Encarnación Pedrero, un día después de la riada.
Encarnación Pedrero, un día después de la riada. - la voz
Medio siglo después

La furia del Iro, en sus ojos

Encarnación Pedrero reconstruye los duros momentos de la riada de Chiclana en 1965

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«Tío Diego aquí están tus gafas», espetó la joven Encarnación a un hombre de apariencia corpulenta. El mismo que, tras limpiárselas y ponérselas, descubrió la crudeza del momento. Su casa, ayer una más de las que se levantaban en la ribera del río Iro, es solo un amasijo de muebles destrozados y escombros húmedos.

Su ciudad, una sombra de lo que era horas atrás. El barro y los juncos cubren la miseria traída por el río en unas horas. Ya no hay alegría, solo silencio. Diego mira su casa y llora amargamente. Lo que le devuelve la mirada es el paisaje de la desolación del día después de la riada que asoló Chiclana.

Corre el 20 de octubre de 1965 y la ciudad, desesperada, hace esfuerzos vanos por recuperar la normalidad.

Le costará algo más de un día, los balances oficiales aún no habían llegado: 3.000 familias afectadas y 600 millones de pesetas en pérdidas.

Es en esa aciaga mañana cuando Encarnación Pedrero, pala en mano, ayuda a su tío a limpiar su destrozada casa. Ha sido testigo en primera fila del horror, pero es en ese momento cuando descubre la gravedad de lo ocurrido. Su belleza de joven quinceañera, enturbiada por su gesto de tristeza, su falda de cuadros y su rebeca manchada de barro, en un entorno de destrucción darán la vuelta a España. La prensa de la época publicó ese instante en una fotografía hoy icono de la mayor desgracia vivida en Chiclana en el último siglo.

Pedrero, con 65 años, hoy se sigue estremeciendo al recordar lo vivido justo en ese instante decisivo. «Ver a mi tío llorando me impresionó muchísimo. Fue el momento más dramático que viví. Ahí fue cuando tomé verdadera conciencia de lo ocurrido», relata la chiclanera tras el mostrador de su mercería en la calle La Vega.

La alegría de su rostro se empaña recordando lo vivido. «Se acercaba la hora de salir del trabajo y estaba lloviendo mucho. Me senté en un escalón para quitarme los zapatos y atravesar descalza la calle de La Plaza. No me dio tiempo, el agua comenzó a entrar por la casapuerta y a subir escalón a escalón y en poco tiempo estábamos viendo pasar vacas muertas y butacas del teatro ante nuestros ojos», relata la chiclanera.

Habla del momento exacto de la riada, ese vivido un día antes de que le tomaran la famosa fotografía y que a ella le pilló en la antigua fábrica de las Muñecas Marín. «Entre las 14.30 y las 15.30 horas ya estaba Chiclana inundado. Y no pasó una desgracia porque fue de día y nos llamaron de Medina para avisarnos», relata.

Lo que se venía era un río Iro embravecido, cargado de agua y lodo, que se topó con una marea llena. La consecuencia fue fatal. Desde la parte alta de la fábrica veíamos la destrucción. El agua arrastraba todo lo que se encontraba a su paso».

Entre otros, al camión cargado de niños que estaban evacuando del colegio de los agustinos de San Telmo. «Tuvieron que lanzar un cabo para atar el camión y evitar que se lo llevara», explica. Porque, pese a todo, «hubo que dar gracias»: ni una pérdida humana.

La desolación del día después

Pedrero y sus compañeras estuvieron en la fábrica hasta que llegó la noche. «Cuando salimos no se podía andar por la calle, todo era barro». La joven encaminó los pasos a su casa, que se salvó de la riada al estar en Corredera Alta. Aún los chiclaneros no sabían muy bien las consecuencias de la riada, aunque su padre sabía ya que la mercería familiar había quedado devastada. «El agua se llevó o destrozó todo el género, como unas muñecas de cartón que vendíamos que se quedaron todas hinchadas», relata divertida la chiclanera.

«La mañana siguiente amaneció radiante. A la luz del sol descubrimos los destrozos», reconstruye. Fue ese 20 de octubre de 1965, el de la foto, el de la ayuda a su tío. El que siguió a una larga noche de desvelo y que terminó siendo aún más aciago. El día que se pudo contemplar un teatro García Gutiérrez con su caja escénica suspendida en el aire y sin patio de butacas.

El miércoles de Puente Chico sin cimientos y un barrio entero sin viviendas. «Veías a gente llorando por la calle, durmiendo en colchones... Fue horrible. No puedo recordarlo sin que se me pongan los vellos de punta».

Ese día Pedrero maduró de pronto, a golpes contra una realidad tan dura que era imposible siquiera de imaginar. «En aquel entonces ni podíamos imaginar que pudiera ocurrir algo así. Hoy echo la vista atrás y veo lo que Chiclana perdió. Después de eso la ciudad no ha vuelto a ser la misma».

Encarnación se refiere al impacto psicológico y lo perdido materialmente: «Hubo muchas cosas que se derribaron cuando podían haberse salvado como fue el teatro o el Puente Chico. Ahora lo pienso y es así. Ese día el agua también se llevó la historia de Chiclana».

El río enfurecido marcó un antes y un después ese mediodía. Quizás por ello, los chiclaneros más veteranos se siguen sobresaltando cuando escuchan llover. O tal vez por ese motivo en Chiclana el año de la inundación es algo así como el antes y el después de Cristo, una forma de medida del tiempo. Puede que por esa razón, aunque Pedrero crea improbable una riada así hoy, matice: «Aunque quien sabe, aquí hay vecinos que siguen colocando cada día una tabla en su puerta por su acaso el agua volviera a inundarlo todo...».

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