Maruchi Torres, Manolo Mení, Encarna Orozco y el hermano Fernando, junto al cartel del décimo aniversario de 'Calor en la Noche' . :: FRANCIS JIMÉNEZ
CÁDIZ

Diez años dando calor a los invisibles

La asociación 'Calor en la Noche' atiende cada vez a más personas sin hogar

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Hace diez años Manolo Mení y Maruchi Torres eran un matrimonio como otro cualquiera de la ciudad. Al borde la jubilación, con cuatro hijos ya criados y los primeros nietos llamando a la puerta, con la vida, por así decirlo, medianamente resuelta. No se les pasaba por la cabeza que hoy, en 2013, iban a estar embarcados en una aventura que ha conseguido cambiarle la vida a mucha gente. La aventura se llama 'Calor en la Noche', y tuvo un origen sencillo, como casi todas las grandes historias. «Estábamos una noche en casa, viendo la tele, y echaron un reportaje de una asociación que se dedicaba a atender a las personas sin hogar en Madrid», recuerda Maruchi. «¿Y por qué no hacer lo mismo aquí, en Cádiz?». Dicho y hecho.

Obviamente la motivación no fue sólo un simple programa de televisión. «Nosotros pertenecemos a una comunidad cristiana, de La Salle, y siempre hemos tenido la inquietud de hacer algo por lo demás, y yo decidí que esta iba a ser mi misión», dice Manolo. Y así se lanzó a salir por primera vez a la calle junto con varios miembros de su comunidad el viernes 3 de abril de 2003. «Esa noche fuimos sólo hombres -empiezan a recordar nombres: Paco, Chico, Sicre...- porque la verdad es que nos daba respeto. Salimos con un termo de café con leche y sin saber muy bien dónde nos estábamos metiendo», cuenta. Fue ese día cuándo por primera vez pronunciaron eso de: «Buenas noches, ¿le apetece un cafelito?».

Con el tiempo al termo de café empezó a acompañarlo otro de caldo de puchero, y luego unas galletas, y después una bolsa con ropa interior, y después unos sacos de dormir, y últimamente otra bolsa con bocadillos. Y también a Manolo en la calle y a Maruchi preparando el contenido de los termos les fueron acompañando otros voluntarios, «jubilados, universitarios, gente de todas las profesiones, de La Salle y de fuera de La Salle».

El café y el caldo nunca fueron un fin, sino un pasaporte, el que le ha ido abriendo durante diez años las puertas de la vida de cientos de personas que a la vez que un vaso recibían calor, afecto, compañía, comprensión, atención, visibilidad. «Al principio costó», recuerda Encarna Orozco, vicepresidenta de la asociación. «No entendían quiénes éramos, por qué hacíamos eso. No se me olvida cómo muchos agarraban sus mochilas cuando nos veían acercarnos». Pero ahora la situación es distinta. Cada viernes las personas sin hogar de Cádiz esperan como agua de mayo la llegada de los voluntarios de 'Calor en la Noche'. Cada vez son más, los que llevan los termos y los que los esperan. En estos momentos el colectivo cuenta con 47 voluntarios de calle, además de socios colaboradores. Así consiguen cubrir tanto el casco histórico como la zona de extramuros. A lo largo de 2012 se atendió a 1.801 personas, hombres en su gran mayoría.

Récord

Son cada vez más. Hace escasamente un mes batieron el récord de personas atendidas en una sola noche en el casco antiguo: 42. «La crisis se ha notado mucho, cada vez hay más personas que duermen en la calle. Y se está dando una situación desde hace un año que nunca nos habíamos encontrado. Hay gente que sabe que estamos en la calle y baja de sus casas a pedirnos un caldito. Es un perfil de personas que no se atreven a ir a los comedores sociales, pero que están pasando verdaderas penurias para comer todos los días», comentan.

La asociación ha ido ampliando sus servicios según las necesidades que han ido detectando. «Nosotros lo que intentamos es cubrir las carencias que se van encontrando en el día a día. Comida y ropa les dan en otros sitios, pero sabiendo que no pueden lavar, pues nosotros les aportamos ropa interior. En su día nos contaron que el agua de la Casa de Baños salía fría y luchamos hasta conseguir que se solucionara el problema. Para ellos somos su voz ante la oficialidad. A ellos nadie les escucha, pero a nosotros sí nos reciben en las administraciones y trasladamos sus peticiones a quienes corresponde», explican.

