José María Manzanares, en una de sus faenas en la tarde de ayer en El Puerto. :: VÍCTOR LÓPEZ
Sociedad

Manzanares triunfa en El Puerto

Hasta tres toros de Zalduendo se partieron el pitón y salieron los dos sobreros en una corrida insólita El alicantino corta tres orejas y sale a hombros, mientras Finito y Morante se van de vacío

EL PUERTO. Actualizado: Guardar
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Gran ambiente de toros se respiraba en El Puerto con los tendidos repletos de un público dispuesto a disfrutar de la fiesta y a deleitarse con el buen hacer de los toreros anunciados. Pero con lo que nadie esperaba es que iban a ser testigos de un fenómeno inédito en la tauromaquia, del episodio insólito de tres toros con los cuernos destrozados. Era la tarde de los cuernos rotos.

Finito de Córdoba, que fuera figura del toreo en otras décadas y ahora relegado a la condición de telonero de lujo de actuales ases de la tauromaquia, a las que abre cartel, demostró que quién tuvo retuvo y que todavía posee el docto magisterio de torero clásico y con sabor. Se hizo presente en el ruedo el cordobés desplegando la exquisita calidad que atesora con dos verónicas relajadas y el chispazo garboso de dos medias que rezumaron cadencia, ritmo y desmayo. El toro, que derrochó durante toda la lidia fijeza y humillación en su noble embestida, llegó al último tercio con escaso recorrido y cierta sosería. Circunstancia que impidieron a Finito armar series con sucesión de muletazos ligados, pero que sí permitió un goteo excelso de apuntes desbordados de empaque, añeja elegancia y brillantez. Cuyo punto álgido lo alcanzaron unos inspirados naturales, clásicos y bellos, y en unas postreras trincherillas, que parecían viva estampa de artístico cartel. Fue faena de toreros pasajes sueltos que embelesaron a la concurrencia. Tras errar el cordobés con los aceros, recogería una estruendosa ovación. Poco pudo hacer, en cambio, con el desrazado ejemplar que hizo cuarto, tan noble como carente de fuerzas y transmisión. Sólo cabe la justificación del baldío esfuerzo realizado en una grisácea labor que no pasaría del conato de toreo ni del intento.

El segundo toro fue un ejemplar anovillado que se partió un pitón al estrellarse contra un burladero antes de iniciada la lidia. Por lo que sería reglamentariamente devuelto por un sobrero que presentó una repetidora acometida, que permitió a Morante dibujar verónicas ajustadas y hasta recrearse en una media belmontina y despaciosa. Ante las pocas fuerzas mostradas por el animal, se solventó con un mero simulacro el trámite de varas. Esculpió después el de La Puebla un fino quite por chicuelinas, que abrocharía con una media a pies juntos, de exquisito sabor, que provocó la unánime explosión de júbilo del respetable. Y ahí concluyó este capítulo, pues también este toro, cuando el diestro se disponía a asir la franela, se partió el cuerno de raíz al derrotar contra tablas. A Morante sólo le cupo montar la espada y y despachar a enemigo tan lastimosamente disminuido.

Tercera fractura

Y como no hay dos sin tres, se completó el capítulo de despropósitos al fracturarse de cuajo un pitón el quinto en su encuentro con la cabalgadura. Increíble pero cierto: tres toros con cuernos rotos y los tres correspondían al artista de La Puebla. Éste último fue devuelto antirreglamentariamente, pues la lidia ya estaba empezada, y en su lugar apareció un segundo sobrero que resultó ser un astado carente de fuerzas, de casta y de emoción. Características antitéticas para el desarrollo del buen toreo, ese que el aficionado siempre espera que emane de los engaños de Morante. Derrochó éste empeño en agradar a su numerosa feligresía pero esta tarde, estaba claro, no tenía el Santo de cara. A pesar de citar con correcta colocación por ambos pitones y esbozar leves destellos de su arte, pronto se desengañaría ante las nulas condiciones de su oponente.

Con lances poderosos a la verónica recibió José María Manzanares al tercero de la suelta, animal de escasas fuerzas, que tomó una vara en todo lo alto, en perfecta ejecución de la suerte, de Aurelio Cruz. También banderilleó con sumo acierto Curro Javier, que hubo de desmonterarse. Muleta en mano, ante un enemigo noble y huidizo, Manzanares impuso esa tauromaquia sobria, severa y rotunda, que tanto le caracteriza, al que embebió en el engaño por medio de tandas de derechazos ligados, cuya continuidad y relieve se verificaron decrecientes a medida que avanzaba el trasteo. Unos redondos completos y bellos cambios de mano pusieron colofón a una dilatada faena a la que le sobraron demasiados tiempos muertos y a la que le faltó algo más de ceñimiento y reunión. Mató el alicantino al segundo intento y obtendría así el primer trofeo de la tarde. Mostró dotes lidiadoras con el capote al recoger la abanta embestida del manso que cerraba plaza, con el que volvieron a saludar Blázquez y Rafael Rosas tras parear con lucimiento y donde Curro Javier realizó una labor destacada en la brega. Tuvo el toro la movilidad necesaria y la repetición requerida para que Manzanares firmara con él otra faena sólida y maciza, sobre todo por el pitón derecho, por donde consiguió muletazos largos y profundos en tandas muy espaciadas entre ellas. Al lento compás del pasodoble que interpretaba la banda, el torero citaba a la res y el público enloquecía. Labor destacada, aunque carente de apreturas, que rubricaría con una gran estocada.