TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

PERO NUNCA VOLVEREMOS AL 79

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No era una postura erótica sino el año de las primeras elecciones municipales de la democracia. 1979, 3 de abril. El Partido Comunista de España anunciaba en sus carteles: «Quita un cacique, pon un alcalde». Treinta y dos años después, eso del caciquismo está muy repartido, entre el caciquismo político que hoy ejercen todos aquellos alcaldes que han sabido rodearse de una clientela electoral y el económico, que ya no reside tanto en las viejas familias terratenientes sino en las trasnacionales que han terminado haciéndose con casi todos los latifundios de la provincia.

Ayer sábado, tomaron posesión los nuevos ayuntamientos de la provincia, pero ya no fue posible aquel compromiso histórico de la izquierda que propició, entre el PSOE, el PCE, el PSP y el PSA, que la UCD apenas gobernara en ningún municipio de la provincia, a excepción de Vejer o Tarifa por ejemplo, a pesar de haber sido la lista más votada. Aquella toma de las corporaciones locales marcó, desde luego, el curso de la transición. No era la primera vez que ocurría algo así.

Y es que, al menos desde el 14 de abril de 1931, en España, las elecciones municipales son algo más que elecciones municipales. En aquella ocasión, en plena transición democrática, sirvieron para allanar el camino de la conquista autonómica de Andalucía, justo al año siguiente, y para catapultar al PSOE para que protagonizara el cambio de 1982. Y a pesar de que no fueron significativas en 2003, donde el PP apenas se despeinó a pesar de tener a medio mundo en la calle en protesta contra la guerra de Irak, las de 2011 vuelven a ser históricas. Pero no solo por la implantación en las urnas de las candidaturas de los conservadores sino porque la flagrante desunión e incoherencia de criterios entre andalucistas, socialistas y cargos locales de IU, allana el camino al partido de Mariano Rajoy y de Javier Arenas hacia La Moncloa y el Palacio de San Telmo, respectivamente.

No se sabe a ciencia cierta a quién cabe imputar que no haya prosperado un pacto entre PSOE e IU. Entre todos lo mataron y él solito se murió, probablemente. Quizá es que, esta vez, no haya Diputación que repartirse y la falta de una tarta siempre enfría el ambiente de las celebraciones. Como tampoco resulta explicable como el PA se ha prestado a respaldar al PP cuando es un partido que le hace una sombra formidable entre su propio electorado. En cualquier caso, y en lo que respecta sobre todo a la provincia de Cádiz, hay un claro perdedor y un claro vencedor. El PSOE es el primero de ellos porque pierde presencia en buena parte de sus feudos históricos, incluyendo Alcalá de los Gazules aunque se trata de una victoria pírrica por once votos que le apartan de su mayoría absoluta. Y el segundo es el PP, que logra una plusmarca histórica no solo en el número de votos sino en el número de alcaldías.

A escala andaluza, tanto los socialistas de Griñán como los izquierdistas de Valderas dejaron libertad a sus agrupaciones locales para adoptar una decisión respecto a los pactos. Pero el resultado final ha sido desolador y en el mismo han primado las querencias y las disidencias personales, más que los discursos ideológicos. Probablemente el PSOE lo haya hecho tan mal que no consiga siquiera un pacto formal con sus supuestos compañeros de viaje, pero IU puede perder mucho más en este mapa lleno de gaviotas.

El coordinador provincial de IU, Manuel Cárdenas, ya ha anunciado que expedientará a sus tres concejales de Alcalá de los Gazules que han entregado el municipio cuna del socialismo gaditano al PP, siguiendo una hoja de ruta dicen que trazada por el propio Javier Arenas que pretendía cobrarse dicha pieza por toda su carga simbólica y a pesar de que las distancias ideológicas sean grandes entre los conservadores e izquierdistas locales, a quienes tan solo parece unir -y de qué manera-su vieja amistad del instituto. De entrada no va a resultarle fácil explicar a sus electores porqué acepta los votos del PP o del PSOE para que sus candidatos gobiernen a pesar de ser la tercera fuerza política en liza, como es el caso de Chipiona bajo la alargada sombra de Olvera durante la legislatura anterior; cuando esa fue la causa por ejemplo para recusar en su día a Juan Andrés Gil en Tarifa, convertido en 1999 en alcalde con 500 votos un solo escaño. Gil se ha reciclado en las filas del PP tras su expulsión de IU y haber renovado la alcaldía a la grupa de TAIP, una formación localista: ayer, recibió el bastón de mando al frente de su candidatura conservadora con el insuficiente refrendo de las urnas pero con el respaldo del PA.

También los andalucistas han servido de llave para que el PP gobierne en algunos municipios de la provincia como Ubrique, aunque las directrices de la dirección nacional del partido se fueron a pique en La Línea donde el PA apoyó a la candidata socialista para que no renovase en la alcaldía Alejandro Valle.

El PSOE pierde poder, González Cabaña pierde los nervios pero quizá quien más pierda sea Izquierda Unida. De haber pactado en firme con los socialistas quizá se habría consolidado como alternativa electoral en las generales y en las andaluzas. Pero al no haber explicado con solvencia sus pactos locales, se arriesga a que el PSOE agite de nuevo el fantasma de la pinza. A pesar de ello, es posible que la coalición de izquierdas suba algunos enteros en los próximos comicios. Pero no tantos como hubiera ocurrido si hubiese recibido los sufragios de algunos votantes socialistas desencantados que ahora se lo pensarán dos veces por el temor a que su voto termine beneficiando por vía indirecta al PP. El crecimiento de IU no está en manos de sus incondicionales sino en un centro izquierda paulatinamente huérfano que no se explica ese imposible coqueteo supuestamente marxista con los adalides del neoliberalismo. Qué rara es la política. Y qué entretiene.