Adolf Hitler, en una imagen de 1942. En la foto pequeña, Laurence Rees.
Sociedad

«No estamos a salvo de otro Hitler»

Laurence Rees analiza el «oscuro carisma» del líder nazi y su fatal atracción de las masas tras la crisis del 29

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«Mediocre, de escasa altura intelectual, pésimo actor, más astuto que inteligente, pero dueño de un pernicioso carisma que utilizó para conducir a millones de humanos al abismo de la destrucción». Lo dice el historiador y documentalista escocés Laurence Rees (Ayr, 1957) toda una autoridad en la Segunda Guerra Mundial, el holocausto y el nazismo, que publica 'El oscuro carisma de Hitler' (Crítica). Durante dos décadas ha investigado la compleja personalidad de Adolf Hitler y el viaje que llevó a un inane político de tercera del que se mofaba el electorado a ganar cumbre del III Reich aclamado tras el crack del 29.

Es una paradójica escalada política, fatal y destructiva, alentada por una crisis sin precedentes, «caldo de cultivo de su delirante ascenso» y que podrá darse de nuevo. «Vivimos otra crisis y no estamos a salvo, ni mucho menos, de que emerjan figuras semejantes a Hitler». «La historia jamás se repite y no habrá un clon de Hitler. No nos da lecciones, pero nos avisa. Escribí 'Nazis, un aviso de la historia' para evidenciarlo». «Hemos de saber que en 1928 los nazis obtuvieron menos del 3% de los votos, que los alemanes se tomaban a broma a un Hitler que les resultaba chistoso, pero que en enero del 39 era canciller», enumera. «Hitler es la misma persona. Solo cambió la situación económica», insiste Rees.

Estima que su tóxica acción pudo ser mucho más catastrófica y superar el horror de la guerra y el holocausto. «Imaginemos -plantea- que su ascenso al poder y su desafío bélico llega diez años más tarde». «Si hubiera tenido acceso a armas nucleares, en lugar de suicidase Hitler habría apretado el botón nuclear y destruido el mundo con él sin vacilar. No me cabe duda», sostiene Rees. «Estudié el régimen japonés, que es similar, y si todo hubiera pasado 15 años más tarde, el mundo no existiría», expone.

«Hitler no era un loco ni un lunático. Ofreció a las masas un mensaje con el que soñaban y caló entre los miserables y los ricos», explica Rees. «Él resumió su vida como un esfuerzo incesante por convencer a otros y no hay en Hitler un ápice de arrepentimiento», asegura. «Su último testimonio antes de suicidarse deja clarísimo que siempre creyó actuar correctamente y en favor de su pueblo. Sentía que somos animales y que echar la culpa al tigre por comerse al antílope es absurdo».

Investigado al detalle, faltaba explicar cómo un ser tan ayuno de talento arrastró a millones humanos a semejante abismo. Tras centenares de entrevistas realizadas en veinte años como realizador de documentales de la BBC, Rees ofrecer una visión nítida de la adulación a Hitler de los millones de alemanes que sustentaron su «autoridad carismática». «El carisma no se da si no lo aprecia otro y no existe en una isla desierta. Un ser despreciable puede ser carismático», arguye. «La figura más carismática de 'El Paraíso perdido' de Milton es el diablo. Pensamos que el carisma es algo positivo, pero Max Weber nos enseñó que no es ni bueno ni malo: es neutro. Milton mostró que el daiblo es figura más carismática de 'El Paraíso perdido'».

Hitler fue relegado en la Primera Guerra Mundial por falta de liderazgo, recuerda Rees, pero admite que «la astucia es su mejor cualidad» y que «tenía instinto». «Su carácter estaba muy dañado, pero la paradoja es que ese daño podía ser percibido como un fortaleza. Su vida es desoladora; sin familia, sin relaciones personales, tradujo su debilidad en fortaleza, pero en esencia era el mismo en 1910 que en 1945».

Realizador de éxitos como 'Auschwitz: los nazis y la solución final', ha estudiado todo el material filmado en vida de Hitler, «que no era un actor». «Ser actor implica que otra persona escribe el guion, y todo salía de él, no de terceros. No actuaba», apostilla Rees. «Jamás dudó de sí mismo. Su seguridad era impropia en alguien de su limitada capacidad intelectual. Creía en algo más grande que él mismo. Tenía una visión de lo que el país y el mundo debían ser y era más grande que el», insiste el autor de 'Una guerra de exterminio', 'Los verdugos y las víctimas', 'A puerta cerrada. Historia oculta de la segunda guerra mundial' y 'El holocausto asiático'.