TRADICIONES

«¡A la blanca cal!»

La costumbre de encalar, mantenida hoy actualizada, tomó auge en el siglo XIX por salubridad y se asentó como trabajo femenino a realizar entre Semana Santa y Corpus

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Un arriero vocifera a pleno pulmón. «¡Cá pa encalá!», «¡A la blanca cá!» grita por las calles del pueblo con su borrico con los serones cargados de piedras de cal viva resplandeciente. «La mejó, la más blanca, de Morón», dice y ese es el mayor reclamo que puede hacer. Porque no hay arriero o carbonería que no lo sepa: la cal que procede de las caleras de la provincia de Cádiz están bien para construir, pero para pintar solo vale la de Morón. Porque lo que se busca es que la fachada sea la más resplandeciente y fulgurante, la envidia de las vecinas, la que denote más limpieza. No hace tanto que los pueblos e incluso la capital vivían esta escena que se narra como sacada de una película de Fellini.

Corría la primavera y un rito se revivía trasmitido de madres a hijas: encalar la casa y su fachada en el plazo que iba de Cuaresma a Corpus.

Hoy, los tiempos han cambiado pero la tradición sigue viva, marcando de alguna forma los tiempos para arreglar las fachadas. Tanto es así que en Chiclana, desde hace unos días, se puede pintar y arreglar los exteriores de las casas sin impuestos. La medida se debe a un bando municipal que hunde sus raíces en la historia chiclanera y que persigue arreglar las fachadas para la feria. El origen local de la costumbre no está claro. Hay algunos que hablan de la necesidad de tener las casas listas para la Feria de San Antonio, otros que fue una costumbre inculcada por los franceses por salubridad y otros que incluso antiguamente el Ayuntamiento regalaba la cal.

Sea como fuere, no parece que los motivos y las pautas sociales se distingan de los que se vivían en el resto de la provincia y de Andalucía. Al parecer el uso de la cal se introdujo en la sociedad con las primeras ideas de salubridad. Así, tras las epidemias de fiebre amarilla vividas en la capital en el siglo XIX, se extiende su uso para pintar tanto exteriores como interiores en color blanco.

Lo cierto, es que el uso de la cal en la construcción se remonta a época romana. Pero especialmente se usaba en la época musulmana o en el barroco, pero teñida de colores. Sin embargo, se consideraba un producto caro que se reservaba para interiores, jambas y zócalos. Tendría que llegar el XIX y sus ideas de desinfección para calar en la sociedad gaditana. Los pueblos viran al blanco en sus exteriores y la cal vive su mayor auge. A medidos del XIX, el ferrocarril une Morón con Sevilla y, a su vez, con Cádiz y se vive la época dorada de esta pauta social.

Los beneficios

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Es la mujer la que encala, pertrechada con faldas, mandiles y delantales viejos y ayudada de brochas y pinceletas. Compra la cal en la carbonería o a los arrieros que visitan los pueblos. En un barreño la apaga con agua en un proceso químico que incluso lleva a elevar la temperatura del líquido. De esta forma, las fachadas e interiores recuperan el esplendor perdido en un año, borrado por la lluvia y las ‘caliches’ que se desprenden. 

De hecho, la cal se inculca en los ritos sociales hasta tal punto que se asocia también a la idea de renovación. Tras la muerte, la habitación del finado se encalaba, en la previa de la fiesta de los Difuntos, en noviembre, se pintaban nichos y tumbas. Como motivo aparente, el cambio; como origen, la necesidad de higiene y de poner coto a las infecciones. 

En todo este auge, los viajeros románticos inician sus periplos por la provincia y descubren bellos pueblos como Zahora, Arcos o Vejer cubiertos de blanco y comienzan a hablar de los Pueblos Blancos de la Sierra de Cádiz. Más de medio siglo después, el Gobierno franquista asienta el mito con una ruta turística,  hoy la más antigua de España. 

Lo cierto es que esas madres abnegadas no estaban en un error. La cal favorece la higiene, deja transpirar a los muros y consume el dióxido de carbono del ambiente, es inodora y no tiene agentes tóxicos. Incluso antiguamente, las embarazadas llegaban a comer caliches cuando sentían la falta de calcio. En Gordillo’s Cal, lo saben bien. Son los continuadores de mantener con vida las Caleras de Morón, esas que suponían un trabajo infernal para los caleros, obligados a mantener el fuego vivo durante un mes en el interior de hornos excavados.

Hoy, comercializan de nuevo el producto con todos estos beneficios. Su abnegado esfuerzo por mantener la tradición viva les ha llevado a ser nombrados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Un reconocimiento que bien se podría extender a todos los caleros que se dejaban la vida en la producción, a los arrieros que la distribuían y a aquellas madres que con esfuerzo y mimo blanqueaban el blanco con cal y cariño.

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