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Oreja por coleta para Padilla, Fandi y Fandiño en un decepcionante encierro

El primer festejo mayor de la temporada taurina portuense contó con las reses de Núñez del Cuvillo, que no estuvieron a la altura

EL PUERTO. Actualizado: Guardar
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Primer festejo mayor de la presente edición de la temporada taurina portuense en el que se anunciaba ese binomio casi inseparable de matadores que este año han constituido Padilla y El Fandi. Pareja que encabeza el escalafón en número de festejos toreados y que ya pisó los ruedos gaditanos de Los Barrios, Jerez, La Línea y San Fernando. Se da la circunstancia de que ambos son toreros-banderilleros de reconocida valía, de que los dos manejan con soltura y variedad la capa;, pero, extraña paradoja del toreo actual, nunca rivalizan en quites y ni siquiera comparten palos en el segundo tercio. Por lo que ese insistente binomio que tanto se repite en los carteles no se sustenta, ni por asomo, en una tradicional rivalidad torera, sino que sólo puede entenderse como una obligada compañía de dos diestros que van recorriendo juntos las plazas de España.

Completaba cartel el diestro de Orduña, Iván Fandiño, avalado por sus reiterados triunfos en plazas importantes y ante toros de gran exigencia. Y éste, el toro, eje fundamental de la fiesta,fue el elemento que falló, una vez más, en el festejo.

Abrió plaza un ejemplar que salía suelto y buscaba con descaro la huida; si bien, cuando tomaba el capote de Padilla, se desplazaba con cierta largura. Quitó por chicuelina El Fandi y tomó el animal una vara en la que se dejó pegar. El jerezano colocó tres pares de banderillas con solvencia y facilidad, entre las que destacó el tercero, colocado de dentro a fuera, de gran mérito y exposición. Pero el toro, además, carecía de fortaleza, por lo que se derrumbó en la arena en los iniciales pases por alto del matador. Éste lo pasó en redondo y al natural en series en los que el animal, soso y descastado, sólo acudía con algún atisbo de alegría durante los dos primeros cites. Faena, pues, sin emoción ni intensidad alguna ante un astado que derrochó tanta nobleza como una desesperante falta de raza. Tras pinchazo y estocada sería ovacionado Juan José Padilla, quien recibió con renovados bríos al colorado noblón y descastado que hizo cuarto. Lo saludó con larga cambiada y galleó después garboso por chicuelinas. Volvió a lucirse con los palos e inició el trasteo de hinojos, posición en la que llegó a ligar una tanda entera de muletazos, para, ya en actitud erguida, firmar una labor plena de entrega y pundonor, en la que aprovechó hasta el último conato de acometida que le regaló la anodina y reservona res. Desplantes finales constituyeron el preludio de un pinchazo y una estocada.

Reses sin fuerza

Al segundo, una vez recibido por El Fandi con larga cambiada, se le advirtió muy pronto un evidente menoscabo en su tracción, y se quedaría muy corto bajo el capote del granadino. Firmó éste un tercio de banderillas pleno de espectacularidad, conseguida reunión y poderío. Muleta en mano, su labor, aunque decidida, no pudo superar el carácter inane que la inocua condición de la res permitía: sin transmisión ni fuerzas ni recorrido, el esfuerzo de El Fandi por obtener algún pasaje lucido resultó baldío. Sí pudo estirarse, en cambio, a la verónica ante su segundo enemigo, suerte que verificó con cierto gusto y despaciosidad. Brilló luego en un variado y luminoso quite, antesala de su consabida explosión rehiletera, tercio que culminaría con una auténtica exibición de poder, valentía y fortaleza al dar casi una vuelta al inmenso ruedo portuense parando a su oponente con la mano en la testuz.. Para que todo ello fuera posible, también con este toro se simuló la suerte de varas y, aún así, llegaría al último acto con escasa y mortecina embestida. Pero, como suele ser costumbre, con tanta nobleza también, hasta el punto de permitir al granadino dibujar series por ambos pitones que, aunque no destacaron por su relieve, sí permitieron una continuidad de muletazos. Circunstancia ésta muy bien recibida por el público, que no repararía en que a penas se esbozara el toreo al natural para solicitar con vehemencia unánime el trofeo tras una buena estocada.

El tercero de la tarde fue una anovillada res, carente del mínimo trapío que exige la categoría de esta plaza. Lo lanceó con gusto y ceñimiento Iván Fandiño y lo dejó, después, con donosura y precisa colocación en el caballo, en cuyo encuentro sólo recibiría el animal un leve picotazo, Pues tan evidente se percibía ya su carencia de fuerzas. Llegó al último tercio sin picar y así pudo resistir algunas embestidas repetidas. Pero éstas, rebrincadas y sin celo, impidieron el acople y la ligazón necesarias en el trasteo de Fandiño. Unas manoletinas ajustadas, un bajonazo y un descabello pusieron fin a la labor del vizcaíno. Diestro que explotaría al extremo la boyante condición, aunque sin codicia ni raza, del burel que cerró plaza, con el que se ajustó en garbosos delantales, rematados con preciosa media. Tras un bello inicio de trasteo por bajo, tanto el comportamiento del toro como la faena de Fandiño se fueron diluyendo en el plúmbeo espesor de lo anodino. De una estocada tendida se deshizo Fandiño de su oponente y puso fin a un festejo que no será recordado, ni mucho menos, por sus pasajes de brillantez.