Estilizada. La sevillana demostró que su dominio de los brazos es inigualable. :: JAVIER FERGÓ
Jerez

Una historia de paisajes oníricos

María Pagés guioniza, coreografía y dirige un espectáculo en el que nos invita a visitar un país llamado 'Utopía' de la mano de las visiones brasileñas de Niemeyer y Fred Martins

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No es sencillo, por mucho talento que uno posea, marcar estilo. No solo en el mundo flamenco sino en cualquier disciplina artística. María Pagés cada vez afina más una estética de propio cuño, un sello inconfundible. Una serie de tics estéticos y escénicos que empezamos a reconocerle en cada espectáculo que pone sobre las tablas.

La bailaora sevillana cuida la puesta en escena de forma milimétrica, se asegura de que cada detalle represente esa efigie que su imaginación concibe. Y los resultados son sobresalientes.

Anoche en el Teatro Villamarta María consiguió materializar la 'Utopía' que titulaba su propuesta. Pero mucho más allá de lo meramente estético, nos encontramos con un discurso intelectual de alto calibre y una propuesta coreográfica de primer nivel. El resultado, evidentemente, no podía ser otro que los cinco minutos de aplausos del respetable.

La 'Utopía' se dividió en ocho paisajes casi oníricos. El brasileño Fred Martins dio comienzo a un primer paisaje, titulado como el espectáculo. Sonoridades brasileras y compás binario para la presentación del elenco en una original partitura donde la posición de los músicos obligaba al baile a jugar con el espacio.

El chelo del otro brasileño del reparto, Sergio Menem, fue el que abrió el paisaje de claroscuro que representaba 'Diálogo'. Farruca bailada por Pagés de manera sobria. La sevillana puso especial ahínco en la limpieza de líneas físicas y la guitarra de Labaniegos terminó de parir la flamencura del momento.

Por trillas y soleá, el cuerpo de baile se dibujó curvo mientras la escenografía hacía lo propio en una clara alusión a Niemeyer. El paisaje se titulaba 'Tiempo roto' y el contraste entre la redondez final y los primeros movimientos afilados de los seis bailaores dieron sentido a la búsqueda de los opuestos que Pagés proponía.

Las curvas se tornaron arcos y María apareció sobre el centro de la escena. Rojo sobre rojo. Danza estilizada ostentada en esos brazos que domina como nadie y que por momentos parecen tener vida propia. 'Conciencia y deseo' trajo granaína y rondeña. Un dibujo perfecto y un paisaje prodigioso.

Cabales y martinetes tejieron 'Vamos juntos, compañero', con la batería marcando la base y un millón de formas en el baile grupal. María se unió al compás fragüero en 'Camino rojo' pasando del silencio a un intenso remate.

'Es ahí donde quiero vivir', fue precisamente donde quisimos quedarnos para siempre. Una sobresaliente coreografía por guajiras a cargo de las féminas, coronada por una María Pagés que parecía llevar un pájaro rojo cosido a las manos. El aleteo del abanico y la música soberbia de Lebaniegos, llevó a la compañía a sentarse en la orilla del escenario a cantar bossanova y bailar por tangos.

Cuando la luna salía del mar, Pagés volvió al centro con cola blanca a buscar el aire suficiente para volar. 'Elevación' fue el punto y final, por alegrías de una búsqueda que se vio recompensada con el aleteo final de la sevillana.

Al prodigio de luz y puesta en escena se le sumó una excelente partitura musical. Y un contenido literario que bebía de Cervantes, Machado, Baudelaire, Larbi El Harti, Neruda o Benedetti, entre otros. Todo ello como complemento a unas coreografías de primer nivel.

Un punto y seguido a su brillante 'Dunas'. Otra gran propuesta que demuestra el enorme y completo trabajo que la bailaora sevillana lleva a cabo en cada nueva apuesta.