Jesús Franco, fotografiado en 2007 en Bilbao con motivo de la retrospectiva que le dedicó el Museo de Bellas Artes. :: MAITE BARTOLOMÉ
Sociedad

Miss Muerte se lleva al tío Jess

Fallece a los 82 años Jesús Franco, el director que insufló espíritu pop al cine español en más de 200 películas llenas de terror, erotismo y precariedad

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'Miss Muerte' era el título de una de las películas más celebradas de Jesús Franco, que en realidad se titulaba 'El diabólico doctor Z'. Rodada en 1966 y escrita -cosa rara- por un guionista de fuste, Jean-Claude Carrière, esta fantasía protagonizada por un 'mad doctor' contenía algunas de las cosas que hacían felices a su autor: actores fetiches como Howard Vernon, atmósferas ominosas, chicas ligeras de ropa (Estella Blain y Mabel Karr) y música de jazz. El tío Jess, como le conocían quienes le quisieron tras trabajar a sus órdenes, no podía vivir sin estar en un plató. Rodó compulsivamente durante toda su vida hasta conformar una filmografía que supera los 200 largometrajes.

Franco murió ayer en Málaga a los 82 años. El Miércoles Santo había ingresado tras sufrir un ictus, apenas una semana después de estrenar en dos salas alternativas de Madrid y Barcelona su última película, 'Al Pereira vs. the Alligator Ladies'. No levantaba cabeza desde que el año pasado muriera su compañera y musa durante treinta años, Lina Romay. Una asistenta le acompañaba en casa mientras veía películas hasta las tres de la mañana. Rodar 'Al Pereira vs. the Alligator Ladies' fue el regalo de un grupo de admiradores. En ella aparece el propio director en silla de ruedas, fumando un cigarrillo tras otro. «Bueno... ya está», concluye antes de que la cámara funda a negro.

La sola mención de su nombre despierta sonrisas cómplices. De acuerdo. Jesús Franco rodó muchos bodrios, pero su estatus de perro verde en el cine español ha merecido el respeto de aficionados en todo el mundo, que siguen diseccionando sus filmes en páginas web. Hasta Quentin Tarantino ha reconocido su deuda con el autor de 'Gritos en la noche', que recibía más ofertas de productores alemanes y franceses que de españoles. En la grisura del franquismo insufló espíritu pop a base de terror, erotismo y precariedad. Cuando recogió el Goya de Honor en 2009 se lo agradeció a Juan Antonio Bardem, «que me introdujo en el cine»; a Lina Romay, «que me ha soportado treinta y tantos años»; a la Cinemateca de París (que repasó su obra, cosa que no ha hecho la Filmoteca española); y a los chavales que ruedan cortos, henchidos de la misma libertad y rebeldía que le alimentó desde su primera película en 1958, 'Tenemos 18 años', que la censura masacró.

«Aquí me han tachado de cabrón pornógrafo, pero nadie ha visto mis películas», se lamentaba ante este periodista en 2007, cuando el Museo de Bellas Artes de Bilbao le dedicó una retrospectiva. Luchar contra la falta de medios no le dolió tanto como soportar a la censura. «Los censores eran unos hijos de puta. Hoy hay una tendencia a salvarles alegando que no entendían, pero yo creo que sabían lo que hacían. Recuerdo a Marcelo Arroita Jáuregui, secretario de la Censura con Fraga. Se masturbó al ver '99 mujeres' para calificarla. 'Fíjate si será pecaminosa que me he venido', me dijo».

Monjas en celo

Nacido en una familia de la alta burguesía madrileña, Jesús Franco disfrutó de la bohemia antes de viajar a París arrebatado por el jazz y los aires de libertad. Ayudante de Bardem y Berlanga, compañero de correrías nocturnas de Fernando Fernán Gómez en el café Gijón y Pasapoga, tertulias y putas, fue la mano derecha de Orson Welles en sus rodajes españoles: 'Campanadas a medianoche' y la inédita 'La isla del tesoro'. De todo ello habla en un libro maravillosamente escrito, 'Memorias del tío Jess' (Ed. Aguilar).

Franco tuvo claro que la crítica y la posteridad nunca le iban a hacer caso. Su mayor momento de gloria fue cuando el Vaticano le anatemizó junto a Luis Buñuel: «El director más peligroso del cine mundial», condenó 'L'Osservatore Romano'. Camuflado tras inverosímiles seudónimos -Clifford Brown, James Lee Johnson, Lulu Laverne...-, la suya fue una vocación casi enfermiza por colocarse tras la cámara, sin importarle presupuestos, actores ni localizaciones. Tuvo un amor genuino por la cultura popular -literatura pulp, el cine de terror y misterio, el erotismo, la serie negra, los tebeos- y se dio el lujazo de dirigir a actores como Christopher Lee.

El director de 'Necronomicón' podía rodar dos películas al mismo tiempo sin que los propios protagonistas lo supiesen. Su sobrino, el escritor Javier Marías, recuerda que participó en una de sus producciones junto a su primo, el realizador Ricardo Franco, sin saber muy bien de qué iba aquello. Su tío les hizo correr vestidos con un kimono espada en mano por un lago chino, en realidad un pantano a las afueras de Madrid.

«Un director de cine no es Cervantes ni Einstein, sino un 'showman' que ofrece un espectáculo. A un gran director lo equiparo a un buen escritor de novelas cortas», sostenía el autor de 'Vampyros Lesbos', 'Virgen entre los muertos vivientes', 'El reformatorio de las perdidas' y 'El ojete de Lulú', que calificaba de «castradora» su incursión en el porno duro: «Yo he luchado por un cine sensual, con connotaciones morbosas. Rodar a dos follando lo hace cualquiera».

En 'Al Pereira vs. the Alligator Ladies' también hay mujeres desnudas, órgano de iglesia como música de fondo y monjas en celo. El papel de emisaria de Fu-Manchú se lo llevó... la señora que limpiaba la finca donde rodaban. «Le piden al cine fama, gloria y dinero, olvidándose de que es una cuestión de amor generoso. Yo rodaré hasta que la palme».