NADANDO CON CHOCOS

VALLAR LA VIÑA

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Dónde está la callecita de la reconciliación? Se lo preguntaban Los Pobres Diablos en el grandioso final de su popurrí. No se sabe, no se encuentra, pues en el Carnaval hay dos calles: una ordenada, casi marcial, la del Falla, con sus normas y sus clichés, y otro barrio más golfo, el de la calle. El de La Viña y los francotiradores de las coplas. Y tal. No se puede vivir en los dos. Vamos de uno a otro, como los señoritos de las urbanizaciones bien que se meten a perder la cabeza y la cartera en las tabernas revoltosas. Correcto. Convivencia. Un país, dos economías. El problema surge cuando el barrio divertido comienza a parecerse a lo que será Bengasi el sábado. O a Mostar. A servidor, criado en las calles de Pamplona por San Fermín, nunca le molestaron especialmente la basura o los culos brincando en los portales, pero reconoce que el botellón en La Viña es una plaga a erradicar. Antes, el aficionado se escapaba a la calle de atrás del callejón trasero, allí se podía escuchar. Ahora, también hay botellón. En Pamplona no hay nada que escuchar. En Cádiz sí, y no se oye. Todo es ruido en los callejones. Con las chirigotas escapando, los gaditanos tendrán que plantearse de una vez por todas un dilema: perder la magia de una esquina simpaticona bajo los cascos de los caballos de los bombos y los decibelios o vallar literalmente el barrio y crear una zona de exclusión botellonera donde no entren los lotes de wisky. ¿Una medida policial? ¿Conciliadora? Puede que no, pero muy útil. Los hosteleros, las agrupaciones y los vecinos estarían encantados.