La crujía central de la bodega se destinará a la sala central del Museo que articulará el resto de salas dedicadas al vino y la sal. :: J. A. C.
Chiclana

En busca de la identidad chiclanera

Arrancan los últimos trabajos para la apertura del Museo del Vino y de la Sal

CHICLANA Actualizado: Guardar
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La clara luz de julio se filtra entre la palillería de sus pequeñas ventanas. El intenso calor del exterior se desvanece, amortiguado por gruesos muros y recias cubiertas de maderas originales. Desposeída, de momento, de sentido, parece una gran nave encallada en el tiempo, esperando a recuperar el pulso. No cuesta mucho acercarse a cuál pudo ser su vida, rememorando las palabras del célebre Fernando Quiñones. Y es que, como bien cantaba el escritor, «a la luz del día, las bodegas eran otras». Después de noches de intensa actividad de murciélagos, «la claridad lo cambiaba y serenaba todo». Bien distintas eran esas «catedrales del vino» cuando los amigos de la noche convertían bodegas como estas en «en un tibio pandemónium de alas tenues y roces furtivos, de monstruosos hociquillos, vagos chillidos espaciados, leves choques aéreos». No queda nade de ello en las antiguas bodegas Collantes. Pero en breve se convertirán en el santo y seña de la identidad chiclanera. Por sus gruesos muros se repasará la historia de miles de hombres y mujeres dedicados al oro de la ciudad, líquido y pétreo: al vino y la sal. El patrimonio etnológico de Chiclana que resucitará en el Museo del Vino y de la Sal que ya encara los últimos trabajos para su apertura.

Son concretamente las obras en el que será Jardín de Vides. Un espacio exterior en la plaza de las bodegas que será posible gracias a la nueva cesión de Bodegas Collantes al Ayuntamiento de Chiclana. Estos trabajos y una ampliación de la primera fase harán posible que, aproximadamente, para noviembre las instalaciones puedan abrir para acoger eventos, aunque desposeídas de su fin museográfico.

Así lo explica en una visita a las instalaciones Juan Carlos Rodríguez, técnico de Cultura del Ayuntamiento; junto a José Manuel Lechuga, concejal de Cultura en el Consistorio y Pedro Curiel, responsable de Gyocivil. Todos ellos, cada uno en su ramo, han sido responsables de unas primeras obras que ya permiten contemplar los 941,66 metros cuadrados de bodega plenamente rehabilitados. «Es la mejor restauración que se ha realizado de la arquitectura bodeguera. Todo se ha hecho mirando por el respeto y la conservación del patrimonio», reconoce Lechuga, consciente de tiempos pasados en los que se ha perdido buena parte de este tipo de construcciones tan vinculadas a la vida de la ciudad.

Ahora unos trabajos que han durado cuatro meses y que han tenido un presupuesto de unos 440.000 euros, han permitido recuperar todo su esplendor. Para ello, tal y como explica Curiel, se reforzó la estructura de la bodega y se recuperaron paramentos y muros, donde se ha preservado la carpintería original de unas bodegas que datan de mediados del siglo XX. Sin embargo, lo que más enorgullece a concejal y constructor es el trabajo realizado en las cubiertas, donde se ha respetado toda la carpintería original sobre la que descansa el nuevo tejado. Para ello, se tuvo que limpiar y tratar las maderas originales y herrajes, lo que, a su vez, obligó a reforzar con tirantes los muros para garantizar la estabilidad del conjunto. Igualmente, una parte del interior se ha dedicado a dividirla horizontal y verticalmente para ganar zonas de equipamiento para el museo (servicios, oficinas, sala de juntas y salón de actos), repartidos en dos plantas. Igualmente, una zona de las bodegas se destinará a un bar-restaurante, dividido en dos alturas y con vistas al exterior y las propias bodegas.

La intención es que para los últimos meses del año puedan abrir las instalaciones para acoger eventos. Para ello, se ampliará la primera fase en unos 120.000 euros que se destinarán al acabado final del suelo, cerramiento de los espacios de oficina y servicios, además de acabar el Jardín de Vides.

Un punto atracción turística

Sin embargo eso es solo el principio. La idea es dar a luz una segunda fase que permita equipar museográficamente el espacio para convertirlo en el primer museo etnográfico de la ciudad. «Será una importante excusa más para que el turista visite el centro», reconoce Lechuga. En la actualidad, el Ayuntamiento busca financiación que haga viable esta segunda fase que también intervendrá en la portada del museo.

Sin embargo, tal y como explica Rodríguez, el contenido del museo está muy claro. Se dividirá en un hall diáfano en el que se atenderá al visitante y donde habrá una tienda en la que poder adquirir vinos de chiclana y productos relacionados con la cultura del vino. Este recibidor dará paso a la sala central, ubicada en la crujía central de la bodega en torno a la cual se articularán otras cinco salas más dedicadas al vino y tres a la sal. La interpretación se basará en la línea cronológica del vino, esto es: la viña, la vendimia, la crianza y la propia bodega. Y para ello, «se empleará una técnica museográfica mixta que combine piezas con recursos de interpretación», como explica el técnico de Cultura. De esta forma, se combinarán piezas con las que ya cuenta el Ayuntamiento (fotografías, botellas y demás material para la producción del vino), con recursos museográficos como vídeos. Todo ello, pensando que sea un museo dinámico y centrado en la interpretación, pero sin la obsolescencia de la que suelen ser víctimas los centros de interpretación. Todo este despliegue hará que el flamante Museo del Vino se haga una realidad para la que aún se desconoce fecha. Más cercana es ya su apertura, aunque sea como bodega sin botas, ni solera, sin ratones, ni perros bodegueros, sin murciélagos y olor a uva; pero con toda la carga patrimonial de saberse heredero del pasado y presente de la identidad chiclanera.