CIERRE DE MUÑECAS MARÍN

Muñecas Marín, la flamenca cañí ya no baila

Premiada en diversas ocasiones, Muñecas Marín fue una de las más potentes de la localidad e imagen del país

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Ese brazo en alto, abanico en mano, pudo con una cruel Guerra Civil. La sonrisa brillante no se enturbió con la despiadada Postguerra. Ni un mechón de su pelo, mantilla incluida, se despeinó con la riada que asoló Chiclana. Tampoco desbarató sus volantes la crisis de los 70. El inicio de la democracia incluso le dio impulso a su bata de cola. Bailaba y bailaba en lo más alto de televisores y frigoríficos de medio mundo. Sus acharolados zapatos pisaron los más recónditos lugares, desde el paño de crochet, al atril de los Premios MTV, pasando por ser la protagonista de una serie de pinturas.

La España cañí, el typical spanish, el país del toro y la peineta, emblema del universo kitsch; toda Europa y Estados Unidos sucumbió en algún momento a la simpática gitana bailaora.

Imagen de una España odiada y querida a la vez, símbolo del tópico típico de un país; lo que 86 años de historia del siglo XX no pudo, la denostada crisis actual ha borrado de un plumazo. El cierre de la fábrica de Muñecas Marín deja a Chiclana huérfana de imagen y con una baja empresarial más en una larga lista de cadáveres económicos por la recesión.  

Sentimientos encontrados en la localidad que vivió el nacimiento, gloria y ahora ocaso de una marca clave. Y es que son muchos los que decían que la caída «se veía venir». Lo cierto es que el empuje de la competencia asiática fue dándole bocados a la genial idea que José Marín Verdugo plasmó en 1928 con la creación de su fábrica. Tanto que, finalmente, la empresa no ha soportado el segundo relevo generacional en la familia Marín. En concurso de acreedores, la entidad ha cerrado y se desmantela empresarialmente cuando ya sólo tenía cuatro trabajadores.

Años dorados

Nada que ver con esos florecientes años 70 y 80, años dorados para la compañía. Aunque la andadura comenzó antes, con un joven José Marín. Hijo de Dionisio Marín y Ana Verdugo, con tan solo 13 años despuntó por su vocación artística. Pero eran malos tiempos para la lírica y era necesario plasmar económicamente esa genialidad.

José Marín, mientras diseñaba una de sus famosas muñecas
José Marín, mientras diseñaba una de sus famosas muñecas

Como recuerda la aún activa web de la empresa, repentinamente «se encontró silueteando la figura de una mujer andaluza que bailaba. Realizadas de manera experimental más que artesana, marcha con ellas a la Plaza Mayor y encuentra de inmediato compradores para las mismas. Esta vez, sí, había dado en la tecla». Había nacido la fórmula del éxito: en tan solo cuatro años lo que era una idea incipiente, se convirtió en una factoría de figuras de mujer y de hombre ataviados con trajes regionales

Sin embargo, fue la flamenca andaluza y el toro los que despuntaron rápidamente como emblemas y productos estrellas del souvenir español. Esa mujer sonriente, de pelo negro, esbelta figura, morena y de ojos grandes triunfó rápido. «Era la imagen de la chiclanera y andaluza y esa promoción de la ciudad no está pagada con nada». Quien lo reconoce es Encarnación Pedrero, chiclanera, que trabajó en la empresa desde los 12 a los 23 años. Ayer, «lamentaba muchísimo» el cierre, mientras que recordaba cómo el éxito de las Muñecas Marín no tardó en redundar en beneficio para el pueblo. 

En sus diversas sedes como Arroyuelo, La Plaza, el Retortillo o, la última, el Polígono Industrial de Badenes «la familia nunca dudó en dar trabajo a las chiclaneras». «Tanto es así, que los señoritos de esos años se quejaban de que Marín dejaba al pueblo sin chicas para el servicio. Pero él pagaba muy bien, sólo había que ir a pedirle trabajo. Gracias a ellos pude ahorrar para mi boda. Y como yo, la mayor parte de las chiclaneras de mi generación», reconoce Pedrero, de 65 años.

En su tiempo, recuerda una fábrica «con más de 300 empleadas, más las que cosían en las casas». Corren los años 60 y, al frente de los diseños aparece la hija de José, Ana Marín. Su genialidad fue premiada gracias a creaciones que se diversificaron y mejoraron, como la muñeca de Lola Flores, creada en los 80. De hecho, la empresa cuenta con el Primer Premio Mundial de Muñequería y la concesión de la Medalla al Mérito al Trabajo, galardones conseguidos por hija y padre. 

El salto ya estaba consumado, de hecho, Muñecas Marín contaba con representantes en toda España que viajaban por el mundo, catálogos en mano, buscando potenciales clientes. El mito de la gitana y el toro fascinaba al 'guiri', al ‘guachisnai’, que no podía resistirse a llevarse una a su país de origen. La España de los 80 tan solo ayudó a acrecentar el mito. La muñeca también quedaba bien en los salones patrios, hacía gracia a esa España en tecnicolor de hombreras, pelos cardados, genialidad y movida. Hasta los Costus crearon una serie de pinturas, dentro de lo que llamaban «chochonismo ilustrado». 

Pero lo que era simpático o denostado, divertido e icónico (incluso molesto para catalanes que intentaron evitar su venta), era algo más en Chiclana. «Daban trabajo, los comercios esperaban a que cobraran las niñas de Marín para vender», reconoce divertida Pedrero. Por eso ahora considera que «nunca se supo valorar lo que Chiclana tenía con esa empresa». 

La globalización todo lo torció, las cuentas no salían y comenzaron los despidos con el cambio de siglo. Números rojos, exempleados en juzgados, las gitanas parecían no encontrar su sitio rentable en el siglo XXI. Ya no era todo prosperidad, la empresa replegó velas, intentó capear el temporal asiático, pero el tornado crisis ya fue la puntilla. Las flamencas dejaron de bailar y sonreír. A Ernesto Marín, hijo también del fundador y actual gerente, le tocó tomar la difícil pero inexorable decisión. Se acabó la música para las Muñecas Marín, cayó un icono español que bien se hubiera merecido el mismo blindaje del Toro de Osborne.

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