular raza escocesa, descubrimos la palabra clonar y las implicaciones médicas y éticas que podría o no tener esto de «jugar a ser Dios», como proclamaban algunos.

Es cierto que el éxito del proceso, que fue un poco fruto de la casualidad (se necesitaron 277 intentos, 29 embriones y 13 madres de alquiler hasta que tan solo uno fructificara) abría el control del ser humano sobre el ADN, y hubo quienes sintieron el vértigo de un posible descontrol ético y cierto terror a convertirnos en creadores de vida.

También se abría una nueva era, la de los avances biomédicos. Prometía ser el futuro de la infertilidad, de la medicina regenerativa pero aún no ha conseguido una aplicación médica de manera directa.

El tratamiento no está permitido en seres humanos y sin duda el ensayo y clonación de embriones es un debate médico y ético de constante actualidad. El antes y después de Dolly sentó las bases éticas sobre la experimentación con embriones.

Hay quienes consideran que este control frena posibles avances científicos que podrían utilizarse para prevenir enfermedades mitocondriales en humanos, y hay quienes creen imprescindible unas estrictas bases bioéticas porque el fin no justificaría los medios. El debate, que abrió Dolly en su momento, sigue en ambientes científicos. Sin duda ya no los escuchamos en las noticias habituales pero se producen, y en ocasiones con sus más y sus menos entre defensores y detractores de estas nuevas tecnologías médico-científico-éticas.

Dolly falleció (se le practicó la eutanasia) un 14 de febrero de 2003. Con seis años y medio de vida. Fue madre con normalidad y vivió rodeada de mimos en el Instituto escocés Roslin, que la vio nacer. Vivió la mitad que lo que suele vivir una oveja de su raza y padeció artritis prematura y enfermedades pulmonares que aún hoy no han podido demostrarse que se debieran a ser clonada, o a que le tocó una mala salud ovejuna.

Lo cierto es que, a pesar del revuelo del momento, de los cientos de escritos y titulares a su consta y de abrir un debate que enfrentó en algunos momentos la ciencia, la religión y la ética; su éxito científico (el Premio Nobel) ha quedado finalmente para clonar mascotas de ricos —porque el proceso supone unos 10.000 euros— y para la utilización ganadera en busca de mejorar razas y ejemplares de características especiales.

Ojalá que en un siguiente aniversario se reconozcan ya esos avances que están por llegar y que se deben a una reprogramación celular, complicadísima de explicar a los profanos en biología, que se llamó Dolly y que supuso un hito en la ciencia.

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