El líder de UKIP, Nigel Farage (derecha), con Douglas Carswell, el diputado del grupo euroescéptico por Clacton que antes militó en el Partido Conservador. :: WILL OLIVER / EFE
MUNDO

El malestar sacude la política británica

UKIP logra su primer escaño nacional a base de explotar el descontento por los recortes de Londres y la inmigración

CLACTON ON SEA. Actualizado: Guardar
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La decadencia de Clacton on Sea, la villa más poblada de la circunscripción electoral inglesa que eligió esta semana al primer diputado en el Parlamento británico del soberanista Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP), tiene que ver realmente con una cesión de soberanía. Se decidió en México y benefició a España.

Después de la Primera Guerra Mundial, 33 Estados preocupados por la extensión de la aviación suscribieron un acuerdo internacional en París que regulaba el espacio aéreo. Los billetes de vuelo aún mencionan la convención sobre aviación civil firmada posteriormente en Varsovia, en 1955. Y en Guadalajara, Estado de Jalisco, sellaron en 1961 otro sobre cómo regular una nueva modalidad, el vuelo chárter.

Fue el gran impulso al turismo de masas. Los británicos se embarcaron con rumbo a Cerdeña, a la Costa Brava, a Mallorca, a Valencia. Fue el principio del éxodo anual de turistas, en especial hacia las costas españolas. Las ciudades costeras inglesas que habían provisto de esparcimiento veraniego entraron en decadencia. Blackpool, Scarborough, Great Yarmouth... son hoy paisajes para la melancolía. Clacton on Sea fue creada para ser un destino vacacional de londinenses a finales del siglo XIX. El nombre de 'Sunshine Coast', la costa soleada, se relaciona con su microclima benigno. Aunque desde este enclave en la ribera norte del estuario del Támesis se divisa una planta de energía eólica. El jueves, cuando el sistema político británico vivió una nueva sacudida, el viento exigía energía a los paseantes.

Casas y casas anónimas y sin lujos que albergan a jubilados del este de Londres, la fisonomía intercambiable de tantos suburbios. Un centro urbano donde hay un gran McDonald's pero ninguna de las cadenas que permiten tomar ahora un buen café en Inglaterra. Una ciudad de cantinas tradicionales y mala dieta, de atracciones sin gracia y hoteles gastados.

Siguiendo el camino de la extensa playa, se llega a Holland on Sea, a Frinton, a Walton, con zonas de casas más ricas. Cuando David Cameron llegó a la circunscripción para apelar infructuosamente al voto para el candidato conservador, visitó con el preceptivo casco de obra las tareas de reforzamiento de la costa. El mar va devorando el acantilado, la erosión avanza hacia casas o monumentos históricos.

La amenaza del mar, la decadencia económica que viene de los años 60 y que no puede remediarse sin el improbable fin del paquete turístico o el vuelo barato. ¿Cómo pueden factores tan inamovibles producir un cambio súbito de preferencia política en una población envejecida, con más de un tercio de jubilados? Una razón de lo ocurrido en Clacton es el candidato de UKIP, Douglas Carswell.

«Por el pueblo»

El rito del recuento de votos en cada circunscripción incluye la proclamación del vencedor y los discursos del elegido y de los derrotados. Suelen ser corteses y banales. El de Carswell, que era diputado conservador, cambió de partido y buscó la reelección, no lo fue. Citó a Abraham Lincoln y su «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», y puntualizó que el autor original de esa frase fue John Wycliffe, disidente inglés de la Iglesia católica romana en el siglo XIV, traductor de la Biblia antes de la invención de la imprenta.

«Las palabras de Wycliffe fueron precursoras de una extraordinaria transformación», dijo Carswell. «Cambios tecnológicos que alteran las relaciones entre gobernantes y gobernados. Como en nuestro tiempo. Si te sientas a horcajadas sobre el enorme poder en Westminster o en la banca, en Whitehall (sede del Gobierno británico) o en Bruselas, las palabras de Wycliffe se harán cada día más insistentes».

Y añadió: «Los que gobiernan ya no pueden presuponer que saben qué es bueno para los gobernados. El corporativismo de los amigotes no es un mercado libre. El cambio está llegando mediante la comprensión de que las cosas pueden mejorar. Es un honor ser esta noche una pequeña parte de eso».

Carswell fue un colaborador del primer ministro Cameron y luego un político decepcionado. Crecido en Uganda de un matrimonio de médicos, licenciado en Historia del Imperio Británico, hay en él quizás un barniz del chauvinismo nacional frecuente entre extraterrados, pero su afán es cosmopolita y radical. Quiere acabar con la Cámara de los Lores, con el sistema electoral mayoritario, con el nombramiento de cargos a dedo. Defiende una ley para derogar normas superfluas, que haya referéndums para asuntos locales y nacionales importantes.

No quiere ser el líder del partido, porque sería malo para su familia y sería un mal líder, según confesión propia. Pero inmediatamente se detectan diferencias con el dicharachero y cínico Nigel Farage, que ha guiado a UKIP hasta el presente. En vísperas electorales, Farage afirmó que hay que prohibir la entrada en el país de gente con sida o con tuberculosis. Preguntaron a Carswell y afirmó que desea un sistema de puntos, como el que existe en Australia. Es otro mundo en un partido ya inconsistente.

En la sede de UKIP en Clacton había revuelo el jueves. Gente entraba y salía, se distribuían panfletos, sonaban llamadas telefónicas. Jack Duffin parecía en medio de todo aquello el Monsieur Houlot de Jacques Tati, avanzando hacia alguno de los grupos para echar una mano sin lograrlo nunca, por falta de destreza quizás en las relaciones entre tiempo y espacio.

Chaqueta de tweed, camisa azul celeste desabrochada, pantalones beige, zapatos de ante. Rubio y con una mirada algo temerosa. Su vocación política se despertó en los últimos años escolares, dice, porque se dio cuenta de que la política educativa de Tony Blair «no permitía la competencia».