Comparecientes ante la comisión que investiga el ataque al consulado de EE UU en Bengasi juran antes de declarar. :: BRENDAN HOFFMAN / AFP
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El consulado de Bengasi, tapadera de la CIA

La investigación de la muerte de Chris Stevens destapa que el ataque del 11-S dejó a EE UU sin Inteligencia en Libia

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Nadie se habría dado cuenta si el congresista Jason Chaffetz no se hubiera puesto tan nervioso cuando los funcionarios del Departamento de Estado mostraron una fotografía de satélite con las instalaciones de EE UU en Bengasi para explicar los ataques del último 11-S. «Pero si esto está en Google», balbuceó el subsecretario Patrick Kennedy.

Pero Chaffetz, que acaba de visitar Libia, insistía en que a él le habían prohibido tajantemente hablar de lo que aparecía en la foto. A partir de ahí todo el mundo escrutó con lupa la imagen en la que había no una, sino dos instalaciones estadounidenses a cierta distancia. En el segundo complejo, la funcionaria del Departamento de Estado Charlene Lamb identificó para el Comité de Supervisión del Congreso que convocó la audiencia «un centro de operaciones tácticas» y el barracón de las Brigadas del 17 de Febrero a cargo de la seguridad.

Nadie habló de la CIA. Hizo falta un auténtico experto en la jerga de Washington para llegar a una dramática conclusión: «Acababan de volar la tapadera de la CIA», escribió ayer en su columna de 'The Washington Post' Dana Milbank. Solo a él se le frunció el ceño al escuchar decir al jefe de seguridad que «no necesariamente todo el personal de seguridad» en el complejo «estaba directamente bajo mi control». Cuando más tarde el congresista Darrell Issa habló de «otra agencia gubernamental», a Milbank se le encendió la bombilla: «Es un eufemismo común en Washington para hablar de la CIA».

Con esa pieza clave, el puzle de lo que ocurrió en Bengasi el 11 de septiembre cobra sentido. No fueron las manifestaciones en contra del vídeo antiislámico lo que atrajo el ataque en el que murió el embajador Chris Stevens. De hecho, ni siquiera hubo protestas en Bengasi, como reconoció la víspera el Departamento de Estado. Las había en El Cairo, donde la emisión del vídeo había provocado furia, pero en Libia, donde la población agradece a EE UU su apoyo, las calles estaban tranquilas. Tanto, que a las 20.30 horas de la noche el propio Stevens despidió en la puerta de la calle a un diplomático turco. Una hora después «decenas de atacantes» se abrían paso a tiros y prendían fuego al edificio con gasoil.

Primero se encargaron de la garita de las Brigadas libias del 17 de Febrero, que según Obama lucharon codo con codo con los estadounidenses y hasta dieron la vida por ellos. En realidad, los norteamericanos no estaban armados, o al menos no tenían munición. Respondían así a la orden de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, que cumplía con el Gobierno libio, siempre suspicaz de cualquier violación de su soberanía. Aún más, según dijo el miércoles el congresista Dan Burton, solo había cinco brigadistas libios, porque la mayoría habían abandonado el puesto alertados por amigos o familiares de la inminencia de un ataque.

La espesa humareda invadió rápidamente el edificio principal, donde se encontraban el embajador y su personal de confianza. Era de noche. No había luz. Las ventanas habían sido reforzadas con barras de hierro. Un agente de seguridad guió a Stevens y a su oficial de información, Sean Smith, hasta una de las pocas ventanas provistas de mecanismo para liberar la reja. El vigilante «se arrastró a gatas por la ventana y salió casi inconsciente», explicó Lamb. «Solo entonces se dio cuenta de que se habían separado en medio del humo. Volvió a entrar y registró el edificio en múltiples ocasiones hasta que, intoxicado e incapaz de respirar, escapó por el tejado».

Un cadáver en el hospital

En el llamado 'Edificio B', los estadounidenses que intentaron salir a ayudar chocaron con toda la violencia de los terroristas. «Se reagruparon y lograron llegar hasta un vehículo blindado cercano, en el que condujeron hasta la casa principal, donde encontraron al agente en el tejado y le ayudaron a buscar al embajador». Nunca lo encontraron, pero sí a Smith. Su madre se enteró el miércoles por la sesión del Congreso de que su hijo murió asfixiado por el humo. Ayer maldecía al Gobierno y prometía vengarse de Obama por no haber sido capaz de decirle siquiera cómo murió su hijo, siempre escudado el presidente en la investigación abierta.

El equipo de reacción rápida estadounidense apareció con 40 brigadistas libios, que después de buscar a Stevens durante una hora recomendaron evacuar a las 23.00. Cuando llegó de Trípoli el grupo adicional de seguridad empezaron los disparos de mortero que mataron a dos Navy Seals, Glen Doherthy y Tyrone Woods. Pero fue al amanecer, al encontrarse el Gobierno libio con una treintena de norteamericanos en el aeropuerto, cuando el primer ministro adjunto, Mustafa Abushagur, entendió la dimensión de lo que pasaba en Bengasi. «Nos sorprendió el número de estadounidenses», reconoció a 'TheWall Street Journal'. «No tenemos problemas con compartir información o recogerla de forma conjunta, pero nuestra soberanía es vital».

Desde el aeropuerto, los estadounidenses confirmaron que alguien había llevado al embajador al hospital, donde permanecían aún sus restos. Los médicos llamaron a todos los números de móvil que tenía en el bolsillo para que alguien se hiciera cargo del cadáver.

Según publicó 'The New York Times', la evacuación de la CIA de Bengasi es un duro golpe para la Inteligencia estadounidense, que desde allí controlaba no solo el norte de África, sino también a los brigadistas que llegan al conflicto sirio.