Aspecto exterior del bar Marsella, en el Raval de la Ciudad Condal. :: R. C.
Sociedad

El bar de Picasso echa el cierre

El Marsella, el local de copas más antiguo de Barcelona y templo nocturno del barrio chino, obligado a trasladarse o morir

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Cuando un bar muere, una parte del alma de la ciudad se apaga con él. Ocurre en el Raval de Barcelona, otrora barrio chino de la capital catalana, plagado de prostitutas, yonquis y tugurios de mala muerte y hoy convertido en distrito 'cool', lleno de locales y restaurantes de diseño.

Los nuevos tiempos mandan, el Raval se transforma y en su camino hacia la modernidad quiere llevarse por delante al bar Marsella. No, el Marsella no es un establecimiento más de la Ciudad Condal. A pocos metros de la rambla del Raval y a 10 minutos de las Ramblas, y por tanto no muy lejos del Liceo, el Marsella ha sobrevivido dos siglos y es por méritos propios el decano de la noche canalla de Barcelona. Es el bar más antiguo de la ciudad, y está cargado de solera, porque no en vano, en sus mesas de madera han bebido y se han emborrachado ilustres como Picasso, Dalí o Hemingway. ¡Si las paredes hablaran! Y siempre llevados por la especialidad de la casa: nada de gintonics con pepino y especias como en los bares de moda; lo que prima en el Marsella es la absenta. Ya no es la que se tomaba en el siglo XIX, que tenía efectos alucinógenos, pero el espíritu se mantiene a 55 grados. Sus techos altos, sus lámparas de teatro clásico, sus espejos y un olor característico, que da fe de décadas de humo de puro muy denso, han acogido rodajes de películas y hoy son lugar de peregrinaje de turistas y noctámbulos de Barcelona.

Sin embargo, el local tiene sus días contados. La historia se repite: edificio viejo, el propietario quiere rehabilitarlo para sacar un buen pellizco en la venta y para ello necesita tirarlo abajo. Todo legal. Da igual que viva gente mayor que paga alquileres de renta antigua o que en los bajos comerciales se levante uno de los templos de la ciudad. No tiene la categoría de museo, ni de obra de arte, pero debería ser catalogado como bien de interés ciudadano. Patrimonio de Barcelona desde 1820, el contrato de alquiler del local acaba a finales de mes y a partir de ahí la incertidumbre. O la desolación para los miles de clientes. Los propietarios del bar ya tienen la carta de los dueños del edificio que les invitan a dejar el garito antes de abril. Si no lo hacen, el juez mandará a los Mossos para que ejecuten el cierre. José Lamiel, responsable del Marsella, igual que lo fueron su padre y su abuelo, tiene que tomar la decisión más difícil de su vida: o cierra definitivamente el negocio, o se lo lleva -espejo a espejo, lámpara a lámpara, cartel a cartel- a otro lugar o negocia con los propietarios alguna permuta inmobiliaria.

De momento, cuenta con el apoyo de la ciudadanía. Hay quien incluso ha abierto una campaña de recogida de firmas en la popular plataforma de Internet Change.org.