Y es que también sus tareas, su implicación con las personas sin hogar de la ciudad, han ido creciendo con los años. Su relación va más allá de la noche de los viernes. Se han creado lazos de amistad, casi de familia entre algunos de ellos. Les acompañan al médico, van a visitarles cuando están hospitalizados, les ayudan a tramitar papeles y documentación. En definitiva, están pendientes de ellos, porque si las carencias materiales son grandes, las afectivas son absolutas.

No siempre es fácil continuar con una labor que a menudo es ingrata. Los voluntarios de la asociación se enfrentan con situaciones desagradables, desde los evidentes problemas de higiene a historias humanas desgarradoras. Eso sin contar que «hay días que no se tiene cuerpo para echarse a la calle, o simplemente no apetece». Pero se hace. Se hace porque esas personas se llaman Silvio, Paco, Leopoldo. Son personas que les están esperando, que han dejado de ser invisibles para tener un nombre, una cara. Dice Encarna Orozco que «cuando estás en casa, te metes en la cama y empieza a caer una tromba de agua, como en estos días, no puedes dejar de pensar si uno habrá encontrado una casapuerta donde meterse, o si otro se estará poniendo peor de la bronquitis».

Recuerdan con pesar algunos casos que no han terminado bien. «Nos afectó muchísimo la muerte de André», el joven alemán que fallecía a finales de 2010 en plena plaza Asdrúbal. Los miembros de 'Carlos en la Noche' fueron los últimos que estuvieron con él, quienes intentaron que le dieran atención médica viendo que no se encontraba bien, pero nada se pudo hacer por un hombre al que todos recuerdan con cariño.

Futuro

Es duro, pero también satisfactorio. «Lo mejor es ver como algunos consiguen salir del infierno, como ellos lo llaman», dice Maruchi Torres. La cara se le ilumina recordando el nombre de algunos que han salido de la calle y han rehecho su vida. «Paco, Eduardo, Carlos, Pachi...». Pero a veces no es suficiente. «Estamos intentando ayudar a gente que no tiene donde reclinar la cabeza, literalmente, pero algunas veces me planteo si estamos haciendo bastante. Queremos ser libres de administraciones para obrar libremente. No dependemos de ninguna institución, nos autofinanciamos, pero quizá es hora de que busquemos apoyo oficial», dice Maruchi. Eso sí, cuentan con la colaboración de colectivos y empresas como Catunambú, que les dona el café que reparten.

Su proyecto, modesto al principio, se ha desbordado, pero no quieren ponerle más límites que los que dicta la lógica. Aún así son ambiciosos en sus metas. Manolo, el alma máter de 'Calor en la Noche', tiene claro lo que quiere hacer, «aunque a veces tiene tanto entusiasmo que tenemos que pararle los pies», bromea Encarna. «Lo primero que queremos poner en marcha es un servicio de comedor los domingos», cuando cierran los que funcionan en la ciudad el resto de la semana. Y más allá de eso, su gran ilusión, la de todos los voluntarios del colectivo, es poner en marcha el 'Centro de Día La Salle', «porque entre que van a un comedor y otro no tienen donde ir y nuestra idea es que consigan algo parecido a un hogar». En ese punto es donde se hace evidente la necesidad de apoyo oficial. Ya se han entrevistado con el Ayuntamiento de Cádiz, la Diputación y el Obispado para solicitarles un local, aunque aún no han recibido respuesta.

Sobre la necesidad de este centro, Maruchi Torres comenta que «aunque no lo parezca el día es peor que la noche. A fin de cuentas por la noche se buscan sus cartones, un hueco y la pasan durmiendo. Lo malo es despertarte y ver que no tienes horizonte, que no tienes dónde ir, ni nada que hacer, que no tienes ilusión por nada ni la afectividad de nadie».

Un vaso de café no soluciona la vida de nadie, pero la puede hacer más dulce. Gente comprometida, buena gente, como Manolo, como Maruchi, como Encarna y tantos otros, lo demuestra, te reconcilia con la sociedad, la misma que vuelve a las personas invisibles. Ya son diez años de calor. Que sean muchos más.