Crimen arriate

María Esther, caso cerrado

Así se fraguó la investigación que desembocó en el arresto de Rubén como presunto autor de la muerte de la menor

MÁLAGA Actualizado: Guardar
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El cadáver de una niña, un reguero de pistas inconexas, un pueblo levantado y un país conmocionado. Es el panorama con el que se encontraron los agentes que han trabajado en la resolución del crimen de María Esther, cuyos padres son originarios de la localidad gaditana de Paterna. Por delante les quedaba la tarea de desentrañar el caso sin dejar ningún cabo suelto.

La imagen de su trabajo se cristalizó el jueves, a las doce del mediodía, cuando seis todoterreno de la Guardia Civil cortaron la calle La Viñilla para que un grupo de agentes de paisano detuviera en su casa a Rubén V. R., de 17 años, como presunto autor de la muerte de la niña. Para los investigadores, el caso está cerrado con su arresto. Consideran que hay un único agresor y descartan por ahora nuevas detenciones.

Para llegar hasta ahí hay un camino tortuoso en el que no se han escatimado esfuerzos. LA VOZ desvela algunas claves sobre cómo se gestó la investigación de un crimen que ha tenido en vilo durante dos semanas al hasta entonces tranquilo municipio de Arriate, un pueblo de 4.200 habitantes en la Serranía de Ronda.

Todo comenzó el 19 de enero, cuando la Guardia Civil tuvo conocimiento de la desaparición de la menor. Los peores presagios se cumplieron a las 19.30 horas del día siguiente, cuando un bombero descubrió el cadáver de María Esther en la caseta de una depuradora en la finca de Juana Garrido.

Se activó el protocolo habitual para los casos de muerte violenta. «Lo más importante es preservar el escenario; se les pidió a los agentes que no tocaran nada y se envió una primera avanzadilla para empezar la inspección ocular», relata el oficial. «Como era de noche y la luz artificial es menos eficaz, se decidió actuar solo lo imprescindible -el levantamiento del cadáver- y el resto se dejó para la mañana siguiente».

Perímetro de búsqueda

La inspección ocular se demoró durante casi tres días. «Esas primeras 48 o 72 horas van a determinar si resuelves el caso o no. Son la parte más importante de una investigación; si haces algo mal, puedes echar al traste el resto». Se delimitó un perímetro de 300 metros para la búsqueda de pruebas. «Primero acotamos un pasillo para entrar y salir, y a partir de este se hicieron batidas».

El escenario era rico en pruebas. Los agentes recabaron «centenares» de muestras -había decenas de cabellos, huellas, epiteliales y otros objetos de interés- que se llevaron a Málaga para someterlas a una primera criba. Se seleccionaron las que podía tener una relación directa con el crimen, como las que había en la piedra con la que se golpeó a la niña, de casi cuatro kilos, del tamaño y forma de un balón de rugby. Los agentes del laboratorio malagueño, la mayoría licenciados en Biología, tuvieron la misión de procesarlas y remitirlas a los servicios centrales, en Madrid, donde un grupo de guardias se encargó de extraer el ADN.

Se creó un equipo de trabajo mixto para trabajar en el crimen. La Comandancia de Málaga destinó al completo al Grupo de Personas de la Policía Judicial. Como refuerzo, desde Madrid llegaron otros tantos agentes de la Unidad Central Operativa (UCO) especializados en estos casos. En total, veinte agentes, dieciséis hombres y cuatro mujeres, con el capitán de Policía Judicial de Málaga al frente.

La Guardia Civil instaló un cuartel general permanente en el Ayuntamiento de Arriate mientras se desarrollaba la investigación. «Nos dejaron la primera planta casi entera. Nos han tratado de forma magnífica, igual que la Policía Local, a la que tenemos que agradecer su enorme colaboración en el caso».

Los veinte agentes se repartieron en tres grupos de trabajo que se apoyaban entre sí. El primero se dedicó a la inspección ocular y a las pruebas. El segundo, a investigar el entorno social de la víctima, muy amplio al tratarse de un pueblo. Y el tercero, a la familia, en este caso más reducida, ya que los padres solo llevaban cuatro años en Arriate.

A los cuatro días, los agentes ya tenían meridianamente claro cuál era la principal línea de investigación: «Joven (el ADN ya había revelado que era varón), seguramente del pueblo y conocido de la víctima». La estrategia de trabajo fue citar al mayor número posible de gente para interrogarlas y recabar su perfil genético. Al final, han tomado declaración a más de sesenta personas. Casi todas ofrecieron coartadas férreas sobre lo que hicieron la noche de la desaparición de María Esther. Entre las que no la tenían, hubo algunas, aproximadamente media docena, que incurrieron en contradicciones.

Los investigadores sospecharon de Rubén antes incluso de conocer el ADN, ya que su coartada no les pareció sólida. Luego llegaron los resultados de los análisis, que terminaron de señalarlo. Su código genético coincidiría, en mayor o menor medida, con el que se extrajo de la piedra con la que golpearon a la niña, la sudadera con la que le taparon la cara y el pomo de la puerta de la caseta.

Pero las pruebas de laboratorio, por si solas, solo les servían para situar al menor en el escenario del suceso. No para sostener que era el presunto autor del crimen. «El ADN, por sí solo, no resuelve casos. La reconstrucción es clave para poder desmontar una coartada y situar a un sospechoso en el lugar y a la hora determinada», expone el mando.

Con todas las pruebas sobre la mesa, y tras descartar a otros sospechosos, llegó el momento de la detención. La decisión, según el oficial, se tomó una hora antes. «El despliegue -algo más de treinta agentes- estaba pensado y planificado. Solo había que activarlo». Arriate recibió el jueves el segundo golpe de una misma tragedia: el presunto autor era un vecino. La Guardia Civil puso en marcha también un dispositivo permanente con patrullas uniformadas para evitar posibles disturbios. Ayer, ante la ausencia de incidentes, se desmanteló. El pueblo tranquilo empieza a recuperar la normalidad.