El cerebro enfermo detrás del Bolero de Ravel

Maurice Ravel sufrió una enfermedad neurológica que terminó por incapacitarlo totalmente para componer

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Maurice Ravel (1875-1937) es el gran representante de la escuela moderna musical francesa. Su personalidad es tan compleja y misteriosa como el carácter obsesivo de una de sus composiciones más célebres, el Bolero. Esta obra musical fue compuesta y dedicada a Ida Rubinstein en el año 1928. La bailarina rusa le había pedido que compusiera un ballet de carácter español, por eso el maestro lo enfocó hacia unas danzas españolas del siglo XVIII llamadas bolero.

La danza original se acompañaba tradicionalmente por panderetas o castañuelas, pero Ravel utilizó para su orquestación la “caja orquestal”. En esta pieza musical la labor del percusionista es clave, su trabajo es de relojero, no puede adelantarse ni retrasarse durante los ocho minutos que dura la composición.

La reiteración obsesiva (ostinato) de la melodía principal hace inconfundible al famoso Bolero. Cuando el concierto se acaba el director no felicita ni al primer violín ni al pianista, sino al percusionista.

El Bolero de Ravel no pasa desapercibido, o se adora o se detesta. Muchos consideramos que es una obra hipnotizante, otros subrayan que la composición es continua, inacabable, incesante y, hasta cierto punto, extenuante. No en balde el día del estreno una espectadora, desde el patio de butacas, gritó: “¡Al loco, al loco!”, a lo cual Ravel respondió que era la única que había entendido su obra.

El ballet se basa en dos temas melódicos principales extremadamente simples que se exploran hasta la extenuación. En el Bolero se manejan muy pocos elementos compositivos, apenas cuatro; se repiten ocho veces en los 340 compases, con volumen e instrumentación crecientes.

Un cerebro enfermo

Nada es ajeno al arte, al proceso creativo, ni siquiera las enfermedades. Cuando Ravel compuso la obra ya había comenzado a sufrir las manifestaciones de una enfermedad neurológica degenerativa –una demencia frontotemporal- que lo incapacitó totalmente para componer a partir de 1932. La enfermedad produjo un daño inexorable en sus neuronas que se manifestaba en forma de afasia (déficit en el lenguaje) y apraxia (una pérdida de la capacidad para poder llevar a cabo movimientos). También hubo un daño irreparable en el área del lenguaje escrito, uno de sus biógrafos cuenta que tardó más de una semana en poder escribir una carta de tan sólo cincuenta palabras. Ravel tenía dañado el hemisferio izquierdo, la mitad del cerebro en la que se ubican los centros lingüísticos.

El compositor francés se vio condenado al silencio musical, podía apreciar la música y disfrutar de ella, sin embargo, era incapaz de escribir música. La música destilaba por sus neuronas pero estaba condenado a no poder compartirla, únicamente él podía disfrutar de su genialidad creativa.

El tumor que nunca existió

Los últimos años de su vida fueron una verdadera tortura, Ravel era casi un muerto en vida, el insomnio, la fatiga, la amnesia y la afasia se habían apoderado de él. Pero al mismo tiempo era totalmente consciente de que cada vez más le costaba encontrar las palabras que quería decir y que era incapaz de escribir una carta de forma ordenada.

El 19 de diciembre de 1937 Ravel fue intervenido por el neurocirujano Clovis Vicent con el objetivo de extirpar el tumor cerebral que causaba los síntomas neurológicos desde hacía una década. El cerebro del compositor tenía un aspecto normal, salvo por la existencia de un hemisferio izquierdo atrofiado. Después de la intervención Maurice entró en coma profundo del que no se recuperaría, falleciendo pocos días después. Este fue el triste final de uno de los más geniales compositores del siglo XX, al que Stravinsky definió como “el más perfecto relojero de todos los compositores”.

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