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Corazón de Frankenstein

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Empiezas por encogerte de hombros cuando te preguntan. «Pero defínete», te dicen, y sientes como si te apuntaran al pecho. Pasas el día en constante pelea contigo. En las vigilias inertes del insomnio puedes entender que ser uno ya no es posible y dejas de trazar rayas, de jugar a ser solemne. Firmemente crees una cosa y después crees firmemente otra. Hay dos o tres líneas rojas por las que quizás tengas que salir a matar algún día, pero las certezas son la llama de una vela que baila en la noche, un tiovivo de sombras cambiantes. Recuerdas con sonrisa comprensiva los lemas que pintabas en las paredes y escuchas con el oído ladino los discursos engolado de los rompehielos del pensamiento, los 'tú hazme caso', los 'esto es así porque te lo digo yo', los que todo lo tienen claro.

Al observar el mundo buscas el patrón de movimientos como si miraras durante horas un hormiguero de plástico. Comprendes que ya no eres nadie, solo el tipo que intenta descifrar esa despiadada matemática. Poseído por la fiebre de febrero, enfrentado al paredón de los mensajes rotundos del Carnaval del Falla y a la nostalgia de Macías Retes, comprendes que la culpa de este deshacerse la tiene el periodismo, haber nadado todos esos mares de carne desconocida que definió Leopoldo María Panero.

En el fondo, esa duda sencilla es más amor que cinismo. Brilla como una luz extraña y fluorescente que no reconoces, fruto probable de la radiación acumulada demasiado cerca de los núcleos atómicos de la realidad que has pisado: aquel puñetero tren, aquella bomba, aquel barco a medio hundir. Allí comprendiste la frialdad del psicópata, la soledad del huérfano, la dignidad del preso, el arrebato del héroe, la culpa del que se salva, la angustia del ahogado, el amor del que perdona y la humillación del torturado. Quisiste sentirlo todo para contarlo todo y perdiste el mapa de tu vida en el intento. Cada historia se ha llevado un pedazo de ti y te ha dejado una parte del otro, de todos aquellos otros a los que radiografiaste sin chaleco de plomo. Poco a poco, el periodismo te está dando un corazón de Frankenstein.