CÁDIZ

Aysha Elmortada, desalojada con su hijo de tres años de San Severiano, 43

Las vecinas cortan el tráfico de la calle durante una hora para llamar la atención sobre el gran número de viviendas vacías en la ciudad Aysha Elmortada ha sido la primera en dejar la casa que okupaba desde hace un año

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Las promesas de ayuda que le dijeron a Aysha Elmortada se las llevó el viento. El mismo viento que sopló en la mañana de ayer mientras ella y las ocho vecinas que okupan el número 43 de la avenida de San Severiano cortaban a duras penas el tráfico para protestar por la ejecución de la orden de desalojo que el titular del Juzgado de Instrucción número 1 dictó hace un mes y ayer se llevó a cabo. «Creíamos que iban a esperar, que la cosa por ahora se había calmado», aseguraba Nazaret Salido bajo una lluvia persistente. Pero no fue así. Casi doce horas antes recibieron el aviso anónimo de que la policía llegaría pronto. No sabían si iban a echar a Aysha sólo o a vaciar el bloque entero. «Casi no hemos podido dormir porque no sabíamos qué podía pasar», relataba Nazaret. Precisamente por este anuncio, Aysha salía media hora antes de lo acostumbrado de su casa para llevar a su hijo pequeño al colegio. «No sé con seguridad si van a venir pero no quiero que mi hijo lo vea», decía instantes antes de cruzar el portal. Y así fue, casi como por casualidad, que mientras Aysha se alejaba con su pequeño hacia el colegio, las luces azules de varias furgonetas de la Policía se asomaban entre la lluvia. En apenas dos minutos, una veintena de agentes de la Policía Nacional acordonaba la zona y se distribuía a lo largo y a lo ancho del número 43 de San Severiano. Rápido y en silencio. Junto a ellos, la abogada de la propietaria del inmueble y un agente judicial. Arriba, se encontraban con una casa vacía, cerrada con un candado que poco pudo aguantar ante las herramientas que traían consigo los agentes y el desconcierto del resto de las okupas ante lo que más temprano que tarde se tendrán que enfrentar.

Pasadas las nueve de la mañana, las vecinas se fueron concentrando en los bajos del edificio. «Me dicen que no puedo subir», contaba Lucía Díaz. Intentaban dominar los nervios ante la situación que llevaban meses esperando pero para la que no se encontraban preparadas. «Tenemos que hacer algo, no podemos permitirlo», se decían unas a otras.

Poco después, aparecía Aysha, a la carrera, como si quisiera ganarle el pulso al tiempo. Subió a la vivienda que ha estado okupando desde el pasado febrero para recoger en unos minutos todo lo vivido durante un año. «La abogada me decía que me diera prisa. He cogido lo que he podido». Mientras esta joven de 23 años sacaba lo que podía de la casa, abajo sus vecinas se preguntaban por lo que sucedía en el interior del edificio. «Si ponen un muro lo derribaré y volveré a entrar. Han tenido tiempo para buscar una solución», gritaba desde el balcón. Minutos después bajaba a la calle y junto a sus vecinas cortaban el tráfico de la avenida San Severiano. «Por aquí no se pasa, ¿qué por qué? Porque no están echando», decían a los conductores. A escasos metros, los agentes de Policía las observaban en silencio mientras ellas clamaban contra la ejecución de la orden de desalojo, la primera de las ocho que están por llegar. Mientras, arriba, varios operarios comenzaban a poner ladrillo tras ladrillo para tapar todas las entradas de la casa. La rabia dejaba paso a la tristeza y Aysha terminaba de meter sus cosas en casa de sus vecinas. «Esta noche no dormirá en la calle», decían, «mañana habrá que pensar qué hacer».