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Barruntando

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Lo tenía claro, iba a ir. Llevaba meses olisqueando la ilusión que desprendía de su blanca melena mi amigo y compañero articulista Julio Malo de Molina, un arquitecto jodidamente ilustrado, quien junto con Manuel Luna, otro arquitecto, había organizado Barrunto, ese chiringuito virtual en el que todo cupo: desde los cuadros ignotos de una novel de 1949 hasta los dibujos virtuales de la niña dada a luz en 2007. Barrunto es nombre sonoro, de marinero barbudo con pipa divisando el alta mar, sondando el oleaje gris que lleva los cadáveres a los jardines marinos de las sirenas. El concepto, eso es lo importante, el concepto: el arte de lo inútil.

El lugar elegido fue la mágica Plaza de Mina, al albur de la Librería Manuel de Falla. Era sábado mañanero y los organizadores no las tenían todas consigo. La razón: el tiempo, the weather. Hubo baraka, ya lo creo. Ese día no salieron a pasear las calles de Cádiz el Prendimiento ni el Gran Poder y la lluvia se contuvo oculta en esas gónadas de espuma que son las nubes. Los niños alborotaban -ése es su oficio- y los padres y abuelos levantaban unos pocos grados la barbilla al cielo, escrutando el pescado. ¿Lloverá? El viento era de lluvia, pero lo conjuraron las brujas. O quizás fuera que el cielo respetó el arte, o que allí acudió gente buena como la escritora Belén Peralta -ansiosa por sacar nuevamente sus Cerezas y Guindas- y el músico Fernando Lobo -que hoy pone a la venta su nuevo disco, un maravilloso atajo hacia la fama llamado 'Para seguir'-.

La exposición fue esplendorosa: los paseantes admiraron las pinturas y dibujos de Guillermo Márquez, Pepe Baena, Fernando Devesa o Rafael Llácer; las esculturas de Antonio Mota o Carmen Villegas; los enigmáticos zapatos de Ángeles Flor y tantas otras obras. Por un momento creí volver a París, a ese barrio de los artistas donde me retrataron dos veces. Fue en Montmartre donde descubrí que podía envejecer (los riesgos de no mirarse al espejo).

Barrunto fue el éxito de la constancia, del deseo de avanzar contra la penuria económica y los vientos de lluvia. Por eso fui y me arriesgué. Yo querría haberme colocado en un banquito, al rincón de la plaza, junto a esas geniales gigantes bicicletas de madera, y presentar esos pequeños pedacitos de alma que esos hijos bastardos de las tortugas ninja (Leonardo, Donatello, Miguel Ángel y Rafael) ofrecieron a los que buscaron esplendor al aire libre. Pero no me atreví. Es por eso que, Julio y Manuel, os convoco a un nuevo Barrunto, un concilio, más difícil y complicado, en el que las luchas de egos devoran almas. Amigos, cread otro Barrunto, el literario. Y enhorabuena.

@montieldearnaiz